Orgullo y prejuicio

A pesar de los esfuerzos del primer ministro italiano Mario Monti para convencer a la opinión alemana, sus conciudadanos se lamentan del sentimiento nacionalista y anti-europeo de Alemania. La culpa la tienen las ideas preconcebidas, pero también la actitud de los italianos, escribe La Stampa.

Publicado en 6 agosto 2012 a las 15:28

¿Cómo convencer a los alemanes de que no queremos su dinero? En la entrevista que concedió a Spiegel, Mario Monti ha hecho todo lo posible para conseguirlo. Basándose en su experiencia, de nuevo trató de explicar que los italianos hemos pagado mucho más caro que ellos la ayuda a Grecia, a Irlanda, a Portugal y que, dados los tipos actuales de rendimiento de los títulos de deuda pública, son los italianos y los españoles los que subvencionan a los alemanes y no al contrario.

No es fácil hacerse entender. En Alemania, actualmente las dificultades de la unión monetaria no sólo producen un desencanto masivo hacia la integración europea, similar a lo que ocurre también en Italia, sino también un verdadero fenómeno cultural que incumbe a una parte de la clase dirigente alemana, que tiende a creer que tiene razón contra el resto del mundo, o casi.

Un peligroso cortocircuito

La semana pasada, el conocido diario Bild anunció a bombo y platillo a sus lectores, como si se tratara de una primicia, que la prolongación de la crisis suponía un gran beneficio para Alemania y estimaba que ascendía a 60.000 millones de euros en los últimos treinta meses. Una cifra que varios expertos consideran bastante verosímil. Y sin embargo, pocas cosas han cambiado. Si bien los populistas se enorgullecen de esta nueva prueba de éxito patriótico, la mayoría hacen como si no vieran nada.

¿Qué es lo que ocurre en los mercados? Recientemente, algunos operadores financieros lo han explicado muy bien en el New York Times: saben que los títulos de la deuda italiana, actualmente de gran rendimiento, podría constituir un negocio excelente, pero siguen vendiéndolos en lugar de comprarlos, por miedo a que se propague entre sus compañeros un “tsunami de pesimismo colectivo” que podría llevar a Italia a la ruina.

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Muchos economistas alemanes insisten en negar esta realidad. Al no tener en cuenta esta teoría, para ellos no existe. Afirman que los rendimientos del 6 o el 7% de la deuda de Italia y de España son racionales y que incluso les beneficia. La clave está en que, al contrario que el representante del Bundesbank [dentro de la dirección del Banco Central Europeo], el BCE ha tomado nota de esta evidencia. Ahí radica la importancia de las decisiones del jueves pasado.

El nuevo nacionalismo alemán responde con frecuencia hablando de otra cosa, en un cortocircuito peligroso entre demagogia electoral y dogmas de un mundo académico conformista. Se acusa a los países del sur y a Francia de querer presionar al BCE para que ponga en marcha la plancha de billetes para financiar el despilfarro de los políticos, como lo han hecho en el pasado. En Italia, esta práctica irresponsable se interrumpió en 1981, diez años antes del Tratado de Maastricht.

El espíritu y no la literalidad de las Constituciones

Al mismo tiempo, hay que reconocer que ciertos acontecimientos italianos han contribuido a alimentar la desconfianza alemana. En los años noventa, los dos países sufrían males similares. Pero durante el siguiente decenio, en Berlín se sucedieron una serie de Gobiernos capaces de solucionarlos, mientras que en Roma no fue el caso en absoluto. Nuestros responsables políticos, al invocar a la ligera los eurobonos, traicionan su deseo de que los alemanes paguen parte de nuestra cuenta.

Por lo tanto, aunque parezca extraño, es justo que el compromiso resultante de la reunión del consejo del BCE [Francfort adquirirá deuda soberana de los Estados con dificultades únicamente una vez que éstos soliciten la intervención del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera] supedite las intervenciones para domar a los mercados a las iniciativas políticas (precisamente porque se trata de enderezar los mercados, no de crear un exceso de moneda).

Exploramos un nuevo territorio en el que es necesario comprobar en cada momento lo que debe decidirse con el voto de los ciudadanos y lo que es competencia de los técnicos. En los dos países, debemos estar más atentos al espíritu que a la letra de las Constituciones que nos aportaron la democracia a finales de los años cuarenta. Y en cuanto a los tratados europeos, si es necesario, se pueden modificar.

Visto desde Alemania

“Todos merkelizados”

Tras la última portada impactante del diario italiano Il Giornale evocando el “Cuarto Reich”, el corresponsal de Spiegel Online en Roma cuenta su experiencia como alemán residente en el extranjero que se topa con la cólera de los italianos, sometidos a la política de austeridad impuesta por Bruselas y Berlín.

En Italia, se enciende la cólera contra Alemania. [...] En los bares, en los restaurantes y en las charlas entre vecinos, los alemanes se ven conminados a explicar por qué una nación entera sigue a “la Merkel” en su política contra la crisis.

Habla de su vecino Camillo, que se alegra de que Alemania (“por fin looser”) se encuentre a la cola en el medallero olímpico; se da cuenta de que resurgen apodos como “Crucchi” y “Panzer” [términos peyorativos que se empleaban para referirse a los soldados alemanes]; y relata la historia de la desgracia del joven estudiante que se da cuenta demasiado tarde de que es el único alemán de su clase de italiano y que se ha ganado la hostilidad de sus condiscípulos tras haber dicho: “No somos una familia. Los griegos deben apañárselas solos. Han trabajado muy poco y han pasado mucho tiempo tomándose cafés”.

A raíz de que un treintañero italiano le preguntase por qué los alemanes hablan de Italia como si se tratase de un país en vías de desarrollo, cuando es la tercera economía de la zona euro y proporciona 125.000 millones de euros al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (frente a los 190.000 millones de Alemania), el periodista de Spiegel Online se plantea cómo podría responderle.

¿Qué debo decirle? ¿Que cada país del euro tiene su propia versión de la crisis, y cada una con víctimas y verdugos distintos? Una verdad teñida según nacionalidad, que la política y los medios de comunicación traen a casa tras las cumbres de Bruselas y desde otros campos de batalla de los 27 Estados miembros. Y cada uno se limita a la suya.

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