Este fin de semana se celebran elecciones en dos países europeos. Pero aun estando en medio de la peor crisis económica de los últimos cincuenta años, la campaña electoral alemana ha sido la más aburrida que se recuerda y los debates en Portugal han girado alrededor de los escándalos en los que estaba implicada la presidencia de la República. Un contraste significativo con la cumbre del G20 que se ha celebrado en Pittsburgh, Estados Unidos: allí los dirigentes de los grandes países del planeta han rivalizado en ideas para cambiar el mundo, aunque sigan sin encontrar los medios para llevarlas a la práctica.
¿Quién tiene la culpa? Según el filósofo alemán Richard David Precht, los ciudadanos se han vuelto demasiado individualistas para interesarse por las grandes cuestiones que afectan a su país. Por el contrario, la novelista y periodista Elke Schmitter considera que el problema son los políticos, que se limitan a "nadar y guardar la ropa". El resultado es que todos parecen acomodarse a la realidad a la vez que todos parecen estar de acuerdo en la necesidad de salvar el planeta y regular la economía, y mientras tanto los índices de abstención aumentan con cada nuevo escrutinio: en Alemania podría alcanzar el 35%.
Se ha dicho que las dos últimas elecciones europeas no han interesado a nadie: hoy comprobamos que esta apatía afecta también a países cuya historia ha sido rica en acontecimientos y debates. Sin embargo, el referéndum irlandés del 2 de octubre someterá muy pronto a las urnas otro asunto europeo, el Tratado de Lisboa. En esta ocasión el debate es vivo y argumentado, por más que los partidarios de ambos bandos abusen a veces de razonamientos simplistas. Pero está muy claro lo que hay en juego, y los partidos políticos no dudan en tomar parte. Entre los grandes discursos de Pittsburgh y la decisión popular sobre Lisboa se extiende un amplio campo para la democracia. Pero no siempre se aprovecha del mejor modo. E.S.