Cas Mudde es profesor de la cátedra Stanley Wade Shelton en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Georgia y profesor II en el Centro de Investigación sobre Extremismo (C-REX) de la Universidad de Oslo. Es autor de Populism: A Very Short Introduction (2017) y The Far Right Today (2019). Es columnista del GuardianUS y accionista de Voxeurop.
Voxeurop: ¿Cuáles son las principales diferencias entre el concepto de libre expresión en EE. UU. y en Europa?
Cas Mudde: El concepto de “libre expresión” se está politizando cada vez más, con sus consiguientes malas interpretaciones, alentadas especialmente –aunque no en exclusiva– por la extrema derecha. La idea de libertad de expresión trata, fundamentalmente, de la relación entre ciudadanos y el Estado. Tiene que ver con el poder del Estado y/o los derechos del ciudadano. El concepto de libertad de expresión mantiene que el Estado no debe prohibir la expresión de sus ciudadanos. El concepto no afecta a instituciones privadas o ciudadanos individuales que limitan la expresión de unos y otros. En otras palabras, si un ciudadano o ente privado limita la expresión en su entorno privado, no estamos ante un caso de falta de libertad de expresión. No invitar a alguien a pronunciar un discurso de graduación en una universidad o no publicar un artículo en un periódico no es un caso de falta de libertad de expresión. La “libre expresión” de esa persona no se limita. Lo que se limitan son los sitios donde esa persona puede expresar su opinión. Pero nadie tiene el derecho fundamental de publicar un artículo de opinión en el New York Times o de pronunciar un discurso de graduación en la Universidad de Harvard. Fundamentalmente, la falta de libertad de expresión se considera como tal cuando el Estado prohíbe ciertos discursos, es decir, cuando no hay espacio en el que uno pueda expresar libremente esa opinión.
No se trata tanto de que el concepto de libre expresión sea diferente en Europa y en Estados Unidos sino más bien de que la interpretación de la idea de libre expresión es fundamentalmente diferente. En EE. UU. el entendimiento idealizado de libre expresión es absoluto, lo que significa que no debe limitarse en función de su contenido. En la medida en que se permiten ciertos límites, estos tienden a basarse en las consecuencias de esa expresión, que generalmente se consideran dentro de contextos específicos. El ejemplo más famoso es gritar “¡fuego!” en un cine lleno de gente. Gritar “¡fuego!” no está prohibido, pero gritarlo en un cine lleno de gente (cuando no hay fuego), sí lo está. La idea es que el contenido del discurso en sí mismo no es verdad y los efectos potenciales son negativos. Por otro lado, pasearse con uniformes nazis por un barrio mayoritariamente judío no está prohibido, incluso aunque tenga efectos negativos, presumiblemente porque: 1) el mensaje es auténtico (es decir, está expresando una opinión verdaderamente sentida) y 2) el efecto negativo no es físico.
Sin embargo, en Europa siempre se ha entendido que la idea de libre expresión existe únicamente dentro de ciertos límites, en términos de contenido. Por ejemplo, durante mucho tiempo no se pudo criticar a la Iglesia o al Rey; de hecho, incluso hoy en día seguimos teniendo tal tipo de leyes en los Códigos de varios países europeos. Después de la Segunda Guerra Mundial, el antisemitismo y más tarde otras formas de prejuicios estuvieron prohibidos, y el apoyo al comunismo también estuvo limitado en muchos países, de forma oficial o no.
Curiosamente, la limitación de la libertad de expresión suele negarse mediante deflexiones retóricas como “el racismo es un delito, no una opinión”. Técnicamente, el racismo no solo es un delito en la mayoría de los países europeos, sino también una opinión criminalizada. Cabe destacar que aunque en teoría distinguimos entre el modelo estadounidense de absoluta libertad de expresión y el modelo alemán de “democracia militante” que prohíbe la expresión “antidemocrática”, estos son tipos ideales, que no existen en realidad. Por ejemplo, en EE. UU. está prohibido el “apoyo al terrorismo” aunque tal apoyo se combate de manera muy diferente con relación al terrorismo yihadista y al terrorismo antiaborto. Y en Alemania, al igual que en la mayoría de los países occidentales, la discriminación basada en etnicidad y religión está prohibida, y aun así muchos casos de islamofobia quedan sin castigo en estos días.
¿Por qué hay tales diferencias y de dónde proceden?
