
Hanna Perekhoda es historiadora e investigadora en la Universidad de Lausana (Institut d’études politiques y Centre d’histoire internationale y d’études politiques de la mondialisation), especialista del nacionalismo de la historia del Imperio ruso y de la Unión Soviética. Su investigación doctoral examina las estrategias políticas de los bolcheviques en Ucrania entre 1917 y la década de 1920. Perekhoda estudia también el desarrollo histórico del imaginario político ruso, con un interés particular en el papel que ocupa Ucrania en la ideología estatal rusa. Perekhoda también es militante del movimiento Sotsialnvi Rukn (“Movimiento social”), un grupo político ucraniano de izquierdas fundado por los activistas y sindicalistas a raíz del Euromaidán.
Voxeurop: Ya han pasado tres años desde que Rusia lanzó su invasión total de Ucrania. ¿Qué opina usted de la situación actual?
Hanna Perekhoda: Con el regreso de Donald Trump, debería quedar claro que la impunidad de Rusia alimenta directamente el ascenso de fuerzas fascistas en nuestros propios países, y viceversa. Estas fuerzas están trabajando activamente para desmantelar todas las estructuras internacionales que limitan sus ambiciones. Por lo tanto, la lucha por la libertad en Ucrania está estrechamente vinculada a la lucha global contra estas tendencias destructivas. Pero es necesario decirlo claramente: estas perspectivas de liberación se van debilitando minuto a minuto.
El ascenso de fuerzas que combinan el autoritarismo y el libertarismo en Estados Unidos y Europa debe tomarse muy en serio. La racionalidad capitalista, con su culto al crecimiento y al beneficio ilimitado, sitúa este último por encima de todo: ya se trate de la vida individual o de nuestra seguridad colectiva. En este mundo, si no se rompe esta dinámica, Ucrania no tendrá futuro. Pero seamos claros: en este mundo nadie lo tendrá.
Parte del debate en Occidente, especialmente en las izquierdas (pero no solo en ellas), se centra por un lado en el pacifismo y por otro en el peligro que representan las fuerzas de extrema derecha, incluso neonazis, en Ucrania. ¿Cuál es su punto de vista?
Imagine que está mirando por la ventana y ve que una persona es atacada, golpeada y violada por un agresor. Esta persona la ve a usted en la ventana y le pide ayuda. Usted tiene los medios necesarios para permitirle que se defienda, pero opta por no hacer nada, por dejarla morir. Cuando se trata de una persona, es evidente que el no intervenir equivale a alentar el crimen o a agravar sus consecuencias. Si alguien justifica su inacción diciendo que es pacifista y contrario a toda forma de violencia, semejante argumento se consideraría inapropiado, incluso absurdo.
Aunque esta actitud no tenga responsabilidad penal, suele considerarse profundamente inmoral. Entonces me pregunto: ¿por qué esta misma actitud se vuelve de repente aceptable cuando la situación pasa del nivel de un individuo atacado al de una sociedad agredida? Como por arte de magia, el rechazo a la ayuda se convierte en pacifismo y aparece como una posición moral legítima.
La realidad es que la falta de apoyo a las víctimas alienta a los agresores. Es evidente a escala de las relaciones personales, en el seno de las familias, de los equipos de trabajo o de toda institución social. Pero es igualmente cierto en política internacional. Si se abandona a las víctimas de una agresión militar, se está indicando a todos los psicópatas en puestos de poder que, de ahora en adelante, son libres de resolver mediante la guerra sus problemas de legitimidad.
La impunidad concedida a quienes predican la ley del más fuerte en el ámbito internacional alimenta inevitablemente el ascenso de las fuerzas que defienden los mismos principios en el interior de los países. Fuerzas como Alternativa para Alemania (AfD) en Alemania, la Agrupación Nacional en Francia, Donald Trump en Estados Unidos o Vladímir Putin en Rusia comparten el mismo culto a la fuerza bruta, es decir, al fascismo. A fin de cuentas, cualquier agresión, por remota que sea, si se normaliza, tiene implicaciones que, tarde o temprano, nos afectarán a todos.
