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Sálvennos de nuestros salvadores

El próximo 17 de junio es probable que los votantes rechacen a esos partidos políticos que están muy próximos a los tecnócratas y a los organismos financieros que abogan por la austeridad y que, como muchos temen, están suplantando a la democracia. Por eso debemos apoyarlos.

Publicado en 1 junio 2012 a las 11:41

Imagine una escena de una película nada utópica que describa nuestra sociedad en un futuro cercano. Guardas uniformados patrullan de noche por calles medio desiertas en el centro de una ciudad, a la búsqueda de inmigrantes, delincuentes y vagabundos. A los que encuentran les propinan palizas. Aunque parece una disparatada ocurrencia de ficción de Hollywood, esto sucede hoy en día en Grecia.

Por la noche, y se cree que con el apoyo del 50% de la policía de Atenas, vigilantes del movimiento neofascista Amanecer Dorado, que niega el holocausto y que consiguió un 7% de los votos en la primera vuelta de las últimas elecciones, patrullan las calles y apalean a todos los inmigrantes que encuentran a su paso. Ataviados con camisas negras la emprenden a golpes con afganos, pakistaníes o argelinos. Así es como se protege Europa en la primavera de 2012.

La pega de defender la civilización europea frente a la amenaza inmigrante es que la ferocidad de la defensa supone una mayor afrenta a la ‘civilización’ que la presencia de no importa cuántos musulmanes. Con defensores tan amables como estos, Europa no necesita enemigos. Hace un siglo, Gilbert Keith Chesterton describió claramente la situación de punto muerto en la que convergen los críticos de la religión: “Los hombres que empiezan a luchar contra la iglesia por el bien de la libertad y la humanidad terminan por abandonar la libertad y la humanidad, aunque solo sea para seguir luchando contra la iglesia… Los secularistas no han destruido las cosas divinas, sino las cosas seculares, si les sirve de consuelo”.

Una alternativa real

Numerosos guerreros liberales están tan ávidos por luchar contra el fundamentalismo antidemocrático que terminan por prescindir de la libertad y de la democracia si con ello consiguen combatir el terror. Si los ‘terroristas’ están preparados para arruinar este mundo por amor al prójimo, nuestros guerreros contra el terror están preparados para acabar con la democracia por odio hacia ese prójimo musulmán. Algunos aman tanto la dignidad humana que están dispuestos a legalizar la tortura para defenderla. Se produce una inversión del proceso en el que los fanáticos defensores de la religión empiezan atacando la cultura secular contemporánea y acaban sacrificando su propia identidad en su afán por erradicar esos aspectos del secularismo que tanto odian.

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Aunque los defensores griegos anti-inmigrantes no son el peligro más acuciante. Ellos son simplemente una consecuencia de la verdadera amenaza, la política de austeridad que ha generado el atolladero de Grecia. La segunda vuelta de las elecciones griegas se celebrará el 17 de junio. La clase dirigente europea nos advierte de que estas elecciones son cruciales. Y no está en juego solo el destino de Grecia, sino puede que también el de Europa en su conjunto. Un resultado, el correcto según sus cálculos, permitiría que aplicando austeridad se continuase en el doloroso, aunque necesario, proceso de recuperación económica. La alternativa, si gana la coalición de ‘extrema izquierda’ Syriza, sería votar a favor del caos, abocaría al fin del mundo (europeo) tal y como lo conocemos.

Los catastrofistas llevan razón, pero no en lo que ellos creen. Quienes critican los procesos democráticos actuales se quejan de que las elecciones no ofrecen alternativas reales. Lo que se nos plantea es que escojamos entre un partido de centro-derecha y otro de centro-izquierda que tienen programas casi idénticos. El 17 de junio sí que habrá una alternativa real, se decidirá entre los líderes asentados (Nueva Democracia y Pasok), por una parte, y Syriza, por otra. Y, como suele pasar cuando hay verdaderamente dónde elegir, quienes están en el poder tienen miedo. Si no se opta por lo correcto, reinará el caos, se instaurará la pobreza y se desencadenará la violencia.

Pánico o solidaridad

La mera posibilidad de que Syriza gane ya se ha transformado en oleadas de miedo en los mercados globales. Las prosopopeyas ideológicas tienen su momento. Los mercados hablan como si fuesen personas, manifiestan su ‘preocupación’ por lo que sucederá si las elecciones no consiguen que se forme un Gobierno que mantenga el programa de austeridad y de reforma estructural impuesto por la UE y el FMI. Los ciudadanos griegos no tienen tiempo para preocuparse por estos vaticinios. Ya tienen bastante con preocuparse por su día a día, porque están llegando a un extremo de una miseria tal que Europa no había conocido desde hace décadas.

