Los europeos, todos primos

Dos investigadores estadounidenses han estudiado los genes de una muestra de 40 poblaciones del continente europeo. El veredicto es que todos los europeos de hoy descienden de los mismos ancestros. A continuación explicamos por qué.

Publicado en 14 mayo 2013 a las 12:04

Si tomamos a dos europeos actuales, aunque vivan en países alejados, por ejemplo, un finlandés y un francés, tienen todas las posibilidades de compartir un gran número de ancestros que hayan vivido hace un milenio. Es lo que demuestra el análisis de los genes de 2.257 personas procedentes de 40 poblaciones del conjunto del continente: albaneses, ingleses, belgas, daneses, españoles, italianos, macedonios, rusos, turcos, etc.

El estudio, que acaba de publicarse en Plos Biology, ha sido realizado por dos genetistas de las poblaciones, Peter Ralph y Graham Coop (de la Universidad de California en Davis). Dicha investigación revela que en los últimos 3.000 años, existe un elevado grado de parentesco entre las poblaciones de distintas naciones europeas, a pesar de que éstas sean construcciones recientes que reúnen a grupos humanos distintos.

Los dos investigadores han utilizado el genoma completo de los 2.257 individuos del estudio. Han buscado segmentos de ADN que comparten personas diferentes. El principio general es que dos individuos con un ancestro común pueden compartir un segmento de ADN heredado de ese ancestro. Cuanto más largo sea ese segmento, más reciente es el ancestro común. Al analizar la longitud de los segmentos de ADN compartidos por un par de individuos, los investigadores pueden evaluar la distribución en el tiempo de sus ancestros comunes.

Segmentos de ADN entrecortados

¿Por qué existe una relación entre el tiempo y la longitud de los segmentos de ADN que comparten dos individuos? Para entenderlo, hay que tener en cuenta la forma en la que los genes, y por consiguiente el ADN que es su soporte material, se combinan en cada generación. El genoma de un individuo en concreto se forma al combinar los genes de sus padres, de modo que su ADN está constituido por segmentos que proceden de su madre y otros de su padre. En la siguiente generación, la combinación integra nuevos segmentos de ADN, y así sucesivamente.

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Este proceso continúa generación tras generación. De este modo, el genoma de una persona contiene segmentos del ADN de sus ancestros, entrecortados por los segmentos nuevos introducidos en cada generación. Como el emplazamiento en el que se modifican las secuencias de ADN es distinto cada vez, el resultado es que los segmentos que se conservan son cada vez más cortos. Así, los primos hermanos de primer grado, con abuelos comunes, compartirán segmentos de ADN más largos que los primos de segundo grado; estos últimos compartirán segmentos más largos que los primos de tercer grado, etc.

Si se conserva un segmento heredado de un ancestro al cabo de un gran número de generaciones entre dos individuos, se puede evaluar la antigüedad de ese ancestro a partir de la longitud del segmento. Es lo que han hecho Peter Ralph y Graham Coop. Sus cálculos demuestran que dos europeos de dos países vecinos tienen entre dos y doce “ancestros genéticos” comunes que han vivido a lo largo de los últimos 1.500 años; y tienen hasta un centenar si nos remontamos un milenio más atrás.

Los ancestros comunes

Por sorprendente que parezca, todos los habitantes de Europa que han vivido hace mil años y que han tenido descendientes son los ancestros de todos los europeos actuales. O si lo prefieren, todos los europeos contemporáneos descienden de un mismo conjunto de ancestros que vivió hace mil años.

Sin embargo, los investigadores han constatado que el reparto de los ancestros comunes no es homogéneo geográficamente: por ejemplo, los italianos tienen menos ancestros genéticos comunes entre ellos y con los demás europeos y más vínculos con los ancestros que se remontan a 2.000 años atrás, más que a los de hace 1.000 años. Esta diferencia puede reflejar un mayor grado de aislamiento geográfico.

Pero los mismos investigadores reconocen que para estudiar con precisión una historia tan compleja como la de Europa, no basta con analizar los genes de las personas actuales. También sería necesario utilizar el ADN de los individuos que hayan vivido en el pasado y cuya antigüedad se pudiera fechar. Y sin duda, recurrir a otras disciplinas, como la arqueología o la paleoantropología.

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