El razonamiento de que la presencia de la extrema derecha en Ucrania justifica la negativa a enviar armas se basa en un error de lógica bastante evidente. Negarse a ayudar a un pueblo con este pretexto equivale a castigar a toda una sociedad por una realidad que existe en todas partes. Sí, hay grupos de extrema derecha en Ucrania, tal como los hay en muchos países. En las elecciones previas a 2022, estos grupos obtuvieron unos resultados marginales que no les permitieron acceder al parlamento. Movimientos de extrema derecha infinitamente más influyentes que en Ucrania los hay en Francia y en Alemania, pero nadie cuestionaría el derecho a la legítima autodefensa de estos países en caso de un ataque. ¿No es esta actitud más bien la expresión de la fantasía occidental de un "Este" reaccionario y retrógrado, fantasía que persiste incluso cuando las propias sociedades occidentales están a la vanguardia de la fascistización ante la cual las izquierdas de esos países parecen estar completamente desvalidas?
“No es esta actitud más bien la expresión de la fantasía occidental de un ‘Este’ reaccionario y retrógrado, fantasía que persiste incluso cuando las propias sociedades occidentales están a la vanguardia de la fascistización ante la cual las izquierdas de esos países parecen estar completamente desvalidas?”
Este argumento es aún más hipócrita porque muchas de estas mismas voces de izquierdas no dudan en apoyar movimientos de resistencia que incluyen actores más que problemáticos. ¿Por qué exigir a la Ucrania atacada una pureza que ninguna otra sociedad está obligada a tener cuando tiene que defenderse?
Lo que es innegable es que la guerra que dura más de diez años ya ha contribuido a reforzar y trivializar símbolos y discursos nacionalistas que antes eran marginales. Las guerras no mejoran ninguna sociedad. Sin embargo, la relación entre el envío de armas y el fortalecimiento de la extrema derecha en Ucrania es inversamente proporcional.
Las armas enviadas a Ucrania se utilizan principalmente para defender a la sociedad en su conjunto contra un ejército invasor. La victoria de Ucrania garantiza la existencia misma de un Estado donde los ciudadanos podrán elegir libremente su futuro de manera democrática. Por otra parte, nada fortalece tanto a los movimientos de extrema derecha o a las organizaciones terroristas como la ocupación militar y las medidas de opresión sistemática que la acompañan.
Efectivamente, si Ucrania alcanza una paz sujeta a las condiciones rusas –la paz de las tumbas– es más que probable que los grupos radicales, deseosos de capitalizar la frustración y el sentimiento de injusticia, lleguen a reforzarse en detrimento de los actores moderados.
El papel de los idiomas (ucraniano y ruso) es muy importante para comprender los debates (a menudo artificiales) y las polémicas. ¿Puede ayudarnos a poner las cosas en su sitio?
Efectivamente, es muy útil posicionar esta cuestión dentro de su contexto histórico. Desde el siglo XIX, el Estado ruso buscó marginalizar el idioma ucraniano, presentándolo como una forma inferior del ruso. Las elites rusas consideraban que reconocer un idioma ucraniano diferenciado amenazaba la unidad de su Estado-nación en construcción. Bajo el dominio de la Unión Soviética, el ruso se impuso como único idioma legítimo de modernidad y de progreso. Después de la independencia de Ucrania [en 1941], esta jerarquía lingüística ha persistido.
Hasta 2014, hablar ucraniano en las grandes ciudades estaba mal visto, mientras que el ruso seguía asociado con el prestigio. Así que, en principio, la promoción del ucraniano en el espacio público no es para los ucranianos un ataque a los rusoparlantes, sino un intento de corregir siglos de marginación. Ver esto como evidencia de un nacionalismo agresivo equivale a ignorar el contexto (pos)imperial que subyace a estas dinámicas, un contexto a menudo invisible para quienes pertenecen a naciones históricamente imperialistas, no a grupos culturalmente oprimidos.
Así pues, ¿se ha instrumentalizado la cuestión lingüística?
Sí, y es importante tener en cuenta la manera en que Rusia ha instrumentalizado la cuestión lingüística para legitimar sus agresiones contra Ucrania. En 2014, tras la anexión de Crimea y el inicio de la guerra en el Donbás, el Kremlin justificó sus acciones afirmando que quería proteger a las poblaciones rusoparlantes que se decían víctimas de un “genocidio lingüístico”. Si bien antes los idiomas ucraniano y ruso coexistían bastante pacíficamente en la vida cotidiana, este uso de cuestiones lingüísticas como arma de manipulación política ha exacerbado las divisiones.
