El 11 de abril, Alexandr Lukashenko se reunió con el primer ministro pakistaní Shehbaz Sharif en Minsk. Después, el presidente bielorruso anunció que su país estaba listo para admitir a 150 000 migrantes económicos pakistaníes.
“Hemos acordado hacer todo lo posible para garantizar que los pakistaníes puedan venir a trabajar a Bielorrusia, ya sean amigos, trabajadores, campesinos, intelectuales o todo aquel que desee hacerlo”, declaró Lukashenko, como citó el medio de comunicación independiente Zerkalo. “Les brindaremos el apoyo adecuado. También hemos acordado desarrollar un mecanismo específico destinado a traer a personas para que trabajen en Bielorrusia. Los necesitaremos mucho”.
Esta noticia provocó una bulliciosa respuesta por parte de los bielorrusos y condujo a una inesperada serie de eventos. Las redes sociales se vieron inundadas (por decirlo suavemente) de comentarios críticos sobre el anuncio de Lukashenko. Por ejemplo, en un vídeo, se podía ver a mujeres bielorrusas preparando gas pimienta para la llegada de los pakistaníes. En medio del acalorado parloteo en línea, también ha habido reacciones más moderadas, pero el sentimiento que prevalece es una ansiedad teñida de los habituales estereotipos racistas sobre los migrantes: la seguridad en las calles, las violaciones, el desorden e incluso las cualificaciones educativas de los pakistaníes.
El aparato estatal represivo de Bielorrusia respondió a las preocupaciones a su manera habitual, es decir, arrestando a los autores de las publicaciones más populares y forzándolos a grabar vídeos de arrepentimiento (un sádico género predilecto del régimen de Lukashenko). En una de estas confesiones, publicada en un canal de redes sociales cercano a las autoridades, un joven se disculpa por haber compartido una historia falsa sobre un pakistaní que violó a una mujer bielorrusa. Explica que sus amigos se la enviaron y que hizo una publicación al respecto en el calor del momento. “Este no es mi tema en absoluto y no quiero sumergirme en él”, afirma. “Si veis a personas de Pakistán, no hay necesidad de tratarlas con odio. [...] Todo el mundo debería ser tratado de la misma manera”.
El ministro bielorruso del Interior publicó un comunicado para alertar contra ese tipo de noticias falsas sobre los migrantes pakistaníes. Los delincuentes arrestados fueron clasificados como “provocadores que intentaron, de manera deliberada, excitar la tensión social y manipular la opinión pública”. También se amenazó con considerar penalmente responsable a todo aquel que pueda incitar el odio étnico y menoscabar de esta manera la seguridad de Bielorrusia.
“No somos la estúpida Europa”
Las amenazas han estado acompañadas de una campaña de propaganda más optimista. El periódico Minskaya Pravda sostuvo que los migrantes pakistaníes “serán estrictamente registrados y monitoreados por los servicios correspondientes”. Aseguró a los lectores que no se caería en ninguna situación, como en el resto de Europa, en la que la migración llevaría a “la pobreza, la degradación y un elevado índice de criminalidad”. En la televisión, Grigory Azaronak, uno de los propagandistas más destacados de Lukashenko, mostró un despiadado menosprecio: “En TikTok, algunas mujeres bielorrusas han decidido que los pakistaníes vendrán para violarlas en masa, y por ello están grabando vídeos en los que compran gas pimienta. Esto da la impresión de ser una sublimación freudiana, como si estas mujeres incluso esperasen este giro de acontecimientos. Pero será en vano”.
Azaronak agregó que “no somos la estúpida Europa”. Bielorrusia es una dictadura, observó, así que “aquí nadie verá pogromos ni ovejas siendo sacrificadas, y nuestras señoritas no tendrán que pensar rápidamente en nombres musulmanes para sus bebés de piel oscura”.