Los orígenes intelectuales son los mismos y el apoyo a la “libre expresión” se considera un valor fundacional, democrático y liberal tanto en Europa como en EE. UU. Pero, como queda dicho, la principal diferencia se advierte en la interpretación de libre expresión. Pienso que esto tiene mucho que ver con la relación entre los ciudadanos y el estado, que es fundamentalmente diferente en Europa y EE. UU. En este último país, la cultura política es fundamentalmente de desconfianza del estado (federal). A lo largo de la historia de EE. UU., con algunas excepciones (como durante el periodo del New Deal promovido por Franklin D. Roosevelt), el estado federal siempre se ha asociado con la amenaza de extralimitación de poderes, que acabaría en tiranía. Este es todavía el principal fundamento de apoyo para la Segunda Enmienda, es decir, el derecho a poseer y portar armas, supuestamente para la protección de uno mismo y del pueblo contra una posible tiranía (federal). Al mismo tiempo, EE. UU. siempre ha mantenido una cultura muy populista, en la que “Nosotros el pueblo” se ve como pura y moralmente superior a “la élite” (especialmente la élite política federal).
Nadie tiene el derecho fundamental de publicar un artículo de opinión en el New York Times o de pronunciar un discurso de graduación en la Universidad de Harvard
En contraste y muy en particular, la Europa Occidental ha pasado por una larga historia de desconfianza “del pueblo”, que se reflejó en la muy cautelosa y lenta expansión del poder político y el sufragio y que se vio fortalecida por lo que denomino el Mito de Weimar, la idea de que el pueblo alemán puso en el poder a Hitler de forma democrática. En realidad, el NSDAP de Hitler “solo” consiguió un tercio de los votos y alcanzó el poder gracias a la élite política conservadora, que formó una coalición con los hitlerianos. Este mito fortaleció la desconfianza del pueblo hacia las élites políticas, captada a la perfección en la “democracia militante” de Alemania (Occidental), que se puede entender como una especie de democracia dirigida: el pueblo es libre de votar, pero solamente puede elegir entre opciones que las élites políticas hayan aprobado previamente, pues técnicamente, los partidos “antidemocráticos” son ilegales en Alemania.
Así pues, la idea subyacente es que no podemos confiar en que el pueblo alemán no vuelva a elegir a otro Hitler, por lo que no debemos darle esa oportunidad. Esta forma paternalista de democracia fue fundamental para las políticas de Europa Occidental en el siglo XX, pero se ha visto sometida a múltiples presiones como consecuencia de unas relaciones más horizontales en la sociedad, fortalecidas más aun por ideas básicas de neoliberalismo y populismo, puesto que ambos consideran que los ciudadanos –bien como “clientes racionales” o bien como “personas puras”– son superiores a los políticos “irracionales/ineficientes” o “corruptos”.
¿Cuáles son las consecuencias políticas?
Es difícil aislar las consecuencias de la implementación de la idea de la “libertad de expresión”, porque reflejan en gran medida una cultura política más amplia. Una de ellas, sin embargo, es que los prejuicios se expresan más abiertamente en Estados Unidos, aunque los “silbatos para perros” y la discriminación institucional “daltónica” también eran la norma en el país antes de que Donald Trump llegara al poder. Obviamente, en Europa también se expresan prejuicios, tanto de forma encubierta como abierta, pero de forma menos extrema y abierta, ya que se corre el riesgo de acabar detenido o condenado. Además, en Europa existe un debate interminable sobre “¿dónde está el límite de la libre expresión?”. Y se ve que esos límites siempre están cambiando.
Después de la Segunda Guerra Mundial hubo cierta sensibilidad al antisemitismo en muchos países, pero no tanta hacia el racismo o la homofobia. Esto cambió en las décadas de 1980 y 1990, cuando la expresión de muchos prejuicios pasó a ser delito a tenor de la nueva legislación antidiscriminación. Aunque contra esto siempre hubo cierta oposición, esta se hizo más profunda e influyente después del 11S, que provocó la generalización de la islamofobia en la mayoría de los países europeos. Por lo tanto, en esencia, la forma en que se interpreta legalmente la "libre expresión" siempre refleja la dinámica de poder de aquellos tiempos... quienes estén en el poder se asegurarán de poder expresarse libremente.
¿Quién se está beneficiando más de la libertad de expresión en EE. UU. y Europa? ¿Tiene alguna utilidad social esa libertad?
