Desde su primera gran puesta a prueba, la política exterior de la UE ha sido un constante fracaso. La alta representante de Asuntos Exteriores de la UE, Catherine Ashton, no se ha dejado ver hasta que la dimisión del jefe de Estado egipcio Hosni Mubarak no fue segura. Antes, se dejó desairar por el ministro egipcio de Asuntos Exteriores, algo que no sólo la afecta a ella sino a toda la Unión.
La desconfianza inspira la política exterior común

El desplazamiento de Ashton a Túnez ayer no puede hacer olvidar el lamentable silencio de la diplomacia de la UE, tanto más cuando el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Guido Westerwelle, se le había adelantado. Desde el sábado Westerwelle estaba donde debía estar. Para Alemania —y también para Francia— hay mucho en juego: se trata de sus relaciones económicas y políticas. Cada año, Alemania enviaba 112 millones a Egipto, mientras que Francia enviaba 475 millones a sus antiguas colonias, Argelia, Marruecos y Túnez. No era una ayuda económica totalmente desinteresada, pues este dinero contribuía a estabilizar los regímenes de la región. Berlín y París entienden que sus intereses están en juego, razón por la cual no pueden ceder el terreno a Bruselas. Una prueba suplementaria de la desconfianza que inspira la política exterior común.
Mucho más que un test diplomático

También es urgente saber qué es lo que se les propone a estos Estados. La política de vecindad de la UE o la Unión del Mediterráneo no ha sido hasta ahora más que un placebo sustitutivo de la integración, a sabiendas de que estos países no satisfacen los criterios decisivos de entrada en la UE. Pero si el Magreb y Oriente Medio se convierten en el teatro de una democratización, los Estados de la Unión deberán afrontar sus demandas de integración. Es manifiesto que estos países se encuentran en el vecindario inmediato de Europa. El argumento según el cual el estatuto de miembro puede contribuir a estimular un desarrollo democrático surgirá inevitablemente, igual que surgió en el caso de Turquía.
La UE no está preparada para responder a estas preguntas. Inyectar 17 millones de euros en Túnez no bastará para cortar el flujo de refugiados. La UE debe interrogarse sobre las perspectivas que ofrecen estos países, en particular para los jóvenes. La solución del problema de los refugiados es algo más que una prueba diplomática. De no encontrarla, la UE será parte responsable en una catástrofe humanitaria.
Italia
Una política común, pronto por favor
“Lampedusa está cerca del colapso”, se inquieta La Stampa tras la llegada de varios miles de tunecinos los últimos días. “En el centro de retención, cerrado desde hace dos años, los colchones se amontonan por todas partes. Esta noche, 1.200 personas han dormido en una instalación prevista para 850”.
El periódico lamenta que Europa haya “dejado sola” a Italia. “El proceso de decisión europeo es lento. Por otro lado, lo que llamamos política común no es más que un conjunto de principios generales en los que deben inspirarse los Estados miembros: no hay una auténtica política europea de inmigración. Cada país sigue siendo el encargado de decidir a cuántos inmigrantes permite la entrada, cómo y cuándo les concede la nacionalidad, y cómo controlar los flujos irregulares”, constata el periódico.
En este contexto, apelar a Europa y a Frontex no sirve de nada, considera La Stampa. “Mejor sería pedirle a Alemania y a Francia (y en un caso como este también a España y al Reino Unido) que pongan en marcha una política común para la estabilización del Magreb, lo que incluiría el control de los flujos migratorios. Pues al igual que ha ocurrido con crisis anteriores, la oleada venida de Túnez también afectará a los demás países de la UE”.
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