Tras casi 900 días desde el inicio de la invasión total de Ucrania, el país ha pasado a la ofensiva. El 6 de agosto, el ejército ucraniano atacó el óblast ruso de Kursk, en el norte del país. Desde entonces, Kiev se ha apoderado de diversas localidades, ha afirmado tener control sobre cerca de 1000 kilómetros de territorio ruso y ha reivindicado la destrucción de varias infraestructuras estratégicas. Miles de civiles han sido evacuados por las autoridades locales rusas.
La ofensiva, decidida y orquestada muy en secreto, fue fuente de sorpresa tanto para el Kremlin como para los aliados de Kiev. Si bien el desenlace de esta incursión —así como sus verdaderos motivos— es muy incierto, el resultado obtenido contribuyó a subir los ánimos de las tropas ucranianas, y a la vez reveló las fallas de la primera línea y del mando ruso.
El Kremlin, que ha minimizado la importancia del ataque, promete una respuesta cuando a la vez está mostrando dificultades para movilizar una defensa eficaz. Todavía falta ver si a futuro el ejército ucraniano estará en condiciones de expandir o consolidar su posición en territorio enemigo y de alejar a las fuerzas rusas que han estado mordisqueando —con cierta dificultad— el terreno este del país.
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