A un nivel fundamental, pienso que todo el mundo se beneficia de la libertad de expresión, ya que poder expresar sus creencias es esencial para ser un ciudadano y a la larga beneficia al pluralismo y la democracia liberal. Dado que los líderes han de representar a los ciudadanos en una democracia, necesitan saber lo que los ciudadanos piensan y quieren. La libertad de expresión es esencial para ello. El pluralismo también se beneficia de la libre expresión, ya que esta hace más fácil conocer los diferentes valores de los diversos grupos existentes en la sociedad. Es lo mismo que con una relación personal, que también se beneficia de la comunicación abierta y que se debilita cuando hay secretos. Dicho esto, las sociedades y las relaciones no son lo mismo, ya que las sociedades son mucho más complejas y sus relaciones mucho más indirectas y remotas.
¿Qué sistema es el más beneficioso para los ciudadanos y la sociedad en general?
No es por eludir esta pregunta, pero esto depende de los valores que se prioricen en una sociedad. Creo que en una sociedad ideal, la libre expresión no produce traumas personales o violencia política. Por lo tanto, en teoría, la verdadera libre expresión es la más beneficiosa para los ciudadanos y la sociedad. Pero la libertad expresión funciona mejor en una sociedad verdaderamente democrática, donde los ciudadanos tienen el mismo poder político, lo que idealmente también significaría que tienen igual acceso a la misma audiencia. Esto, por supuesto, no existe. Vivimos en sociedades fundamentalmente desiguales, en las que el discurso de ciertos ciudadanos pesa mucho más que el de otros, debido a ciertos privilegios (clase, género, raza, habilidades retóricas) y, relacionado con eso, el acceso a los medios de comunicación. Pero la pregunta clave es si la respuesta a esta desigualdad debería ser, fundamentalmente, menos libertad de expresión o menos desigualdad. A menudo elegimos la primera porque lograr la segunda es mucho más difícil.
¿Tendría sentido algo del tipo “justa expresión”? ¿Cómo podría ser?
“Justa expresión” suena realmente bien, pero presume una comprensión objetiva de lo que “justa”significa, y eso no existe. La justicia es profundamente ideológica, basada en asunciones ideológicas (y religiosas) de lo que es bueno y malo. De aquí se deduce que “justa expresión” representaría, en el mejor de los casos, la interpretación dominante de “justicia” en ese momento. A un nivel fundamental, eso no es muy diferente de la libre expresión que tenemos hoy en día, que representa la interpretación dominante de libre expresión en estos momentos. Otro concepto que se usa en los debates sobre la libertad de expresión últimamente es el “civismo”, es decir, el argumento de que la expresión debe ser libre pero “cívica” y la idea, implícita o explícita, de que la expresión “incívica” debe ser prohibida. Pero, ¿quién determina qué es “cívico”? En realidad, es la élite política la que define el “civismo” y la que utiliza el concepto para prohibir la expresión (y las acciones) que amenazan fundamentalmente su poder.
¿Está la libertad de expresión nivelando el campo social y político, o está fomentando el desequilibrio en la participación política y social, dando más empuje a ideas minoritarias pero mejor financiadas o conectadas?
Al igual que la mayoría de las libertades liberales, la libertad de expresión trata de dar a todo el mundo un acceso igual, lo que significa que no cuestiona por sí misma las relaciones de poder existentes. Pero, las oposiciones políticas pueden usar la libre expresión para cuestionar a las élites políticas e, incluso, para hacerlas caer. Al mismo tiempo, las élites políticas pueden usar la libre expresión para establecer e incluso acrecentar su poder. Y debido a que las élites políticas suelen tener más poder, formal e informal, pueden usar la libre expresión con mayor efectividad. Aun así, a falta de libre expresión, la posibilidad de plantear cualquier cuestionamiento se ve más limitada todavía. De modo que, a fin de cuentas, creo que la libre expresión es esencial para una buena representación. Brinda a la ciudadanía la oportunidad de expresar sus deseos a sus líderes y ayuda a mantenerlos responsables. Aun así, no garantiza ninguna de las dos cosas y para que la libre expresión funcione de forma más democrática necesitamos una sociedad muy igualitaria.
