Frank Higgins, de unos cincuenta años, viste un bonito uniforme verde del regimiento británico de Irlanda del Norte y lleva una boina verde con una borla sobre la cabeza. Sobre la tumba de los legionarios polacos de la Primera Guerra Mundial, deposita el primer crisantemo. "Pilsudski, ¿se acuerdan de quién era Pilsudski?" [Se refiere el mariscal Józef Pilsudski, fundador de la Polonia independiente tras la Primera Guerra Mundial] Todo el mundo asiente, como si la pregunta se refiriera a la reina de Inglaterra. En el grupo, varios jóvenes llevan tatuajes.
Entre ellos está Stuart, un electricista que cuando visite el cementerio militar del barrio Rakowice en Cracovia romperá a llorar sobre las tumbas de los aviadores polacos. También está Mark, que trabaja para un constructor aeronáutico y forma parte del Red Hand Commando, un grupo paramilitar de Belfast oficialmente desarmado hace un año. Entre la visita de Wawel [el castillo real de Cracovia], la excursión a las minas de sal de Wieliczka y las charlas con estudiantes polacos en los pubs de la ciudad, Mark reflexiona sobre qué hacer para evitar los graves problemas a los que se enfrentan los 30.000 inmigrantes polacos que viven en el Ulster.
Los polacos no tienen que hacer gran cosa para sufrir problemas, ya que la mayoría de ellos se instala en el feudo de los protestantes del este de Belfast. "Los alquileres en esa zona son más asequibles que en los barrios católicos", explica Aleksandra Lojek-Magdziarz, de la Asociación Polaca de Belfast. En la primavera de 2009, a la salida de un partido en el que se enfrentaba Irlanda del Norte contra Polonia, los seguidores de Polonia, de Gales y de Escocia destrozaron el centro de la ciudad de Belfast.
Los paramilitares irrumpen en la veladas polacas
En respuesta a estos actos, una serie de grupos paramilitares protestantes derribaron 150 casas polacas. "La mayoría de las víctimas eran familias polacas inocentes", confirma Maciej Bator, director de la Asociación Polaca en Irlanda del Norte. No obstante, admite que los polacos no siempre son totalmente inocentes en los conflictos que les enfrentan con los protestantes. La mayoría de las veces, las discrepancias están relacionadas con fiestas nocturnas en las que consumen grandes cantidades de alcohol.
Lo peor es que los polacos ni siquiera se dan cuenta del riesgo al que se exponen al burlarse de las normas de la convivencia del barrio. "No se llama a los funcionarios ni a los policías para que intervengan en caso de problemas de vecindad en Belfast, sino a los miembros de los grupos paramilitares, que oficialmente depusieron las armas hace unos años", explica Kacper Rêkawek, politólogo en la Escuela Superior de Psicología Social de Varsovia y autor de una serie de publicaciones sobre el conflicto en Irlanda del Norte.
No es extraño ver cómo hombres vestidos de civiles, a veces provistos de kalachnikovs, irrumpen en las veladas polacas y dejan a los inmigrantes veinticuatro horas para encontrar otro sitio donde vivir. ¿Es sólo el jaleo de estas juergas lo que molesta a sus vecinos protestantes? "Aunque la llegada masiva de los polacos a Belfast se produjera hace ya seis años, un gran número de ellos sigue sin hablar inglés y ni siquiera responden a fórmulas de educación, porque no las comprenden", constata Maciej Bator.
Sentado en un restaurante de Cracovia, ante su plato de remolachas fritas, algo que por lo general no le gusta, Frank Higgins sueña con una tolerancia condescendiente. Cuando tenía nueve años, se trazó la Línea de Paz entre Shankill Road y Falls Road. Se levantó un muro de hormigón armado, de cinco metros de alto, sembrado de alambres de espino para evitar el lanzamiento de botellas llenas de gasolina. Y así, a lo largo de cerca de tres kilómetros, con una reja de acero cada 100 metros.
