En el pueblo de Armash, a cien kilómetros al sur de la capital, Ereván, Anishit (su nombre real se ha cambiado para su seguridad) mira la enorme bandera que ondea en la cresta de la montaña que se eleva cerca de su casa. Pero no luce las líneas roja, azul y naranja de la bandera de Armenia, sino las azules, rojas y verdes de Azerbaiyán. “Estamos atrapados en esta frontera. Por eso tenemos miedo”, dice la jubilada mientras sigue dando de comer a sus gallinas.
En la encrucijada que forman Turquía, Irán, el enclave azerbaiyano de Najicheván y Armenia, los pocos pueblos del valle están atrapados en un caos. A cuatro kilómetros de Armash, las fuerzas de Ereván y Bakú se enfrentan, separadas por la carretera E117 que, partiendo de Rusia, serpentea hacia Irán, evitando con cuidado pasar por Azerbaiyán.
Desde las trincheras, los beligerantes se vigilan unos a otros mientras la carretera sigue siendo utilizada a diario por camiones que parecen de otra época. Al pie del monte Ararat, que se alza al fondo, las posiciones permanecen congeladas y las casamatas siguen ocupadas. Las siluetas de los soldados se vislumbran por detrás de los sacos terreros.
Anishit se negó a decir nada más sobre esta triste escena. A modo de respuesta, acabó por apuntar hacia un edificio unas cuantas calles más abajo. Una bandera blanca, azul y roja ondeaba sobre un barracón prefabricado ocupado por fuerzas rusas. Desde 2020, Moscú ha desplegado varios miles de guardias fronterizos en Armenia.
Con el acuerdo de Ereván, se han desplegado tropas rusas en cinco provincias para hacer cumplir los términos del alto el fuego acordado con Azerbaiyán tras el conflicto de 2020 en Nagorno-Karabaj. “Hoy solo tenemos un sueño: ser armenios y vivir aquí”, concluye Anishit antes de volver a entrar en su granja.


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