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Una vez más, el listón está muy alto. "En los próximos diez días nuestro destino está en juego", aseguraba Nicolas Sarkozy esta semana conforme se acercaba la cumbre de los líderes de la zona euro, prevista para este domingo 23 de octubre.
Pero ¿de qué destino hablamos? Desde febrero de 2010, los Diecisiete del euro encadenan "cumbres decisivas", a menudo con prisa y ante la dificultad de tener que ponerse de acuerdo sobre las cantidades y las maneras de articular la ayuda a Grecia y a otros países en dificultad. En todas las citas, los políticos y la mayoría de los analistas se felicitan del paso adelante que se ha dado a pesar del esfuerzo que supone — promesas de préstamos a Grecia, ayuda directa, creación y refuerzo del Fondo de Estabilización Financiera, armonización de políticas presupuestarias, etc… Y siempre, algunos días o semanas después, hay que volver a empezar, porque Grecia se hunde aún más en la crisis, porque otro país pide ayudas o porque las agencias de calificación bajan las notas de otros Estados. Los mercados vuelven a ponerse "nerviosos", es decir, que al dar por sentada la degradación de la situación, consiguen agravarla. Y mientras tanto, los planes de austeridad se multiplican y alimentan el malestar social y el euroescepticismo.
A pocos días de la reunión del G-20, en la que Estados Unidos y China van a comunicarle a Europa que si ella no es capaz de restaurar el orden en sus finanzas, la superpotencia enredada y la nueva potencia triunfante se encargarán de hacerlo, nuestro destino pasa realmente por encontrar una solución a la crisis de la deuda.
¿Pero la zona euro es la UE? ¿Engloba la moneda única al conjunto del proyecto europeo? ¿No resulta la mejor manera de poner en peligro la construcción europea en general el vincularla al futuro del edificio monetario? Sin dar una respuesta definitiva a estas cuestiones contradictorias, los líderes europeos se han limitado a tratar de tranquilizar y apaciguar a los mercados, al advertir de que lo que está en juego es la supervivencia de la UE. Una actitud que desgraciadamente es incoherente pero que se ajusta muy bien a la realidad, lo que explica que después de un año y medio sigamos acercándonos al punto en el que habrá que decidir qué queremos hacer con la UE.
La cumbre del 23 de octubre es por tanto decisiva, pero Berlín ya ha anunciado otra para el 26. Hasta aquí, todo va bien…
