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No más negociaciones a puerta cerrada

Aislada del público y carente de liderazgo político, al sociólogo Frank Furedi apenas le sorprende que la burocracia de la UE se encuentre tan desvalida a la hora de afrontar la crisis de la Eurozona, que amenaza ahora con hundir el propio proyecto europeo.

Publicado en 21 julio 2011 a las 15:45

El descenso en la cotización del euro en los mercados de divisas apunta a la posibilidad de que la Unión Europea no sobreviva a la expansión de su deuda soberana tal y como ocurre actualmente. Sin embargo, quienes diseñan las políticas europeas rechazan asumir su responsabilidad en este asunto y se muestran reticentes a la hora de decidir si llevan a cabo acciones que traten de contenerla.

Quienes diseñan las políticas a veces incurren en lo que se suele denominar dejación de funciones. Los funcionarios europeos han perfeccionado la puesta en práctica de eludir responsabilidades; de hecho, la han convertido en todo un arte.

En los últimos años, cuando hablaba con quienes trabajan en los círculos de Bruselas, a menudo me sermoneaban sobre el irritante euroescepticismo británico. Durante los meses que sucedieron a la primera etapa de la crisis del euro, su decepción se volcó en Alemania. De repente, el unilateralismo alemán se convirtió en el espectro que inquietaba a la clase política europea. En ocasiones, se llegaba incluso a escuchar que los alemanes estaban tratando deliberadamente de transformar la pequeña crisis económica de Europa en una verdadera crisis, con el objetivo de extender y consolidar su influencia sobre todo el continente.

El final de una era

Eso era antes. En las últimas semanas, tras la degradación de la calificación de la deuda soberana de Portugal hasta alcanzar el rango de basura, el parecer europeo se ha transformado en un torrente de improperios contra las tres mayores agencias de calificación estadounidenses: Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch. De repente, a estas agencias se les acusa de conspirar maliciosamente para destruir Europa.

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El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, asumió con premura el liderazgo de este deprimente juego de acusaciones, culpando a Moody’s de ser la responsable del aprieto económico de Portugal. Denunció el análisis que la agencia había realizado de la crisis financiera de Portugal y lo tildó de tendencioso y especulativo.

El rechazo de Barroso de encarar la crisis financiera de Europa es una posición que comparte un gran número de dirigentes europeos. Sin embargo, rara vez exponen con convicción su análisis alternativo, su juego de acusaciones. De hecho, en las últimas semanas, la impresión que tengo al hablar con gente en Bruselas es que consideran que Grecia es solo el comienzo y que lo que está en juego no es únicamente el euro, sino el proyecto europeo en su conjunto. A lo largo de los últimos cinco años he acudido con asiduidad a Bruselas, pero es la primera vez que mis interlocutores revelan sus miedos de que la crisis del euro sea algo más que una crisis financiera. Sugieren que puede representar también el final de una era.

La UE siempre fue un proyecto elitista

Desde que pasé por Bruselas -la semana pasada-, el euro se ha hundido todavía más en los mercados de divisas y ahora Italia da signos de convertirse en la nueva Portugal, o incluso en la nueva Grecia. Sin embargo, lo que resulta verdaderamente fascinante de los últimos acontecimientos no es la crisis financiera sino la parálisis política que afecta a quienes diseñan las políticas de la UE. Tradicionalmente, los políticos se señalan unos a otros inculpándose. El presidente italiano Silvio Berlusconi se ha enfrentado públicamente al ministro de Finanzas, Giulio Tremonti, a pesar de que, sin ninguna duda, comparten que la culpable de mostrar el descalabro económico que atraviesa Italia es una agencia de calificación estadounidense.

La retórica de la aversión hacia la responsabilidad entre quienes diseñan las políticas de Europa está avalada por la asimilación de que su institución carece tanto de la autoridad como de los recursos políticos necesarios para afrontar a la actual crisis. Resulta importante recordar que la UE es una institución tecnócrata que siempre ha superado los desafíos cerrando tratos con prisa y a puerta cerrada.

Desde su concepción, la UE fue un proyecto elitista de gestión que era capaz de elaborar y promover su agenda sin necesidad de responder directamente ante la presión popular. Las decisiones nunca se tomaron a través de un debate público y la mayoría de las leyes comunitarias se formulan en cientos de grupos de trabajo secretos establecidos por el Consejo de la UE. La mayoría de las reuniones del Consejo de Ministros se celebran en privado; y es en la Comisión Europea, órgano no electo de la UE, sobre la que recae el derecho exclusivo de iniciativa legislativa.

La crisis requiere liderazgo político

La característica más peculiar de la gobernanza de la Unión Europea es que de manera sistemática se ha mantenido a través de una toma de decisiones aislada. Durante décadas la clase dirigente política de la Unión Europea ha creado conscientemente instituciones que podrían aislarla del tipo de presión pública al que se ven sometidos los parlamentos democráticos.

La toma de decisiones invisible permitía la presencia en Bruselas de un variado conjunto de actores políticos, presentes también en las capitales de los Estados europeos, para evitar asumir la responsabilidad de tomar decisiones impopulares. De hecho, quienes diseñan las políticas se aislaron para no tener que rendir cuentas de las consecuencias que acarreaban sus propias decisiones.

El prerrequisito para manejar el declive del euro es que la gestión de crisis sea ejercida a través del liderazgo político. Requiere que los líderes políticos digan verdaderamente qué sucede y salgan a recabar el apoyo en las duras medidas necesarias para restaurar la estabilidad económica. El liderazgo político no es únicamente un elemento deseable. Es esencial. Porque si no se consigue el apoyo de una gran parte del electorado europeo, será realmente difícil que las instituciones comunitarias consigan restaurar el orden financiero en Europa.

Un déficit democrático

Lamentablemente, la clase dirigente de la UE adolece de liderazgo. Quienes diseñan las políticas están acostumbrados a maniobrar entre bambalinas y rara vez pueden reinventarse y transformarse en líderes persuasivos.

Resulta irónico que todavía hoy numerosos defensores de la UE rechacen reconocer las consecuencias negativas del déficit democrático de la UE. Amartya Sen, catedrático de la Universidad de Harvard y economista galardonado con el premio Nobel, acusó recientemente a las agencias de calificación de minar la credibilidad de gobiernos legítimos y también les culpó de marginar la tradición democrática de Europa. Se opone con vigor al poder sin ninguna oposición que caracteriza a las agencias de calificación y a su capacidad de emitir órdenes unilateralmente. Pero nada dice sobre los dictados unilaterales de Bruselas.

Las agencias de calificación tienen sin duda una agenda propia, y, desde luego, no son más democráticas que la Comisión Europea; pero ha sido su acierto el haber obligado a la UE a enfrentarse al mundo real.

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