Muchos, como Elon Musk, abogan por una libre expresión ilimitada para todos, pero parecen insatisfechos con algunas de las consecuencias, como la incitación al asesinato y a la violencia cuando se dirige contra su bando, y en estos casos piden que se limite la libertad de expresión, como sucede en la mayoría de los países europeos. ¿Cómo se explica usted esta actitud?
Para ser sincero he de decir que esto no es específico de la extrema derecha. He estado debatiendo por la libre expresión durante décadas y rara vez he encontrado una persona que no pretendiera ser defensora también de la libre expresión, pero que luego deseara que ciertas expresiones se prohibieran. Esto incluye a conservadores, liberales, socialistas y la extrema derecha. Pienso que la mayoría de la gente –y en particular los “intelectuales”– apoyan la libre expresión porque ellos mismo desean poder decir cualquier cosa que quieran. Muchos de los que la defienden tan fervientemente, también tienen un montón de privilegios, lo que significa que rara vez soportan lo más penoso de la libre expresión.
La libertad expresión funciona mejor en una sociedad verdaderamente democrática, donde los ciudadanos tienen el mismo poder político, lo que idealmente también significaría que tienen igual acceso a la misma audiencia
No son el objetivo de los ejemplos más típicos de libre expresión. Y cuando pasan a ser objetivos de alguien, o cuando ven expresiones que les desagradan o consideran peligrosas, quieren que se prohíban o al menos que se restrinjan. Pero no desean que estas medidas incidan en su propio discurso. Pienso también que la libre expresión ha pasado a ser algo a lo que todo el mundo desea adherirse –como el ser justos, muy trabajadores y tolerantes– y que se ha convertido en parte nuestra propia imagen positiva. ¿Cómo se puede ser un buen demócrata si no se apoya la libertad de expresión?
¿Cuál es el papel de los medios de comunicación respecto a la libertad de expresión? ¿Cuál es la relación con la ética profesional?
En esencia, la libre expresión tiene que ver con la relación entre los ciudadanos y el Estado. Así pues, y en relación con los medios de comunicación, esto se relacionaría como mucho con los medios públicos. Los medios privados, que son la inmensa mayoría, al menos de los medios de comunicación impresos, son libres de elegir los discursos que quieren promover y las que no. Me sorprende que unos medios de comunicación particularmente liberales sientan la necesidad o incluso la obligación de dar voz a la extrema derecha, al mismo tiempo que ellos recalcan también su apoyo a la democracia y que consideran a la extrema derecha una amenaza para la democracia.
Además, la mayoría de estos debates sobre “libre expresión” son enormemente problemáticos. Por ejemplo, algunos medios de comunicación arguyen que se debería entrevistar a políticos de extrema derecha o publicar sus artículos de opinión, porque los ciudadanos deberían ser conocedores de estas opiniones, dado que forman parte del debate político. Naturalmente, la gente debería conocerlas, pero dado que los propios medios de comunicación consideran que la extrema derecha es una amenaza para los valores fundamentales que tales medios defienden (es decir, democracia liberal, libertad de prensa), y que frecuentemente apuntan que varios actores de la extrema derecha actúan de mala fe (es decir, que mienten), hay una razón muy buena para no aceptar lo que diga la extrema derecha.
Así pues, en vez de brindarle una plataforma a la extrema derecha y hacer que se comunique directamente con los lectores, escriben sobre ella, analizan sus ideas y verifican la materialidad de sus alegatos. Además, la mayoría de los medios de comunicación son hipócritas y dan voz a actores e ideas “populares” de la extrema derecha para dar voz a “todo el mundo”, pero luego excluyen a yihadistas, cristianos ortodoxos, neonazis, etc. Sin embargo, estas ideas existen también en la sociedad. Pero eso nos lleva al problema fundamental de limitar la libre expresión... ¿dónde está el límite? Y eso es siempre una cuestión política, que siempre será un reflejo del poder político.
🤝 Este artículo se ha publicado en el marco del proyecto colaborativo Come Together.
Desde la década de 1980 y la financiarización de la economía, los actores financieros nos han mostrado que los vacíos legales esconden una oportunidad a corto plazo. ¿Cómo terminan los inversores ecológicos financiando a las grandes petroleras? ¿Qué papel puede desempeñar la prensa? Hemos hablado de todo esto y más con nuestros investigadores Stefano Valentino y Giorgio Michalopoulos, que desentrañan para Voxeurop el lado oscuro de las finanzas verdes; hazaña por la que han sido recompensados varias veces.
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