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En 2026 el destino democrático de Europa se decidirá en EE. UU. y Hungría

En medio de la deriva autoritaria de Europa, sus esperanzas de revertir el rumbo dependen, paradójicamente, de las elecciones de mitad de mandato de Estados Unidos y de las elecciones húngaras, sostiene el académico y experto en extrema derecha.

Publicado en 28 diciembre 2025

No quedaban muchas dudas de que 2025 iba a ser un  mal año para la democracia. Y resultó mucho peor de lo que muchos de nosotros habíamos esperado. No solo Donald Trump regresó con ansias de venganza, sino que los organismos políticos estadounidenses e internacionales han optado en gran medida por el apaciguamiento en lugar de la confrontación, con poco que mostrar hasta ahora. El nuevo se mantendrá enfocado hacia Estados Unidos, tanto por la Copa Mundial Masculina de la FIFA –organizada conjuntamente con Canadá y México, que ha quedado en gran medida marginada por la “Copa Mundial MAGA” respaldada por Trump y el presidente de la FIFA Gianni Infantino– y las cruciales elecciones de mitad de mandato en noviembre.

El resultado de estas últimas ejercerá importantes consecuencias políticas muy lejos de EE. UU. y de modo no menor en Europa, como ha dejado rotundamente claro la Estrategia de Seguridad Nacional 2025, publicada recientemente.

Aunque se haya hecho habitual referirse a EE. UU. como un estado “autoritario” o incluso “fascista” bajo el mandato de Trump, la situación sigue siendo compleja y no deja de evolucionar. A pesar de todos los intentos de la administración Trump, EE. UU. todavía es una democracia liberal imperfecta y convulsa, pero con un gobierno claramente autoritario. Si bien las elecciones de mitad de mandato no pueden cambiar su esencia, sí pueden debilitar significativamente el poder de la administración Trump y, como es de esperar, inspirar algo de valentía en las altas esferas de la vida académica, económica, política y de los medios de comunicación.

Hasta ahora, Trump ha estado gobernando principalmente a golpe de decretos presidenciales, respaldado por la mayoría republicana en el Congreso, que ha abdicado voluntariamente de sus poderes constitucionales; bien por miedo a una amenaza primaria por parte de Trump o a la violencia por parte de sus partidarios. Si los demócratas alcanzasen la mayoría en la Cámara de Representantes y/o el Senado, podrían invalidar, o al menos ralentizar, los decretos y hacer de Trump un presidente mucho más débil para el resto de su segundo mandato.

Y lo que es más importante, recuperar el control del Congreso brindaría al Partido Demócrata una mejor oportunidad para que las elecciones de 2028 todavía sean libres y justas. También enviaría una clara señal a las diferentes élites de que Trump no es la voz del pueblo estadounidense y que se le puede plantear oposición y resistencia con éxito.

Por supuesto, deberían saberlo ya, puesto que las encuestas muestran que Trump y sus políticas son extremadamente impopulares en EE. UU. (y en otros sitios). Esta impopularidad se ha evidenciado en las elecciones celebradas para toda clase de cargos en el país este año.

Es obvio que las elecciones de mitad de mandato son cruciales para la democracia de EE. UU. –probablemente determinarán si el país seguirá siendo democrático en un futuro cercano– pero las ramificaciones se dejarán sentir en todo el mundo y Europa no será donde menos se sientan. Esto quedó evidentemente claro con la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional 2025, cuya sección sobre Europa es un ataque frontal contra la UE, la democracia liberal y el multiculturalismo en el continente.

Empapada de ideología de extrema derecha y teorías conspirativas (como el "Gran Reemplazo"), la administración Trump se ha fijado el objetivo de “promover la grandeza europea” mediante el fomento “en las naciones europeas [de] la resistencia a la trayectoria actual de Europa” y "construyendo las naciones saludables [sic]  de Europa Central, Oriental y Meridional". Dado que el documento afirma que "la creciente influencia de los partidos patrióticos europeos es motivo de gran optimismo", no cabe duda de donde ve la administración Trump a sus aliados europeos.


Así pues, si 2026 ha de ser un mejor año para la democracia (europea), el cambio tendrá que venir de los ciudadanos de Hungría y Estados Unidos, quienes tienen la oportunidad de asestar un duro golpe a sus líderes antidemocráticos


La primera y mayor prueba a la que se verá sometida esta nueva y activista política exterior de EE. UU. serán las elecciones parlamentarias húngaras del 12 de abril. Por primera vez desde que recuperó el poder y convirtió el país en un régimen similar a uno autoritario, Viktor Orbán se enfrenta a un verdadero desafío a su poder. Tisza, el nuevo partido de Péter Magyar, exmiembro del Fidesz, lleva una ventaja de dos dígitos en las encuestas, lo que pone a Orbán claramente muy nervioso. Su vasta red de propaganda está llevando a cabo una elaborada campaña de desprestigio, mientras que su gobierno ha solicitado (sin éxito) al Parlamento Europeo que retire la inmunidad parlamentaria a Magyar.

No hay duda de que Trump quiere que Orbán se mantenga en el poder. De hecho, en una versión filtrada del borrador del proyecto de ley de Estrategia de Seguridad Nacional 2025 se menciona explícitamente a Hungría como uno de los cuatro países para “trabajar más con él… a fin de sacarlo” de la Unión Europea (los otros tres son Austria, Italia y Polonia).