Estas predicciones tienden a cumplirse, porque crean pánico y de ese modo hacen que eso contra lo que advertían se convierta en realidad. Si Syriza gana, los líderes europeos en el poder esperarán que aprendamos la lección por la malas, que sepamos qué pasa cuando se intenta romper el círculo vicioso entre la tecnocracia de Bruselas y el populismo antimigratorio. Por eso, en una entrevista reciente, Alexis Tsipras, el líder de Syriza, ha dejado claro que su prioridad más importante, en caso de que Syriza gane, será contrarrestar el pánico. "La gente superará el miedo. No sucumbirá ante él, no serán chantajeados”, dijo.

Syriza tiene ante sí una misión casi imposible. No son la voz de la ‘locura’ de la extrema izquierda, sino la de la razón hablando en contra de la locura de los mercados. Con su disposición a hacerse con el poder, han desterrado el miedo de la izquierda a ocupar el asiento de mando. Tienen el valor de arreglar el desastre que otros han creado. Tendrán que actuar con una maravillosa conjunción de ideales y pragmatismo, de compromiso democrático y de estar dispuestos a actuar con premura y determinación donde sea necesario. Para que tenga la más mínima posibilidad de éxito, necesitan un despliegue de solidaridad paneuropeo: no sólo recibir un tratamiento decente por parte de cualquier otro Estado europeo, sino también más ideas creativas, como la promoción del turismo solidario este verano.

Una nueva 'herejía' para Europa

En su obra Notas para la definición de la Cultura, T.S. Eliot observó que hay momentos en los que única elección posible estriba entre ser hereje o no creer, por ejemplo, cuando la única manera de mantener viva una religión es realizar una escisión sectaria. Hoy en día, Europa se encuentra en esta tesitura. Únicamente una nueva ‘herejía’, representada en estos momentos por Syriza, puede salvar lo que merece la pena preservar del legado europeo: la democracia, la confianza en la gente, la solidaridad igualitaria etc. La Europa en la que nos encontraremos, si a Syriza le ganan la partida, es una ‘Europa con valores asiáticos’, lo que, por supuesto, no tiene nada que ver con Asia, sino que está totalmente vinculado a la tendencia del capitalismo contemporáneo a anular la democracia.

He aquí la paradoja sobre la que se sustenta el ‘voto libre’ en las sociedades democráticas: uno es libre de escoger, a condición de que se decante por la elección correcta. Por eso, cuando triunfa la alternativa que no lo es, como fue el caso de Irlanda al rechazar la constitución de la UE, esa opción se tacha de error y los líderes asentados solicitan de inmediato que se repita el proceso ‘democrático’ para que dicho error pueda enmendarse. Cuando a finales del año pasado Yorgos Papandreu, primer ministro griego por aquel entonces, propuso un referéndum sobre el pacto para el rescate que ofrecía la eurozona, el propio referéndum se rechazó por ser considerado una alternativa errónea.

Los medios de comunicación ofrecen principalmente dos versiones de la crisis griega: la germano-europea (en la que los griegos son irresponsables, vagos, manirrotos, defraudadores de impuestos etc, y a los que hay que imponerles un cierto control y enseñarles disciplina financiera) y la propiamente griega (en la que nuestra soberanía nacional se ve amenazada por una tecnocracia neoliberal impuesta por Bruselas).

Cuando ya no se puede ignorar por más tiempo la difícil situación que atraviesa el pueblo griego, surgió una tercera versión: los griegos ahora se presentan como víctimas humanitarias que requieren ayuda, como si una guerra o una catástrofe natural hubiese asolado su país. Aunque las tres versiones son incorrectas, se podría decir que la tercera es la más repugnante. Los griegos no son víctimas pasivas: están luchando contra el poder económico europeo, y lo que necesitan es solidaridad con su causa, porque también es la nuestra.

Grecia no es una excepción. Es uno de los campos de pruebas más importante para un nuevo modelo socioeconómico que tiene unas aplicaciones de potencial ilimitado: una tecnocracia despolitizada en la que a los banqueros y a otros expertos se les permite demoler la democracia. Salvando a Grecia de los que se consideran sus salvadores, también estamos salvando a la propia Europa.

Este artículo fue publicado por primera vez en la London Review of Books.

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