Un "autorretrato animado" que mide 21 metros, por el artista polaco Pawel Althamer.

Arte: cuanto más grande mejor

Un maniquí hinchable gigante, miles de latas vacías o una torre de 17 metros son algunas de las obras que se exponen actualmente en Bélgica y que son el testimonio de una tendencia al gigantismo dentro del arte contemporáneo.

Publicado en 20 octubre 2010 a las 14:44
Un "autorretrato animado" que mide 21 metros, por el artista polaco Pawel Althamer.

En Brujas se ha organizado una exposición de arte contemporáneo de Europa Central y Oriental que sus ciudadanos no podían ignorar: el 13 de octubre inflaron y soltaron en la plaza t’Zand un globo de más de veinte metros de largo que representa la efigie de un hombre entero y totalmente desnudo. Es el autorretrato de Pawel Althamer, un artista polaco que hace un pequeño anticipo de la exposición.

Althamer no es un acróbata, sino un escultor fanático que, como muchos de sus colegas, realiza con frecuencia autorretratos. A él le preocupan la alienación y el aislamiento del individuo en el mundo actual. Con su Balloon, se burla también de las grandes ambiciones de los artistas desafiando un poco al público y, provocando así, previsibles reacciones divertidas y de mofa (“¿Y eso es arte?”).

Si no es grande, no impresiona

La impactante obra de Althamer no es un caso aislado. Los grandes formatos, los efectos espectaculares y los temas chocantes son algo normal en el arte de nuestros tiempos. “El gigantismo es la característica del arte contemporánea”, comenta Philip Van Cauteren, director del S.M.A.K., el museo de arte contemporáneo de la ciudad de Gante. “Los artistas contemporáneos deben conquistar su lugar en un entorno cada vez más ruidoso. Deben competir con las imágenes omnipresentes de los medios de comunicación y de la publicidad, así como con el impacto de las metrópolis y los rascacielos”.

Para hacerse escuchar en una sociedad que siempre va con prisas, que está saturada de información y de estímulos visuales, buscan imágenes que produzcan una fuerte impresión. La provocación no es su objetivo principal, según Van Cauteren. Incluso en el caso de intervenciones espectaculares, su principal objetivo es hacer reflexionar al público.

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La importancia de la puesta en escena

Para ver una imagen fuerte y con efecto inmediato, hay que acercarse en este momento al apacible pueblo de Deurle, a orillas del río Lys (en Flandes). En el museo Dhondt-Dhaenens, el artista suizo Thomas Hirschhorn ha reunido más de 2 millones de latas de 33 centilitros vacías. Una empresa de reciclaje ha entregado al museo catorce camiones llenos de latas vacías.

Un paseo sobre esta montaña de residuos (los visitantes reciben un resistente par de botas en la entrada) es una experiencia alucinante. Hirschhorn ha concebido un recorrido lleno de sorpresas. Too too – Much much, que es el nombre de la obra, está inspirado en un suceso recogido por un periódico suizo. Se encontró una cantidad ingente de latas en un apartamento que su inquilino dejó al cabo de ocho años. El hombre bebía 24 latas de cerveza al día y nunca tiraba nada.

Las reacciones de los visitantes son en su mayoría positivas. Durante la primera mitad del siglo pasado, exposiciones como las de los surrealistas siempre hacían correr ríos de tinta. En los años 90, a menudo el espectáculo ha tomado la delantera, cosa que en parte hay que atribuir a los New British Artists, como Damien Hirst, el hombre que metió un gallo en formol y cortó a una vaca y a su ternero en dos.

Atraer la atención del público

“Lo que diferencia el arte del espectáculo es la utilización de un lenguaje plástico”, opina el comisario de la exposición gantesa, Hans Martens. “Tanto Hirschhorn como Althamer son artistas pura sangre. Cuando miramos sus obras podemos encontrar en ellas una multiplicidad de sentidos y de detalles sutiles, cosa que no se podría decir de los carteles publicitarios, por ejemplo”.

Wim Delvoye también tiene su propio lenguaje plástico. A partir del 20 de octubre, expondrá en el Bozar de Bruselas su torre gótica de acero de 17 metros de alto, que ya ha presentado en Venecia y París, y que atrae todas las miradas de la calle Royale.

Los museos y los centros de arte se alegran de contar con estas obras. “Llaman la atención del público, y eso es precisamente lo que necesitan estas instituciones”, dice Bart de Baere, director del Muhka, el museo de arte contemporáneo de Amberes. “Hoy en día los poderes políticos fomentan el lleno completo de los museos. Esto contribuye a que haya exposiciones espectaculares. Pero los artistas auténticos como Hirschhorn, Althamer o Delvoye se dejan guiar poco por este aspecto. Ellos siguen su propio camino”.

Uno puede preguntarse si obras tan ambiciosas como la montaña de latas de conserva de Hirschhorn tienen tras de sí un efecto. En 1982, Joseph Beuys consiguió que se plantasen 7.000 robles en la ciudad alemana de Cassel tras colocar 7.000 bloques de basalto en una plaza pública. Pero los resultados concretos como este son más bien escasos.

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