Del alambre de espino de Belfast a Auschwitz
La Línea de Paz convirtió a Belfast en una ciudad en guerra cerca de 20 años. Las barricadas de Falls Road estaban bajo el mando del IRA, las de Shankill Road se las repartían los lealistas del Ulster Defence Association (UDA), el Ulster Volunteer Force (UVF) y el Red Hand Commando. Éste último es al que pertenece Mark, que se ha convertido en líder informal de su comunidad de Carrickfergus, una pequeña ciudad del Ulster repleta de lealistas protestantes y polacos católicos.
Mark probablemente jamás hubiera aterrizado en Polonia si Frank Higgins no hubiera comparado los alambres de espino de Belfast a los de Auschwitz. Tras dejar el ejército, transcurrieron varios años hasta que pasó de la fase de soldado y de obrero en el astillero naval a la de profesor de historia, especializado en historia del Holocausto.
Cuando llegó la hora de la paz en Irlanda del Norte (al menos sobre el papel), Higgins se propuso enviar de viaje a Auschwitz a los paramilitares de Belfast. "Para que pudieran ver la consecuencia del racismo en su forma más pura", explica.
Un pequeño comienzo para grandes cambios
El proyecto empezó a madurar con la aparición de los polacos en el Ulster. "En seguida supe que los inmigrantes polacos podían convertirse potencialmente en las víctimas del racismo en Irlanda del Norte", declara Frank. Y no se equivocó. "Nos echaban la culpa de todos los males del mundo, afirmaban que los católicos polacos les quitaban los empleos y las viviendas a los protestantes", comenta Darius, antes vendedor en un supermercado y actualmente empleado de una empresa de seguridad. "Incluso he oído que éramos responsables de la crisis en Irlanda del Norte".
Por ello, para personas como Mark (que creía que la gente en Polonia se moría de hambre) y Darius (que hace unos años apenas distinguía a un irlandés de un Irlandés del Norte) ha creado Frank Higgins el programa "Thin Edge of the Wedge",que podría traducirse como "un pequeño inicio de grandes cambios".
Ha conseguido que se unan a su causa la Unión Europea, que financia los cursos, así como la Asociación Polaca en Irlanda del Norte, los científicos de la Universidad Jagellonne de Cracovia, el Club del Diálogo de Cracovia y una parte de los diputados polacos. Los cursos de 12 semanas sobre historia del racismo e historia polaca y los talleres de psicología reúnen actualmente a los dirigentes de las organizaciones paramilitares y a antiguos prisioneros (incluidos ex-terroristas) del Ulster. Son las personas a las que más se escuchan en las comunidades de Belfast. Frank tiene la firme intención de formar a cientos de personas procedentes de este entorno en los próximos tres años.
"El talento de Frank es increíble", afirma Alexandra Lojek-Magdziarz. "Ha logrado algo impensable: traer a Polonia a personas repletas de prejuicios negativos sobre el país, que regresan a su hogar convertidos en fervientes admiradores del país del Vístula".
Inmigración
La crisis y los desplumadores de pavos estonios
"¿Son los estonios en parte responsables de la crisis irlandesa?", se pregunta Postimees. El diario estima que si bien el término "responsable" es algo exagerado, quizás sí exista alguna relación. Hace unos años, Irlanda se había convertido para los estonios en sinónimo de trabajo como desplumadores de pavos. Muchos trabajadores procedentes de Europa Central y Oriental se fueron a trabajar a Irlanda, donde el "milagro económico" de los años 90 ofrecía empleos en la construcción o en las granjas con sueldos altos. Como los empleados extranjeros que se instalaban en el país necesitaban un techo, los irlandeses empezaron a comprar inmuebles con los créditos asequibles que ofrecían los bancos, para luego alquilarlos a la mano de obra extranjera. "Así es como nuestros ‘desplumadores de pavos’ contribuyeron, sin saberlo, a consolidar los problemas a los que se enfrenta actualmente Irlanda", concluye Postimees.
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