Noticias Europeos y Covid-19 | Suecia
Photo: Anna Fredriksson

Confinada con mamá

El sentimiento de que el tiempo pasa. Lentamente. Anna Fredriksson cuenta los días de la cuarentena voluntaria que ha decidido hacer con su madre de 95 años y los va tachando en el calendario. Todo comienza el 13 de marzo y termina el 1 de octubre, cuando su madre se traslada a una residencia de cuidados para la demencia. Un diario íntimo donde se cuenta cómo ha sido vivir 193 días durante la pandemia del coronavirus en Suecia.

Publicado en 27 enero 2021 a las 15:00
Photo: Anna Fredriksson

Día 1

13 de marzo de 2020

Tomé la decisión de inmediato. 

Ya es un hecho que el virus se está expandiendo por toda Suecia. Llevo prácticamente desde Navidad viviendo contigo, esperando a que escojas una residencia de cuidados adaptada a tu enfermedad. Sin embargo, te niegas a dejar atrás la independencia que durante tanto tiempo ha caracterizado tu vida y prefieres quedarte aquí, en casa. Esta es la tercera oferta del ayuntamiento que rechazas. Lo más probable es que fuera un buen lugar. De hecho, fuimos a echarle un vistazo, pero tú no quisiste ni entrar, preferiste esperarme sentada afuera. Aquel día lloré en el despacho de la enfermera que estaba a cargo del lugar. Me arrepiento de haberme expuesto de esa manera, no di una buena impresión, en absoluto. Acepto que te niegues a dar el paso, es algo totalmente legítimo, pero también soy consciente de que la situación ha llegado a un punto insostenible. Necesitamos encontrar una solución. 

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Pero ahora el virus lo cambia todo repentinamente. Cierro a cal y canto mi casa en Estocolmo, pido al vecino que riegue las plantas y que recoja el correo y me voy 330 kilómetros al sur. Me mudo. Vuelvo a casa, contigo. Vuelvo a mi habitación de cuando era una niña, la que me vio crecer. Ha cambiado por completo. Cancelamos el servicio de cuidados a domicilio por un tiempo. Siguen trayendo el almuerzo diariamente, pero lo dejan en el porche. 

«Entiendo completamente las emociones que te motivan a tomar esta decisión, pero no creo que seas consciente de las consecuencias que pueden tener tus acciones», me dice mi compañero durante nuestra despedida. 

No, no lo soy, pero es una decisión fácil de tomar. Solo sé que no quiero que enfermes y te asfixies. Ahora sabemos el efecto que tiene el virus en los pulmones. Es algo aterrador.

Hay una grieta en el mundo que separa tu realidad de la mía.
Foto: Anna Fredriksson

Día 7

Ya empezamos a tener una rutina. Me he dado cuenta de que tardan al menos una semana en entregarnos la compra a domicilio y lo que primero se nos ha agotado es la leche. Por eso he decidido añadir leche de avena al pedido, para que siempre tengas algo en casa para acompañar tu crema de avena. Esa crema de avena que tomas en el desayuno para empezar el día y como cena ligera para acabarlo. A veces la puedes preparar tú sola, otras no. Los pedidos llegan por la tarde. Te gusta ir a recogerlos y decirme que he comprado demasiadas cosas. De vez en cuando te gusta dejar las bolsas fuera para evitar que nos contagiemos del virus. 

Te entristece ver que ya no puedes ni escuchar la radio ni ver la televisión —tus ojos y oídos no te lo permiten—, pero siempre te sube el ánimo hacer un repaso rápido de los titulares del periódico local que recibimos los viernes y los sábados.

Día 14

«Hace tiempo que un grupo de personas se ha mudado a casa». Te refieres a tus cuidadores. Han estado aquí a menudo, pero sus visitas son siempre muy cortas. A veces incluso demasiado cortas, tan solo unos minutos. No, no se han «quedado a vivir aquí».

