Opinion 25 años del genocidio de Srebrenica

Europa no debería olvidar nunca la responsabilidad de proteger

El 11 de julio de 1995, más de 8.300 hombres y niños bosnios procedentes de la ciudad de Srebrenica, en la actual República Srpska, fueron asesinados por las tropas serbobosnias bajo el mando de Ratko Mladić. Un cuarto de siglo después, Europa debe poner en práctica la responsabilidad de proteger, una parte de su misión en el mundo que no debe descuidar nunca, afirma Roger Casale.

Publicado en 10 julio 2020 a las 12:18
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Srebrenica es una pequeña ciudad europea ubicada al este de la República Srpksa, en Bosnia-Herzegovina, cerca de la frontera con Serbia. En línea recta, se sitúa más o menos a medio camino entre Bolonia y Bucarest.

El 11 de julio de 1995, 8.372 hombres y niños bosnios fueron asesinados sistemáticamente por el ejército serbobosnio bajo el mando de Ratko Mladić, dirigido por Radovan Karadžić, en lo que en ese momento era un “lugar seguro” según la ONU. Fue el primer acto de genocidio en suelo europeo desde el Holocausto.

Mladić y Karadzižić (que cursó parte de sus estudios en psiquiatría en la Universidad de Columbia en Nueva York) fueron condenados a cadena perpetua debido a sus creencias por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia.

Hoy, que conmemoramos el 25 aniversario del genocidio de Srebrenica, ¿cuál es la situación?

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Serbia es candidata a ingresar en la Unión Europea. Bosnia-Herzegovina es un país independiente, aún bajo supervisión internacional parcial, formado por la Federación bosnio-croata y la República bosnio-serbia.

A pesar de los Acuerdos de Paz de Dayton, las dos entidades no han estrechado lazos. Los líderes serbobosnios generalmente describen Bosnia-Herzegovina como un Estado fallido y plantean la posibilidad de la secesión.

“Ciudad desierta”

Según Andreas Trenker, que visitó Srebrenica en 2018, la ciudad “da la sensación de estar desierta”. Es una antigua ciudad balneario cuyo sector turístico y económico nunca ha llegado a recuperarse. De sus 36.000 habitantes, hoy en día solo quedan 5.000.

Para mi generación, marcada por la caída del Muro de Berlín en 1989, la pasividad de Occidente en Bosnia dejó un poderoso legado, aunque en ese momento no tuviésemos poder para actuar. A muchos de nosotros, incluyéndome a mí, nos llevó a meternos en política.

Fui elegido candidato en 1996 y entré en la Cámara de los Comunes como diputado del Partido Laborista en 1997. Cuando llegué, como muchos otros de mis colegas elegidos en aquella época, adopté una postura mucho más intervencionista con respecto a la política mundial, empezando por nuestro apoyo a los ataques aéreos de la OTAN en Kosovo.

Tres años después de Srebrenica, Europa estaba en guerra en un conflicto en el que el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) se enfrentaba al régimen serbio de Slobodan Milošević (1945-2006). La OTAN intervino sin el respaldo de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU con el fin de garantizar la seguridad de 1,8 millones de albanokosovares a los que Milošević había prometido echar de sus hogares.

Momento decisivo

Fue un momento decisivo en las relaciones internacionales de posguerra. Por primera vez, la OTAN no intervino para responder a una amenaza contra un Estado miembro, sino para evitar una crisis humanitaria, es decir, con el único objetivo de proteger. Posteriormente, se sancionaron intervenciones militares para proteger las zonas de exclusión aérea en el norte de Irak y en Sierra Leona.

Durante la guerra de Irak, gran parte de la autoridad moral de usar la fuerza para proteger los derechos humanos desapareció. En 2011, Francia y Reino Unido intervinieron para prevenir el asesinato de cientos de miles de civiles en Bengasi, Libia. Pero, al igual que ocurrió en Irak, el cambio de régimen trajo consigo consecuencias inesperadas que desde entonces han ocasionado la retirada de los gobiernos occidentales de estas intervenciones.

Incluso tras el uso de armas químicas en el régimen sirio, o las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en Yemen, Occidente no ha intervenido. ¿Dónde están los gobiernos occidentales que se alzan para detener al verdugo o para prevenir la matanza de inocentes? En Birmania presenciamos la macabra paradoja de que un Premio Nobel esté acusado de complicidad en el supuesto genocidio del pueblo Rohinyá.

Más cerca de casa, a solo unos cientos de kilómetros de Srebrenica, el presidente de Kosovo Hashim Thaci y otros nueve antiguos combatientes separatistas acaban de ser imputados por una serie de crímenes contra la humanidad durante y después de la guerra de la independencia entre Kosovo y Serbia, entre 1998 y 1999.

Diálogo entre Serbia y Kosovo

Aunque ya no se incluye en las conversaciones al presidente Thaci debido a las acusaciones, el diálogo entre Serbia y Kosovo, organizado por la UE, está a punto de reanudarse. Francia y Alemania han organizado una cumbre virtual y han programado una reunión entre el Primer Ministro kosovar Avdullah Hoti y el Presidente serbio Alexandar Vucic en Bruselas el 10 de julio, el día antes del aniversario de Srebrenica.

Fuera de Europa, los grandes agentes de la política mundial no parecen interesarse por las reglas del derecho internacional. La ONU adoptó en 2005 el compromiso político mundial de “responsabilidad de proteger” tras los genocidios en Bosnia y en Ruanda. ¿Significa esto algo para líderes como Xi Jinping, Donald Trump o Vladimir Putin?

Como europeos valoramos que se respeten las normas de derecho internacional y de los derechos humanos. No obstante, deberíamos alegrarnos de cuánto hemos progresado. Desde el genocidio de Srebrenica, ha habido un crecimiento tanto en el alcance de los tribunales criminales internacionales como en los casos de crímenes de guerra. Muchos de ellos han sido impulsados por abogados, instituciones europeas y Estados miembros europeos.

Veinticinco años después, el testimonio que damos hoy del genocidio de Srebrenica debe animarnos a seguir luchando para que los que cometen crímenes de guerra o contra la humanidad sean llevados ante la justicia, sin importar quiénes sean ni dónde estén.

Asimismo, debemos seguir trabajando para que se respete el derecho internacional y que la responsabilidad de proteger se ponga en práctica. Es una de las misiones de Europa en el mundo que nunca debe descuidarse. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará? Si no lo hacemos ahora, ¿entonces cuándo?

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