Durante el curso de su larga obsesión por salirse de la Unión Europea, el Partido Conservador se ha perjudicado frecuentemente. Ha perdido cuatro líderes y tres elecciones, en parte por hacer hincapié en ese asunto. No obstante, no hay nada en esa irrisoria historia que resulte más desconcertante que la experiencia que tuvo la semana pasada David Cameron en Estados Unidos.
El primer ministro conservador realizó un viaje de tres días para presionar a la superpotencia en dos temas sobre los que quiere insistir cuando Gran Bretaña celebre la cumbre de los G-8 el próximo mes: poner cese al derramamiento de sangre en Siria y establecer un acuerdo putativo de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea. Ese acuerdo, que liberaría una tercera parte del comercio global, sería especialmente beneficioso para Gran Bretaña, ya que, además de ser el mayor inversor en Estados Unidos, es el principal destinatario de las inversiones estadounidenses. Cameron asegura que podría suponer unos ingresos de 10 mil millones de libras al año. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, los conservadores euroescépticos emprendieron una nueva campaña para abandonar la UE y, de ese modo, privar quizá a Gran Bretaña de ese premio.
La noticia tiró por la borda gran parte del interés de los medios británicos por lo que intentaba conseguir Cameron. Los periodistas británicos que le acompañaron en su viaje deseaban saber qué pensaba el premier de los dos ministros del gabinete que afirmaron que, a menos que renegocie los términos de la adhesión de Gran Bretaña a la Unión Europea, como ha asegurado que va a hacer, votarán su salida en el referéndum que también ha prometido. También quisieron saber qué pensaba Barack Obama al respecto. “Creo que la participación del Reino Unido en la UE es una manifestación de su influencia y su rol en el mundo”, dijo con desaprobación. Luego, sin embargo, añadió un comentario más amistoso sobre la estrategia europea de Cameron. “El punto de vista de David me parece acertado, ya que se debe intentar solucionar las desavenencias antes de romper una relación”, dijo. “A mí al menos me interesaría ver si las reformas funcionan antes de emitir un juicio final”.
Los euroescépticos británicos se sintieron muy animados por ese comentario. Por el contrario, Philip Gordon, el secretario estadounidense de Estado adjunto para Europa, había afirmado que la adhesión de Gran Bretaña a la UE es “esencial y crítica para Estados Unidos”. Un claro rechazo a la estrategia de Cameron, que se publicó poco después, y que no fue del agrado para los escépticos.
Como leales atlantistas, muchos tienden a pensar que Estados Unidos es una razón para abandonar la UE, no para permanecer en ella. Aunque algunos confunde los lazos históricos entre Gran Bretaña y Estados Unidos como una alternativa similar a la adhesión a la UE, los consideran una especie de cómodo manto geopolítico: una promesa del respaldo estadounidense por el esfuerzo británico para forjar nuevos lazos comerciales fuera de la UE. Algunos sueñan con crear una “angloesfera” de comercio libre entre hablantes ingleses con una mentalidad parecida. Por eso, escuchar a Obama ofrecer un tentativo respaldo a la idea de que se podían “romper” los lazos de unión entre Gran Bretaña y la UE fue motivo de una modesta celebración atlantista. La mayoría de los diarios británicos lo han considerado como un signo de apoyo a la estrategia de Cameron.
Nada más lejos de la realidad. Estados Unidos, como dijo claramente Obama, cree que Gran Bretaña es mucho más influyente dentro de la UE, por eso no debe correr el riesgo de abandonarla. Igualmente, cree que la UE es más sólida y abierta si Gran Bretaña continúa formando parte de ella, lo cual es más importante para Estados Unidos que la pequeña Bretaña, un comentario un tanto esquivo para algunos conservadores. De hecho, en lo que concierne a Gran Bretaña y Europa, lo que más preocupa a Estados Unidos es la eurozona, que apenas implica para nada a Gran Bretaña. Sin embargo, Estados Unidos teme que si Gran Bretaña se sale de la UE, otros sigan su ejemplo, lo cual incrementaría las probabilidades de que desaparezca la eurozona. El tono complaciente de Obama no representó una disminución de esa preocupación.
Que los atlantistas conservadores no se sientan aún más aplastados por el escaso aprecio que muestra Estados Unidos por Gran Bretaña indica lo ilusos que son. Para consolarse, algunos se aferran a la creencia de que un presidente republicano, al estar ideológicamente en más sintonía con ellos, mostraría un mayor respeto por Gran Bretaña. Es cierto que Obama no siente una simpatía instintiva por ese país, como ha demostrado, sorprendente y desagradecidamente, al no enviar ningún representante oficial para que asistiese al funeral de Margaret Thatcher. Aun así, resulta difícil imaginar a un republicano tomando más seriamente a Gran Bretaña. Su descenso en el orden de prioridades estadounidense refleja principalmente cómo están cambiando las relaciones entre ambos países.
En el campo de la inteligencia, ambos continúan siendo aliados y mantienen estrechos lazos militares. Sin embargo, el cercano final de las guerras emprendidas por George Bush —ambos países retirarán el próximo año sus tropas de Afganistán—, hace que esos vínculos cobren menos importancia. Además, Estados Unidos es cada vez menos europeo, tanto étnica como culturalmente; y los recuerdos de las tres guerras del siglo veinte, dos calientes y una fría, que tuvieron lugar en Europa son cada vez más borrosos. Todo eso influye para que no se mantenga una relación tan especial con Gran Bretaña.
Cameron no se siente tan inquieto por ese cambio como sus más recientes antecesores. A diferencia de Tony Blair, es más realista sobre los límites del poder británico. Y a diferencia de Gordon Brown, no abruma al presidente estadounidense para que le conceda más atención de la que le presta. El presidente Obama lo agradece —los dos líderes se llevan bastante bien—, lo cual es otra razón para las palabras conciliadoras que pronunció sobre la estrategia europea de Cameron. Que a éste le sirvan de ayuda a largo plazo ya es otra cuestión. La visión de los atlantistas de un futuro sin Europa para Gran Bretaña es una ilusión, y habría sido mejor que el presidente Obama no lo hubiese expresado tan ambiguamente.
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