Te caen bien, pero a veces tienes la sensación de que te han arrebatado tu hogar. Dices que se han mudado aquí, pero es porque no escuchas cuando llaman a la puerta. Para ti, aparecen de repente en tu cocina. 

Ahora te gusta que solo seamos tú y yo. Noto una paz nueva. Y sin embargo, sigues preguntando quién se va a asegurar de que tomes tus pastillas por la tarde. «Yo lo haré, mamá. A las siete en punto, como siempre».

A veces sales a pasear fuera, porque no te sientes en casa. Miras los números de las puertas de todas las casas del vecindario. Dices que hay otra realidad, un mundo paralelo que tiene la misma apariencia que este, pero que es el verdadero. Lo llamas: la realidad verdadera. «En esa realidad yo podía hacerme cargo de todo por mí sola», dices. «Deberíamos escribir un libro sobre la falsa realidad. Tú deberías escribirlo, puesto que aún puedes hacerlo.» Quieres volver a esa realidad verdadera y a veces te preparas una mochila y vas a dar unas vueltas a la casa. Cuando terminas, entras por la puerta trasera, feliz de estar de vuelta.

Día 15

Te duele no poder seguir formando parte activa de la sociedad. Has sido una ciudadana comprometida durante toda tu vida. Has defendido los derechos de los animales y luchado contra el cambio climático no durante años, sino décadas. Tu entrega a estas causas sigue siendo muy fuerte. Observas el reflejo del sol en el pequeño lago que cruzamos en nuestros paseos. Estamos escribiendo una propuesta para que se instalen paneles solares en tu comunidad. Cuando en la etiqueta de las comidas municipales que recibes está escrito «pescado» y «filete vegetariano», escribimos una propuesta ciudadana reclamando que los ancianos merecen saber lo que están comiendo. ¿Qué tipo de «pescado»? De acuerdo, es vegetariano, pero ¿qué tipo de filete es exactamente? Los ancianos también tienen derecho a utilizar su poder del consumidor. Escribimos un obituario para el ganso canadiense que fue disparado en el lago por las autoridades. Lo hicieron con buena fe, pero lamentamos igualmente su muerte. El obituario se publica en lo que te gusta llamar tu revista, Miljömagasinet, el periódico de los ecologistas.

Todos los días reciclas nuestros desperdicios.

Días 14, 28, 42, etc.

Necesitamos una preparación previa. Tenemos que prepararnos para lavarte el pelo un día antes. Te enfadas, piensas que no es necesario, pero cuando cedes y te metes en la bañera, todo va como la seda. Yo me empapo en agua, pero no importa. Cuando terminamos estás de muy buen humor y bendices mi delicadeza al ducharte. 

Te gusta sentirte limpia.

Has escrito muchas cartas en tus días. Ahora es difícil poner algo por escrito.
Foto: Anna Fredriksson

Día 20

Nos despertamos con un sol cálido. A veces, cuando escucho que estás despierta a las siete, yendo al baño, te doy el primer medicamento del día. Después, volvemos a la cama. O intento concentrarme en un trabajo cuya fecha de entrega está a la vuelta de la esquina. Aunque mi horario laboral suele empezar a las ocho de la tarde, al menos doce horas después, cuando ya te has ido a dormir. 

Te despierto a las ocho y media, la hora del desayuno: crema de avena y el resto de la medicación (cinco pastillas distintas para tu corazón y la presión sanguínea).

Te gusta preguntar por el nombre de todas esas pastillas y por qué tienes que tomarlas. A veces te preocupas porque no recuerdas si las has tomado todas. Rompemos con la monotonía yendo a dar un paseo. El sol de primavera nos conduce a un campo que conocemos donde crecen ortigas. Recogemos las primeras ortigas del año entre risas y felicidad. Nos sentamos en el suelo, apoyando nuestras espaldas en el viejo roble, para disfrutar del sol. De vuelta a casa, cocinamos una sopa y nos informamos de por qué las ortigas son tan beneficiosas para nuestra salud. Cocinar es la actividad en la que más tiempo pasamos juntas. Es un buen recurso cuando no hay otra cosa que funcione. Siempre intento superarme inventando platos que te gusten. Tú preparas ensaladas y siempre les añadimos una manzana para darles algo de sabor. Cuando preparo sopa, me dices: «Tienes que enseñarme a cocinar esta sopa, ¡está deliciosa!» Y yo respondo: «Tú fuiste quien me enseñó a hacerla.» Te maravilla escuchar tal cosa. 