Aunque el documento sigue siendo impreciso en cuanto a la forma en que quiere conseguirlo, podemos esperar, cuando menos, un cierto nivel de interferencia en las elecciones húngaras;  acaso otro rescate financiero, como el que se ofreció a Javier Milei en Argentina. Además, debemos esperar interferencias rusas en favor de Orbán, su voz más leal dentro de la UE, probablemente mediante campañas de desinformación online. Magyar ya ha acusado a Rusia de interferir, lo que es un gran temor para la mayoría de la población húngara.


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¿Cómo responderá la UE en esta ocasión? En la pasada década sencillamente reconoció que las elecciones fueron “libres pero injustas”, al tiempo que se consideraba incapaz de hacer nada acerca del asunto. En las elecciones anteriores, Orbán se benefició principalmente de un campo de juego político desigual. Esto podría cambiar ahora que Magyar es una amenaza para la cleptocracia de Orbán y sus esbirros (incluida su familia). Hay rumores de que Orbán desea ocupar la presidencia, después de transformar el país en un sistema presidencialista (como Recep Tayyip Erdogan ha hecho en Turquía). El gobierno húngaro ha refutado estos rumores, pero el Parlamento acaba de aprobar un proyecto de ley para “reforzar” la presidencia, lo que requiere una mayoría de dos tercios (superior a la normal) para destituir al presidente.

Pero aun en el caso de que Fidesz perdiera las elecciones y Orbán aceptara la derrota –dos enormes interrogantes, dada su respuesta al descalabro electoral de 2002– conservarían un poder significativo dentro del país (mucho más que Ley y Justicia en Polonia). Durante los últimos 15 años Orbán ha colocado a sus leales en la mayoría de las instituciones estatales clave, de las que solo pueden ser sustituidos por una mayoría cualificada (de la Corte Suprema hasta la agencia tributaria).

Además, la UE tiene varios mini-Orbáns en el poder en otros países, tales como el primer ministro eslovaco Robert Fico, el primer ministro checo Andrej Babiš y el presidente polaco Karol Nawrocki; todos los cuales fueron abiertamente apoyados por Orbán durante sus campañas electorales.  Ninguno de estos líderes es tan radicalmente euroescéptico y prorruso como Orbán, o goza de la misma posición de poder en su país, pero todos continuarán ralentizando y suavizando importantes políticas de la UE sobre asuntos exteriores (muy en especial Rusia y Ucrania), derechos de las minorías y Estado de derecho.

Durante los tiempos difíciles, la “burbuja de Bruselas” siempre retorna a la famosa declaración de Jean Monet de que “Europa se forjará en las crisis”. Esto explica su subestimación de Trump, donde los habitantes más fanáticos incluso esperaban una victoria de Trump, mientras que otros “simplemente” veían un “rayo de esperanza” para Europa en su victoria. Pero en un año en el que el Secretario General de la OTAN advierte abiertamente a Europa de un ataque ruso en el plazo de cinco años, y en el que EE. UU. ha pasado de aliado clave a principal adversario, la UE ha estado internamente más dividida que empoderada. La que se supone es la mujer más poderosa del mundo, Úrsula von der Leyen, ha estado preocupada repeliendo los retos de otros pesos pesados europeos, los escándalos de corrupción, y las mociones de censura en el Parlamento Europeo. En un año, ha pasado de ser la “Reina Úrsula” a ser “el rostro de la debilidad de la UE”.

En resumen, a pesar de quizás el entorno internacional más hostil de su historia, Europa no ha aprendido “a valerse por sí misma”. En cambio, se anduvo con rodeos y cedió ante Trump, una estrategia llevada al extremo por el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, quien infamemente llamó a Trump "papá", para el gran deleite del presidente estadounidense. Pero andarse con rodeos es una estrategia inútil si no se tiene un plan de futuro. Solo sirve para posponer lo inevitable, como vemos con el máximo dolor en el caso de Ucrania, que se enfrenta cada vez más a una propuesta estadounidense marcadamente prorrusa que desdeña y margina por completo a Europa.

Probablemente sea a estas alturas donde el lector espera el punto final optimista de este ensayo. El razonamiento de que Europa por fin ha aprendido la lección y cambiará la situación. Lamentablemente, no veo indicios de tal cambio. Dejando a un lado que, en el mejor de los casos, existe un confuso apoyo empírico a la afirmación de Monet de que Europa prospera en tiempos de crisis, el continente está más dividido y aislado que nunca.

No solo se trata de que la extrema derecha sea una fuerza importante en la mayoría de los países europeos y a todos los niveles de la Unión Europea, sino que el Partido Popular Europeo (PPE, conservador) cada vez se alinea más con ella en el Parlamento Europeo, o utiliza la colaboración como una amenaza para arrastrar a los grupos mayoritarios hacia la derecha. Además, todos los principales países europeos tienen gobiernos débiles, cuya principal preocupación es sobrevivir a la lucha política interna (por ejemplo, Francia, Alemania, Polonia, el Reino Unido). A esto se suma que la UE se enfrenta al llamado "escándalo de fraude diplomático", que podría provocar la caída de von der Leyen y, por lo tanto, hundir a la UE en una crisis total.

Así pues, si 2026 ha de ser un mejor año para la democracia (europea), el cambio tendrá que venir de los ciudadanos de Hungría y Estados Unidos, quienes tienen la oportunidad de asestar un duro golpe a sus líderes antidemocráticos. Y quizás entonces los líderes políticos de Europa y Estados Unidos puedan, final y verdaderamente, unirse a la lucha contra la extrema derecha, no solo con palabras, sino también con hechos.

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