Todo esto equivale al habitual y difícil debate de la migración, solo que distorsionado a través del prisma de un régimen autoritario y violento. En lo que se refiere a la demografía y la escasez de mano de obra, en Bielorrusia, las tendencias no difieren de las de Occidente. La baja tasa de natalidad en Bielorrusia ha sido exacerbada por la situación política, que ha causado olas de emigración, generalmente de la población más educada. En dos décadas, Bielorrusia ha perdido a 600 000 personas. Esto equivale al doble de la población de Brest [una ciudad histórica en el oeste de Bielorrusia] y es más que la población de Gómel [en el este], observa Bielsat. La mitad de esta cifra representa a las 300 000 personas que huyeron ante la represión que surgió tras las elecciones fraudulentas de 2020. Tomando en cuenta el bajo índice de fertilidad en Bielorrusia (1,5 niños por mujer en 2022), parece que la población se reducirá a la mitad para finales de siglo.
En una entrevista con Zerkalo, el sociólogo bielorruso Gennady Korszunov ve un motivo oculto detrás del aumento de la oposición popular a los planes de admitir a trabajadores inmigrantes de un lejano país asiático. En una esfera pública estrictamente censurada, es imposible criticar a las autoridades de manera abierta, pero la hostilidad contra los “extranjeros” parecía aceptable, al menos hasta ahora. “Lo más probable es que la razón principal [del descontento de los bielorrusos] sea la oportunidad de desahogar la frustración y la ira acumuladas ante la situación general” en Bielorrusia, explica Korszunov. La manera más fácil de hacerlo es apuntar su desahogo contra los extranjeros.
Cifras bajas
La crisis demográfica, la escasez de mano de obra, la migración como una solución… todo esto crea un nuevo debate en países que suelen ser percibidos como una fuente de emigrantes que abandonan su país en búsqueda de trabajo y de una mejor vida. Algunos de estos lugares son Moldavia, Armenia, y Georgia. Los tres son países pequeños plagados de economías débiles e inestabilidad política, que no hacen más que impulsar a sus ciudadanos a emigrar.
Más o menos en el mismo período durante el cual el “asunto pakistaní” se estaba desatando en Bielorrusia, la página web georgiana Sova publicó un extenso informe de Filip Cereteli sobre los inmigrantes de Asia meridional en Georgia. Muchos de los recién llegados son estudiantes extranjeros que además suelen tener grandes logros en los campos médicos. Cereteli explica que “en el año escolar 2024/2025, hay 20 319 estudiantes provenientes de la India (16 715 en instituciones privadas y 3604 en instituciones públicas) y 1186 estudiantes de Pakistán (871 en instituciones privadas y 315 en instituciones públicas) que están estudiando en universidades georgianas. Los estudiantes indios ocupan sistemáticamente el primer lugar entre todos los estudiantes internacionales en Georgia. La mayoría eligen programas de medicina, que suelen ofrecer una combinación de precios relativamente asequibles, enseñanza del inglés y diplomas reconocidos internacionalmente.
Además de estudiantes, señala Cereteli, Georgia está atrayendo a otra categoría de migrantes de Asia meridional: “quienes llegan para ganar dinero. Trabajadores, repartidores, obreros de la construcción, personal de limpieza y cocineros”.
Ambos grupos —estudiantes provenientes de familias indias y pakistaníes más adineradas y sus compatriotas con menos medios económicos que llegan para trabajar— sufren de racismo. Esto suele manifestarse como una renuencia de la población local a alquilar alojamientos o a proporcionar otros servicios. Georgia también ha desahogado sus sentimientos negativos sobre los recién llegados en las redes sociales. El que numerosos georgianos vivan y trabajen en el extranjero no parece influir en las actitudes hacia los inmigrantes. De hecho, esto no tiene por qué ser tan sorprendente.
Es poco importante si un país es pobre o rico, democrático o autoritario, o si manda a migrantes al extranjero o los recibe. La migración, que ha sido una experiencia humana universal desde tiempos inmemoriales, siempre constituye una fuente de nuevas jerarquías y ciclos de discriminación.
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