Cinco gestos para cambiar Europa

La unión política, consecuencia de la unión monetaria, sólo podrá conseguirse si la UE se dota de estructuras más democráticas, que impliquen más a los europeos. Eric Jozsef, cronista de Internazionale, da algunas pistas sobre cómo lograrlo.

Publicado en 4 julio 2012 a las 09:50

Durante más de medio siglo, Europa ha garantizado a los Estados y a los pueblos la paz, la democracia, la prosperidad económica, el respeto de las minorías y un bienestar social sin igual en el resto del mundo. Ahora, este patrimonio corre el riesgo de saltar en pedazos.

Por primera vez desde hace cincuenta años, se aplican una serie de mecanismos que dejan entrever a los ciudadanos unas reacciones en cadena, miedos y nacionalismos parecidos a los que los países europeos conocieron en los años treinta. Si bien la historia no se repite jamás dos veces de la misma forma, cabe recordar que se construyó un espacio europeo democrático basado en una economía social de mercado precisamente para ahuyentar a esos espectros y para superar los nacionalismos y los totalitarismos.

Ante la globalización, la carrera desenfrenada de las finanzas y el cambio del mundo, Europa, aunque era la primera potencia económica mundial, no ha sabido dar un paso más hacia la integración para defender este patrimonio, superar la crisis y hacer frente a la cuestión griega. La canciller alemana Angela Merkel, al borde del precipicio, finalmente propuso hace unas semanas dar ese paso y avanzar hacia la unión política, aunque sin explicar en detalle el carácter de su proyecto (que parece limitarse a ejercer un control europeo sobre los presupuestos, los bancos y las cuentas de los países miembros de la Unión).

Una Europa unida politicamente

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Cabe recordar que los padres de Europa no tenían como único horizonte la integración económica, sino que se trataba únicamente de un medio para lograr el objetivo de una Europa unida en el ámbito político. Las heridas de la guerra seguían abiertas y no se podía hacer otra cosa. La cooperación económica debía acercar a los pueblos y reducir el riesgo de nuevos conflictos.

"Europa avanza a escondidas", dijo un día Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión Europea. Durante años, esa estrategia funcionó. Pero hoy, en pleno caos económico y monetario, este método elitista, que no involucra a los ciudadanos en los procesos de tomas de decisiones, revela todas sus limitaciones.

Hasta tal punto que un gran número de electores culpan de la crisis al exceso de Europa y no a la falta de herramientas de las que disponen las instituciones de la Unión. Y con el ascenso de los movimientos extremistas opuestos a Europa, el riesgo de una desintegración parece real.

Con transferencia de soberanía

Por lo tanto, nos encontramos en una encrucijada. Ningún país europeo tiene el peso necesario para influir por sí solo en el ámbito mundial. Ni siquiera Alemania. Por consiguiente, Europa es la condición de la política, entendida como la capacidad de elegir su destino. Pero no se puede consolidar Europa sin los pueblos y menos contra los pueblos. El único método viable es el de la transferencia de soberanía hacia un poder europeo provisto de legitimidad democrática.

Por este motivo, las numerosas cumbres europeas a las que asistimos desde hace meses tan sólo pueden aportar, en el mejor de los casos, una solución provisional. Desde este punto de vista, la gestión de la crisis griega es de lo más representativa. Ahora parece evidente que Atenas no podrá devolver su deuda, a pesar de los enormes sacrificios. La opción que se le ofrece es la cancelación o la mutualización de la deuda griega a cambio del control exhaustivo de la gestión futura de las cuentas públicas de Atenas. Y sólo la Unión Europea podrá encargarse de esta misión.

Pero al mismo tiempo, el pueblo griego, como los demás ciudadanos de la Unión, no podrá aceptar la pérdida de soberanía (que en realidad ya está muy debilitada por los mercados) si la autoridad europea encargada de controlar sus cuentas públicas no dispone de una mayor legitimidad democrática. Para ello, conviene volver a plantear desde hoy la cuestión de las instituciones y transformar la Unión en un espacio de democracia directa.

El papel de los ciudadanos

Algunos sostienen que en primer lugar hay que resolver los problemas económicos, bancarios y financieros de la Unión, antes de iniciar la obra institucional. En realidad, quieren impedir la transferencia de grandes partes de su soberanía, con el pretexto de que los ciudadanos no estarían dispuestos a dar ese gran salto. Por lo tanto, son los ciudadanos europeos quienes deben reivindicar un espacio político común y federal. Y los políticos tienen que demostrar que están realmente dispuestos a hacer surgir una Europa fuerte, soberana, unida y democrática.

Estas son algunas propuestas no exhaustivas para fundar esta unión política y sobre las que deberían posicionarse claramente los dirigentes políticos, pero también los ciudadanos:

1) instituir la elección directa del presidente de la Unión Europea por sufragio universal.

2) fusionar las funciones del presidente de la UE y la del presidente de la Comisión Europea, para tener un representante único de la Unión.

3) instaurar la toma de decisiones con doble mayoría simple: el 51% de los 27 Estados miembros mediante el voto de los ministros y el 51% de la población mediante el voto de sus representantes en el Parlamento Europeo.

4) establecer listas europeas para las elecciones al Parlamento de Estrasburgo (con una proporción importante de candidatos europeos y no nacionales).

5) introducir el referéndum de iniciativa popular a escala europea.

Ante la crisis, Europa debe elegir entre ser valiente o la decadencia.

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