¿Y si nos moviésemos un poco?

En Estados Unidos, mudarse por trabajo es normal. En Europa, da un poco de miedo. Y en la coyuntura de la crisis actual, esta falta de movilidad es una desventaja, a juicio de un periodista sueco.

Publicado en 20 septiembre 2011 a las 14:29

Con cierta frecuencia se oye que la zona euro no es lo que podría considerarse una unión monetaria óptima. Muy acertado. Los precios, al igual que los salarios, son muy rígidos, la productividad y la competitividad difieren mucho de unos países a otros, las políticas económicas nacionales impiden cualquier evolución, y Bruselas es incapaz de ayudar a quienes realmente lo necesitan.Pero ¿puede una unión monetaria llegar a ser realmente óptima?

Los pequeños países europeos – y somos todos pequeños, incluidos los que todavía no se han dado cuenta – presentan marcados desequilibrios regionales, que se atenúan más o menos gracias a las transferencias [de riqueza] y a las subvenciones de Bruselas. Si no, ¿cómo se mantendrían unidos el norte y el sur de Italia? ¿Cómo continuarían caminando codo con codo flamencos y valones? ¿Cómo sobreviviría el Norrland [norte de Suecia] sin Estocolmo?

La crisis de la deuda europea ha desvelado drásticamente las debilidades del euro. Los Estados soberanos y las tradiciones históricas y culturales que llevan a cuestas hacen que el problema no tenga solución. La comunidad europea se llama "unión", pero se parece más a una confederación, en el sentido clásico del término – un modelo político cuya historia nos ha demostrado que no funcionará nunca.

¡Aquí no nos movemos!

Lo que no funciona en Europa, sí que funciona en una federación como Estados Unidos. Y eso responde a un parámetro básico: la movilidad profesional. Detrás de este eufemismo se esconden los individuos, como tú y como yo. Durante algunos años, viví en Virginia, una región particularmente rica y próspera de Estados Unidos. Bastaba con recorrer algunos kilómetros y poner el pie en Virginia occidental para estar en tierras totalmente abandonadas. Todos se habían ido porque había trabajo en otros lugares. Podemos pensar lo que queramos, pero a eso es a lo que se parece un mercado de empleo dinámico.

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¡Aquí no nos movemos! He ahí nuestro eslogan cuando yo era joven. El grito de guerra de los rebeldes de Norrland durante una época en la que se veía que había trabajo en otras partes – siempre rumbo al Sur. Temo que sea una reacción típicamente europea. Al fontanero polaco que ha tratado de darle la vuelta y pensar de otra manera, en Francia se le acusaba de quitarle el pan de la boca a los franceses. En Europa, los ciudadanos consideran que marcharse allí donde hay trabajo es una obligación, casi una afrenta, y para los poderes públicos supone un éxodo.

En el mejor de los casos, el trabajador europeo se marcha al extranjero por un tiempo limitado, y cuando lo hace, normalmente tiene la firme convicción de regresar algún día a su país de origen. Se construirá una casa de piedra que heredarán, si todo va bien, las generaciones futuras. Una casa que aguantará tormentas e inundaciones como las de los Estados Unidos, que destruyen las casas prefabricadas que allí llaman casas, pero que son el precio que hay que pagar por esa movilidad de la que carecemos en Europa.

Una cacofonía lingüística

En Virginia, conocí a muchos agricultores que se sorprendían de que les preguntase por sus tierras y sobre cuántas generaciones habían permanecido en su familia. Para ellos, esas tierras era un "business" [negocio] como cualquier otro. Ya habían tenido tres o cuatro explotaciones en varios sitios de Estados Unidos, habían criado ganado, cultivado maíz o plantas oleaginosas. Desconocían el concepto de propiedad familiar. Y a los europeos les da vértigo y les asusta esa movilidad.

Por supuesto, ya no somos agricultores, pero hemos olvidado que, no hace tanto, millones y millones de europeos hicieron sus maletas para emigrar a Estados Unidos y, en la gran mayoría de los casos, para no regresar. Los chinos, los indios y los estadounidenses (en su propio país) todavía viven según ese modo de vida. Pero tengo la impresión de que tanto pragmatismo nos resulta extraño en Europa.

La zona euro ahora debe convertirse en una verdadera federación supranacional, con el país que ganó la guerra perdiéndola, Alemania, al frente. En su defecto, la zona euro se hará pedazos, lo que equivaldría a una renacionalización. Aunque ninguna de las opciones es particularmente deseable, la segunda me asusta mucho más que la primera.

No somos lo suficientemente flexibles como para decantarnos por la primera. Y ni siquiera he evocado la cacofonía lingüística que, más que otra cosa, nos confina a quedarnos en nuestro país de origen. Tengo un vecino croata que es constructor y contrata a obreros rumanos para sus trabajos. Tipos serios, según me ha dicho, trabajadores y competentes. Y, sin embargo, no funciona. Ellos no entienden lo que él les dice y él, por su parte, tampoco les entiende a ellos.

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