Ahora que toda Europa habla en alemán, apréndanse este vocablo, schadenfreude, que tiene su origen también en esa lengua. Significa “regodearse en el mal ajeno”, y no posee traducción en casi ninguno de los otros idiomas, hasta el punto de que casi todos lo han adoptado ya del original. Y si lo han hecho es porque este sentimiento, como es obvio, no es exclusivo de los alemanes. De hecho, es el que predomina en esta triste Europa de nuestros días.
Como se ve por las recientes declaraciones de Monti y de Sarkozy, las desdichas de un país brindan importantes alegrías a otros, que creen exorcizar así sus propias miserias. Nosotros tampoco nos libramos. Recordemos el alivio que sentimos cuando la prima de riesgo italiana superó a la española, o cuando creíamos que las desventuras de Grecia nos apartaban del abismo. Más que fijarnos en nuestras interdependencias, en lo que los une, nos estamos dejando llevar por un impulso de diferenciación narcisista y por las emociones más que por la cabeza.
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