No fue ninguna gran sorpresa que Suiza decidiera el pasado 18 de agosto mantener su neutralidad activa. Sin estar totalmente fuera ni totalmente dentro de la UE, Suiza aplica una política de vía bilateralque se basa en casi 120 acuerdos que tiene firmados con los Estados miembros de la Unión. Se trata de textos a menudo pletóricos y poco atractivos, pero que según el gobierno helvético garantizan "los intereses del país". La Confederación Suiza no es el único país de Europa que practica el deporte de no poner todos los huevos en el mismo cesto. Más al norte, Noruega forma parte desde 1992 del Espacio Económico Europeo (EEE, que se compone de los 27 más Lichtenstein e Islandia) y juega la carta de la independencia, al tiempo que adopta la práctica totalidad de las directivas comunitarias. Suecia rechazó la moneda única, pero ciertas ciudades rebeldes del país utilizan el euro. El Reino Unido entra y sale de las instituciones con una facilidad desconcertante, como diciendo: formo parte de la Unión, pero no quiero vuestra moneda única, lo que no quiere decir que no tenga algo que decir sobre ella. En breve, varios países profesan a la Unión una declaración de amor al estilo "te quiero, pero, de casarnos, nada".
La pertenencia a la Unión Europea no es —y no debe ser— obligatoria como si fuera un libro de texto escolar. Pero no parece tener el mismo significado para quienes forman parte de ella y para sus vecinos: los hay que la idolatran, otros sólo creen en ella a medias, otros se aprovechan de sus encantos... la lista de matices es muy larga. En lugar de hacer como Noruega, que, según la editora Eva-Lie Nielssen, es "un pasajero clandestino de la UE, pero en clase business", ¿no sería mejor reconocer este estado de cosas y prever formas de adhesión limitadas a ciertos aspectos de la Unión, como la moneda única? Sería como viajar en el mismo tren, pero no en el mismo vagón o la misma clase. Y se podría elegir en el menú europeo los platos que se prefiriesen.
Iulia Badea Guéritée
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