Es crucial resaltar que hablar ruso en Ucrania no significa ser prorruso o favorable al Kremlin. Convendría evitar retomar a ciegas el relato impuesto por la propaganda rusa, que hace todo cuanto puede para legitimar, de todas las maneras posibles, el ataque a la soberanía de los Estados democráticos colindantes.
Solo tras la agresión rusa de 2014 el Estado ucraniano rompió el statu quo de relativa no intervención en los asuntos lingüísticos. En 2018, el Parlamento aprobó una ley que exige el uso del ucraniano en la mayoría de los aspectos de la vida pública, obligando a los funcionarios y a las personas que trabajan en la esfera pública a conocerlo y utilizarlo en su comunicación. El ucraniano ahora es obligatorio en las escuelas, pero esto no ha entrañado necesariamente cambios radicales: muchos residentes utilizaban tanto el ucraniano como el ruso en su vida diaria, sin mencionar a quienes hablaban una mezcla de ambos. La realidad de Ucrania es una realidad de porosidad lingüística.
La guerra y las atrocidades cometidas por los rusos han llevado a muchos ucranianos a hablar solo ucraniano y a mirar con recelo a quienes siguen hablando "la lengua del ocupante". No es raro que los supervivientes rusoparlantes de los bombardeos sean acusados de falta de patriotismo por los residentes de habla ucraniana en ciudades alejadas de los combates. El rechazo radical del ruso, inexistente en 2014 pero utilizado por Putin para legitimar la agresión militar, se ha convertido diez años después en una profecía que entrañaba su propio cumplimiento.
“La realidad de Ucrania es una realidad de porosidad lingüística”
El problema para los rusoparlantes en Ucrania reside en el hecho de que el Estado que afirma proteger su idioma lo utiliza para difundir relatos que niegan el derecho de Ucrania a existir. En estos momentos, los rusoparlantes no tienen portavoces que puedan expresar su experiencia sin explotarla con fines políticos. Si Rusia no explotara el idioma y la cultura como herramientas de expansión, y si la presencia de una población rusoparlante no se utilizara para justificar la dominación política y, posteriormente, la invasión militar, la coexistencia de lenguas probablemente plantearía pocos problemas.
Al mismo tiempo, la autoproclamada élite intelectual ucraniana se muestra particularmente retrógrada y absolutamente ridícula, al construir la identidad nacional según recetas del siglo XIX. En realidad, es imposible encajar a la población ucraniana contemporánea en ninguno de los marcos oscurantistas que se le ofrecen: el nacionalismo etnolingüístico ucraniano, por una parte, y el nacionalismo imperial ruso, por la otra.
Antes de 2022, todavía existía la posibilidad de construir una cultura alternativa de habla rusa en Ucrania, que no estuviera contaminada por el imaginario imperial ruso y no dependiera de las prioridades políticas del Estado ruso. La invasión hizo que este proyecto fuera totalmente imposible. Seguro que Putin se ha alegrado de esto porque su principal temor no es que Ucrania corte todos los lazos con los rusos, sino precisamente que Ucrania comparta su idioma, pero desarrolle un sistema político democrático y fuerte que infecte a los rusos con el virus de la libertad.
Las izquierdas y los activistas de Europa Occidental consideran que la Unión Europea es algo anticuado (en el mejor de los casos) cuando no “neoliberal” y “antidemocrátics”. En cambio, en Europa del Este, ya sea en Moldavia, Rumania, Ucrania o Georgia, los ciudadanos se movilizan en torno a esta idea... ¿Cómo explicar esta diferencia? ¿Qué representa la UE en el Este del continente? ¿Y muy particularmente en Ucrania?
En efecto, visto desde el interior, la UE se puede percibir como un proyecto en el que las lógicas de mercado han tomado la delantera a la justicia social; donde las decisiones se toman frecuentemente a puerta cerrada; y donde los intereses de las grandes potencias económicas como Alemania imponen sus prioridades. En este contexto, no es sorprendente que algunos vean a la UE como un obstáculo del que es necesario librarse.