Comes muy poco. Te doy algo para picar cada dos horas. Cuando los cuidadores vienen a hacer sus visitas llevan viseras para que les proteja la cara y nos vemos siempre afuera, en el jardín. Has subido un diez por ciento tu peso. Has pasado de 44 a 48 kilos. Estoy encantada, orgullosa… Pero no tan feliz, porque yo he ganado incluso más peso que tú y estoy perdiendo mi fuerza. 

En un buen día, soy capaz de andar a paso ligero durante una hora. Suelo poner una nota en la pared de la cocina indicando claramente cuándo volveré, pero si me olvido de hacerlo, te encuentro fuera de la casa buscándome, a veces, desesperadamente. 

Día 55

Cuando nos estancamos en una racha de tristeza y llantos, sigo un programa de doce pasos. Apuntamos: ¿qué he hecho bien hoy? ¿Por qué me siento agradecida hoy? Lo hacemos durante varios días seguidos y funciona.

Día 65

Cada vez más personas mueren por COVID-19 en las residencias de ancianos. Miles. Las cifras son aterradoras. ¿Dónde acabará todo esto? Me pregunto qué habría ocurrido si hubieras aceptado ir al lugar al que echamos un vistazo. Bueno, al que yo eché un vistazo y tú te quedaste afuera. Te tendría que haber traído de vuelta a casa otra vez. 

El pequeño jardín de tu casa es el antídoto contra nuestro aburrimiento. Me gusta casi tanto como a ti. Sin embargo, no nos ponemos de acuerdo en qué necesita que le hagamos, pero aun así nos alegramos juntas por cada nueva flor que florece y por cada abejorro. Hay un nido de urraca en el enorme enebro que plantó tu hijo, mi hermano. Cuatro polluelos han salido del cascarón. Los observamos desde el balcón. ¡Son bastantes ruidosos! Es divertido ver cómo la mamá y el papá alimentan a sus pollitos. 

Pero los vecinos no están para nada contentos, así que te convenzo para que pares de alimentarles las sobras de nuestras comidas y dejan de venir. Ambas les echamos de menos. 

Día 100

«¡Quiero irme a casa con mi madre!»

Estallas de repente. Yo quiero responderte: «Ahora, yo soy tu madre».

Me siento horrible cuando me doy cuenta de que he ido demasiado lejos, de que se me ha acabado la paciencia, de que he sido borde contigo. He perdido la compostura, estoy cansada de que no me escuches cuando te hablo, de que no me entiendas, de que no quieras entender. No soporto que me hables todo el tiempo, ni que ahogues todas las macetas, ni que sigas obsesionada con injusticias del pasado. Tengo que arreglar y salvar todo en todo momento. A veces pienso: «Solo pido una pizca de gratitud, ¿es tanto pedir?» Estoy avergonzada. «Deberían verme ahora todas esas personas que piensan que soy tan perfecta, altruista y cariñosa.» Piensan que soy tan amable. Estoy agotada. Exhausta.

Nada que no fuera de esperar. 

Cuatro generaciones de mujeres fuertes: tu madre, su madrastra y tú conmigo…
Foto: CHeFred

Día 110

Parece que las unidades de cuidados sanitarios se están recuperando. Se ha aprendido de los errores. O eso parece. Quizás puedas ingresar en una residencia para otoño. Pero hay tantas para elegir en la página web del ayuntamiento que no sé cuál encaja mejor en el perfil que buscas. El estrés hace imposible que mi cerebro pueda tomar una decisión. Hay un orientador para familiares que se encuentran en la misma situación que yo. Viene a visitar y nos sentamos en el jardín (respetando la distancia de seguridad), mientras analizamos todas las posibilidades. Envío la solicitud a dos residencias de tu municipio y a una en el lugar donde creciste, lejos de aquí, pero cerca de mí. El destino decidirá. 

