Ha sido mejor de lo que muchos pensaban. Suecia ha asegurado una presidencia seria de la Unión Europea, ágil y atenta, y no ha cometido ninguna falta grave. El proceso de decisión ha funcionado correctamente, aunque los responsables de la toma decisiones no parecieran estar muy inspirados. Se ha adoptado el Programa de Estocolmo [sobre cooperación policial, judicial y cuestiones de inmigración], la estrategia para el Mar Báltico y nuevas normativas sobre la vigilancia de los mercados financieros europeos. No se ha llegado a un acuerdo sobre las modalidades de la movilidad de los enfermos, pero Islandia ha presentado su candidatura a la Unión Europea, el conflicto fronterizo entre Croacia y Eslovenia se ha solucionado y se va a abrir un nuevo capítulo en las negociaciones entre Europa y Turquía. Por lo tanto, la ampliación de la UE no se encuentra en punto muerto, algo bastante positivo.
Sin Reinfeldt, Klaus no hubiese firmado Lisboa
El mayor logro de Suecia es sin duda la entrada en vigor del Tratado de Lisboa el 1 de diciembre. En la cancillería sueca, se repite en voz baja lo que el presidente checo Václav Klaus, liante de renombre, soltó cuando por fin se dignó a firmar el Tratado a regañadientes “Sin este tipo, jamás lo habría firmado”, espetó. El tipo en cuestión es Fredrik Reinfeldt, primer ministro sueco. Que haya logrado mantener su sangre fría y que se haya abstenido de hostigar a Klaus sobre el asunto ha sido muy astuto por su parte y permite hoy a la UE instaurar nuevas reglas del juego. Esperemos que la Unión sea a partir de ahora más eficaz y un poco más abierta. En otros aspectos, Suecia cuenta con varios avances en su haber. Sin embargo, el eslogan gastado que había adoptado parecía un mal augurio y ha caracterizado al menos en parte a esta presidencia de la Unión. “Aceptemos el reto”, decía, y resulta ser en cualquier caso mucho menos enérgico que los tres aspectos fundamentales que habían guiado a Suecia en su presidencia de 2001: “Ampliación, Medio ambiente, Empleo”.
Estocolmo hubiese podido alzar la voz
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Fredrik Reinfeldt ha hecho que la UE se beneficie de su capacidad de escucha. Pero la designación del nuevo presidente del Consejo Europeo y de la alta representante de Asuntos Exteriores [Herman Van Rompuy y Catherine Ashton] ha denotado una auténtica falta de inspiración. El proceso de designación se ha gestionado correctamente, pero ha faltado entusiasmo y voluntarismo. Habría merecido una mejor preparación y ha terminado peor de lo que debería. No sólo basta con escuchar. Existen grandes incertidumbres en cuanto a la voz que debe adoptar la UE y se percibe cómo va ascendiendo a la superficie el viejo nacionalismo europeo. Las reticencias a revisar la política agrícola de la Unión se han intensificado sobre todo en el semestre que termina y la “lasitud” de los europeos con respecto a la ampliación es general. Suecia debería haber aprovechado su oportunidad para elevar la voz sobre estas importantes cuestiones que influyen en el futuro de Europa. Lo que se necesita es un liderazgo con suficiente inspiración. Pero la presidencia sueca de la Unión se salda a pesar de todo con una nota correcta. Y si Suecia logra salvaguardar la cohesión europea y aportar una contribución constructiva a las negociaciones de Copenhague sobre el cambio climático, podría incluso merecer una calificación de notable.
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