No cerremos la puerta a Kiev

Aunque la reciente condena de la que fuera impulsora de la “revolución naranja”, Yulia Timoshenko, plantee dudas sobre la independencia de la justicia ucraniana, la UE no debe renunciar al diálogo con Kiev, que sigue manteniendo su vocación europea.

Publicado en 25 octubre 2011 a las 16:06

La prensa europea ha recogido y comentado ampliamente la decisión del 11 de octubre de condenar a la ex primera ministra Yulia Timoshenko a siete años de prisión. Desde la llamada "revolución naranja", puede que sea la primera vez que los acontecimientos de la política interior de Ucrania, un país de 45 millones de habitantes, ocupen las portadas de la actualidad internacional.

Si bien los Gobiernos de la UE y de Estados Unidos han adoptado ante esta decisión de la justicia una posición firme, la reacción de la sociedad ucraniana ha sido tibia. No sirve de nada cargar todo a las espaldas del presidente Victor Yanukóvich, que ocupa el poder desde hace un año y medio. Sin embargo, convendría admitir que lo que ocurre actualmente en este país es el resultado previsible y lógico de la evolución de Ucrania en los últimos veinte años.

Una sociedad apática

El hecho de que el sistema judicial ucraniano aún se rija por normas que se remontan a la época soviética, demuestra una vez más la importancia de las reformas que debería acometer este país. El público europeo no era consciente de la complejidad de la situación interior en Ucrania hasta que se pronunció la sentencia, pero a los ciudadanos ucranianos no les sorprendió esta decisión. De hecho, están acostumbrados a luchar contra un sistema burocrático y a permanecer atentos, independientemente de quién gobierne el país.

Las esperanzas que habían depositado los ucranianos en los partidos que llegaron al poder tras la “revolución naranja” (2004) y que al final no se hicieron realidad, han hecho que la sociedad se vuelva apática. En dos ocasiones más, las elecciones (en 2006 y 2007) garantizaron la mayoría en el Parlamento de los “partidos naranjas”, pero las incesantes peleas y la falta de reformas acabaron minando la confianza que tenían en ellos.

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Después de todo, el ejemplo de Ucrania demuestra lo vano e irrealista que resulta instaurar la democracia y el Estado de derecho en un país que carece de experiencia en estos ámbitos, aunque Ucrania siempre haya demostrado querer aprender y abrirse. Sin duda, la responsabilidad recae ante todo en los ucranianos, pero tampoco hay que excluir la influencia que pueden ejercer las fuerzas extranjeras en la evolución de un país.

Sin una contribución significativa de las diferentes organizaciones internacionales en la adopción de reformas en los países de Europa Central y Oriental, lo más probable es que algunos de ellos no lleguen a ser miembros de la UE. Esta situación no es ninguna novedad: tras la Segunda Guerra Mundial, los viejos países de Europa tampoco habrían logrado salir de su situación sin la ayuda exterior o sin su implicación en la construcción europea.

Estonia: la clave para acerca Ucrania a la UE

La opción de integrarse a Europa la tomó Kiev desde mediados de la década de los noventa, una opción que todos los presidentes ucranianos han apoyado. Por su parte, Europa lleva intentando desde hace veinte años retrasar los avances del país hacia ella, ya que consideraba que Ucrania era una zona gris o un cordón sanitario [con respecto a Rusia]. La ampliación hacia el Este ha continuado con la construcción de un nuevo muro que se detiene ante Ucrania.

Y precisamente ahora es cuando las relaciones entre la UE y Ucrania estaban atravesando una etapa importante: el acuerdo de asociación, cuyos aspectos técnicos se pactaron el 20 de octubre y en cuyo contexto se podría crear una zona de mercado libre de aquí a finales de año, impediría que Ucrania volviera al estancamiento postsoviético.

Ante la condena de Yulia Timoshenko, Ucrania y la Unión Europea deben elegir: aplazar o incluso abandonar las negociaciones o imponer sanciones, lo que aislaría aún más a Ucrania. De este modo, Bruselas continuaría la política del aplazamiento que ha llevado hasta ahora. Pero para superar esta situación crítica, las dos partes deben seguir dialogando directamente y buscar compromisos.

Aquí es donde los nuevos países miembros, como Estonia, tienen una importante función que desempeñar, pues comprenden mejor las realidades del espacio postsoviético y las dificultades que implica la transición. Tallin apoya desde hace mucho tiempo la adhesión de Ucrania a la UE. Y la implantación del Centro de la Asociación Oriental, en el que Estonia comparte su experiencia con los funcionarios de los países asociados, es un signo alentador. Todos estos pequeños pasos, que deberían aumentar en el futuro, constituyen uno de los medios más eficaces para acercar a Ucrania a los demás miembros de la Unión. Los intentos de aislar a Ucrania tendrán el resultado contrario.

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