Pero para los países europeos que no forman parte de la UE, y muy en particular para Ucrania, la UE encarna otra cosa bien diferente. “Europa” representa ante todo una aspiración, la idea de un porvenir en el que reinen el Estado de derecho, las libertades individuales y un cierto nivel de prosperidad. Lo que es menos evidente para la Europa Occidental es que, aquí, la UE encarna una alternativa a un modelo autoritario y opresivo, un modelo que Rusia impone por la fuerza a sus vecinos.
Así, para los ciudadanos de la UE, esta es ante todo un proyecto económico. Pero para quienes no forman parte de él, la UE es ante todo un proyecto cultural y civilizador. Tanto quienes la admiran como los que la detestan, sus partidarios como sus adversarios de fuera de la UE, la tratan como una fuerza ante todo política. Rusia, además, es explícita a este respecto: desde al menos 2013 trata a la UE no como un competidor económico, sino como un rival geopolítico e ideológico.
Esta dimensión se hizo todavía más evidente en 2014, cuando hubo ucranianos que dieron literalmente su vida por defender el porvenir “europeo” de su país. Esto fue un acto que muchos europeos contemplaron con incomprensión, incluso con condescendencia o piedad. Sin embargo, para esos manifestantes, “Europa” no era un espacio económico, sino un símbolo de dignidad y de libertad.
“Para la gran mayoría de la ciudadanía ucraniana, los detalles importan poco. ‘Europa’ representa una promesa de justicia, de democracia y de emancipación”
A los europeos les cuesta reconocer que hay realmente sustancia detrás de la idea de una Europa políticamente unida, ya que parece desacreditada por las políticas neoliberales. Sin embargo, como todo proyecto nacido de la modernidad, la Unión Europea lleva en sí misma tendencias contradictorias. En palabras del filósofo y economista Cornelius Castoriadis, lleva en sí tanto la expansión ilimitada del dominio racional del mundo, que se manifiesta en el neoliberalismo, como el potencial de autonomía y apertura política, que toma la forma de democracia.
¿Qué tendencia prevalecerá? Depende de las fuerzas políticas que inviertan en este proyecto. Pero lo que es seguro es que si, al luchar legítimamente contra las políticas neoliberales de la UE, se abandona también la idea de una Europa unida políticamente, tiraremos el grano con la paja. Mientras que Europa se adormece con la ilusión de una paz posnacional, de una prosperidad basada en los hidrocarburos rusos y los productos chinos, las élites de estos países acumulan ejércitos, recursos y, sobre todo, resentimiento. Y este resentimiento apunta precisamente al imaginario democrático de Europa y no a su liberalismo económico.
Esto puede parecer paradójico…
Esta paradoja es lamentablemente lógica: la potencialidad democrática del proyecto europeo parece más evidente vista desde el exterior. Es un poco como las vacunas: cuantos más eficaces son, más se las denigra. En un país que apenas acaba de acceder a la vacunación, en el que los niños mueren masivamente por la poliomielitis, un movimiento contrario a la vacunación parecería absurdo. Del mismo modo, los europeos que abandonan tan fácilmente la idea de la unidad europea parecen ingenuos a ojos de los que se enfrentan a un ejército empeñado en destruirlos.
Dicho esto, los militantes de izquierdas ucranianos no se dejan embaucar por las realidades económicas de Europa. Han observado con atención lo que ha sucedido en Grecia, por ejemplo. Pero hay que comprender: Ucrania ya es un país fuertemente neoliberal, con elites predadoras y una legislación laboral precaria. En ciertos sectores, la legislación europea podría efectivamente desmantelar lo que resta de protecciones sociales. Pero en otros, podría aportar normas y reglamentos inexistentes en el capitalismo salvaje. Pero no hay respuesta fácil para esto.
Sin embargo, para la gran mayoría de la ciudadanía ucraniana, los detalles importan poco. “Europa” representa una promesa de justicia, de democracia y de emancipación. Frente al abismo de la ocupación rusa, los ucranianos –al igual que los georgianos– se aferran a la única alternativa de unidad política que existe en el continente.
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