Estación de autobuses de Shumen (noroeste de Bulgaria), origen de numerosos defraudadores de sus compatriotas en los Países Bajos.

Los inmigrantes, a merced de las redes turcas

¿Abusan los inmigrantes búlgaros de las prestaciones sociales? Numerosos casos de fraude han abierto la polémica. Pero a menudo, los presuntos defraudadores también son víctimas de las redes organizadas.

Publicado en 17 mayo 2013
Estación de autobuses de Shumen (noroeste de Bulgaria), origen de numerosos defraudadores de sus compatriotas en los Países Bajos.

Mitko Dimitrov Iliev solicitó su primer pasaporte a los 50 años. Es un hombre bajito, con los dientes torcidos y una expresión tímida. Su casa en Ivanski, una aldea al nordeste de Bulgaria, se encuentra en un estado ruinoso, pero es amplia. Su estantería solo contiene el acordeón que utilizó el año pasado cuando intentaba ganar un poco de dinero tocando por las calles de la ciudad holandesa de Groningen [una ciudad al norte de los Países Bajos].

Mientras tocaba en la calle, un grupo de turcos se le acercó. Le ofrecieron su ayuda para inscribirse en el ayuntamiento. “Uno de los turcos hacía las funciones de intérprete, por eso no tenía ni la más mínima idea de lo que hablaban”. El turco en cuestión le prometió después que le daría un teléfono móvil completamente nuevo y le dijo: “Vamos, tenemos que empezar a resolver los asuntos”. Hizo que Mitko, que es analfabeto, firmase un montón de documentos. Mitko abre el pulgar y el dedo índice unos 15 centímetros para señalar lo grueso que era el montón de documentos.

Una organización bien engranada

Los turcos que residen en Holanda, Alemania, Bélgica y Bulgaria desempeñan un papel muy importante a la hora de reclamar subsidios fraudulentos en Países Bajos, además de explotar a los búlgaros analfabetos. Bulgaria tiene una minoría bastante amplia de nativos turcos, compuesta por grupos de turcos y romaníes, que empezaron a denominarse a sí mismos turcos después de 1989. La lengua y la religión les permiten acercarse a las grandes comunidades turcas de Europa Occidental. Mitko recibió 200€, pero no el teléfono móvil que le habían prometido.

Sin embargo, pocas semanas después, su antiguo móvil empezó a sonar de forma incesante. No había duda de que al otro lado de la línea hablaba un holandés, al cual no pudo entender. Después de un rato, se dio cuenta de que era un hombre que trabajaba en un banco. Mitko cree que es ese banco holandés que tiene como logotipo un león rojo, ya que en cierta ocasión vio ese símbolo en una tarjeta bancaria.

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El banco continuó llamándole. Mitko ha empezado a asumir que le han metido en un embrollo y tiene una cuantiosa deuda en Holanda. Después de todo, algo parecido les ha sucedido a otras personas que conoce. No sabe a cuánto asciende la deuda porque el único papel que posee es la prueba de su registro en el ayuntamiento. Por esa razón, hace unos cuantos días, decidió desconectar el teléfono y coger un minibús que lo llevase de regreso a Bulgaria. “Temo que me incauten la casa o me encierren por la fechoría que haya podido cometer otra persona”.

Minibuses que salen desde Bulgaria

Ivanski es solo una de las muchas aldeas búlgaras desde las cuales salen continuamente minibuses con destino a Países Bajos. Basta una tarde de indagaciones en la capital provincial, Shumen, para obtener una lista de siete lugares en un radio de 30 kilómetros. En la mayoría de esas aldeas, hay uno o dos hombres que se encargan de los contactos y de organizar el transporte.

“Por desgracia, la invasión de los programas sociales de Occidente por parte de las minorías búlgaras, romaníes y turcos ya se ha institucionalizado y profesionalizado”, dice Krastyo Petkov, profesor de sociología en la Universidad de Economía Nacional y Mundial en Sofía. El profesor Petkov está especializado en emigración económica a la UE, y ha llevado a cabo un trabajo de campo en Bélgica.

Las redes informales de lazos familiares en el sentido más amplio de la palabra, explica, se han hecho más estables y mucho más sutiles con el paso de los años. Un fiscal búlgaro encargado del caso holandés lo expresa de la siguiente manera: “Me sorprende que no hayamos recibido ninguna queja de Alemania. Finlandia deportó tres aviones repletos de personas hace aproximadamente un año. Les dieron algunos obsequios, acompañados de la seria advertencia de que no regresasen”, dice sonriendo. “Las personas viajan a las naciones más ricas de Europa de esa forma. Si realmente desean trabajar, van a España o Grecia”.

Turismo social

La red está compuesta de tres niveles. Los “lugartenientes” son los responsables de contratar a las personas en Bulgaria, suelen haber recibido una mejor educación y hablan más idiomas que el ciudadano de a pie. Mantienen contacto con la persona que organiza el alojamiento y el registro en el país de destino. Luego están los “grandes jefes”, que son los que ofrecen protección. Saben cómo resolver los problemas con la policía y los jueces, y disponen de los contactos necesarios para hacerlo.

El profesor Petkov basa sus conclusiones en las entrevistas que ha mantenido con ciudadanos romaníes en Bruselas. “Bélgica afronta el mismo problema del ‘turismo social’ que Holanda”, afirma. Una de las razones por la que una gran parte de la población romaní en Bulgaria se haya hecho musulmán y hable turco durante las dos últimas décadas es que eso les permite un mayor acceso a las comunidades turcas. “Esas comunidades les ayudan a conseguir la residencia, pero no a integrarse”.

En la práctica, la primera y segunda generación de turcos se convierte en jefes y empleadores de los búlgaros que acaban de llegar. Las mismas redes que organizan el “turismo social” también están involucradas en la prostitución y el tráfico de personas para trabajos ilegales muy mal pagados a través de subcontratistas del sector agrícola. “Los explotan”.

Prometen pan, pero solo dan migajas

Gancho y Veneta Todorov, de Salmanovo, una aldea con una población de 900 habitantes y seis orquestas, acaban de regresar de Zwolle (Países Bajos) hace escasas semanas. Veneta vende periódicos de los demandantes de asilo en la calle, delante del supermercado Jumbo, y Gancho en Aldi. Cada vez que van a trabajar a Países Bajos, sus tres hijos se quedan aquí con los abuelos. Alquilan una habitación a una mujer Africana en Zwolle por 5€ la noche.

“La habitación es tan pequeña que me siento agobiado», dice Gancho con un suspiro. No hay nada más que verle para saber que se alegra de poder estar en su jardín, donde hay también un enorme gallinero. El hecho de que los búlgaros necesiten un permiso para trabajar en Países Bajos y Bélgica les hace especialmente vulnerables. “Los turcos te prometen pan, pero solo te dan migajas. Son unos mentirosos, pero si te quejas te amenazan con informar a la policía”.

Los Todorovs están deseando que llegue el año que viene, ya que entonces los búlgaros no necesitarán de un permiso de trabajo. “Podré aceptar los trabajos que me han ofrecido”, dice Gancho, “como un puesto en el servicio postal, en el sector agrícola o en un matadero de aves. En la actualidad, somos poco más que unos mendigos”.

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