Día 112

Mi mejor amiga ha descubierto que tiene anticuerpos contra el virus. A partir de ahora, podemos estar con ella en casa también. Es un cambio a mejor en nuestras vidas, así podemos estar relajadas cuando nos veamos. Tanto tú como yo adoramos sus visitas. Nos trae verdaderas delicias del mercado. Se interesa por ti y te pregunta por tu vida. Tú le cuentas cómo trabajaste como maestra al norte de Suecia tras la guerra, yendo de pueblo en pueblo  —Sörmland, Härjedalen y Jämtland—, sobre los alumnos, sobre cómo conseguiste trabajo en una escuela de niñas y más tarde en un instituto. Has vivido una vida larga y plena. Sigues enamorada de esta vida. Cocinamos juntas. No quieres irte a dormir, no tienes prisa por irte a la cama. Cuando te despiertas a la mañana siguiente, dices: «¡Que bien lo pasamos ayer!»

***

Días 150, 155, 160, 165 etc.

El verano es maravilloso, bello y generoso. Cosechamos nuestras verduras y recolectamos frutas del bosque. Imaginamos que tenemos una cafetería y preparamos desde muffins rellenas de frambuesa hasta tartas de manzana. Yo voy en bicicleta al pequeño lago que hay a veinte minutos de casa para nadar un poco. A veces preguntas quién soy. «Soy tu hija, Anna» respondo. «Bueno, bueno, todos decís que os llamáis Anna. Es imposible que tenga tantos hijos, ¿no?» Cuando estoy cansada, simplemente cambio de tema. Cuando me encuentro con fuerzas, te cuento nuestra historia y nuestra vida juntas. Te gusta escuchar esa historia. 

Día 170

El ayuntamiento ha llamado para ofrecernos una plaza en la residencia que queríamos (donde la abuela pasó sus últimos años de vida hasta 1986). Han pasado alrededor de tres meses exactos desde que enviamos la solicitud. Para mudarse hay que pasar por una cuarentena de catorce días en unas instalaciones que han sido expresamente preparadas para ello y realizarse un test PCR. No se permite ni ver a otras personas ni salir al exterior. Si el resultado del PCR es negativo, te transfieren a la casa que has elegido. A los familiares se nos permite ir a dejar los muebles y las pertenencias en la entrada. Eso es todo, si queremos vernos después de que te hayas mudado, tengo que reservar un tramo horario para poder vernos en un lugar abierto y equipado con cristal plástico. En el caso de que seas tú quien quiere venir a pasar unos días conmigo, tendrías que volver a pasar por una cuarentena de 14 días. 

Todo esto debe ser una tortura para una persona con una percepción de la realidad distorsionada. El director promete que intentará informarse de si hay alguien que pueda llevarte a pasear cada día, pero no me vuelve a contactar nunca más. Me pongo en contacto con IVO (servicio encargado de hacer inspecciones de la salud Suecia), con el consejo nacional de la salud y el bienestar y con el doctor que encargado de la lucha contra las infecciones. Me da la sensación de que piensan que todas esas medidas no son razonables, pero decido no presentar ninguna queja, no daría buena impresión. Así que la rechazamos. Otra vez.

Día 184

Han llamado del ayuntamiento:  Hay un apartamento libre en una residencia que podría ser para ti. El día de la mudanza debería ser el 1 de octubre, el mismo día que se vuelven a permitir las visitas de familiares a las personas mayores. Voy a echar un vistazo al lugar con mi mejor amiga. Esta vez no es necesario que vengas. No quieres mudarte. Dices que tú puedes arreglártelas sola, como lo has hecho siempre. Yo te digo lo de siempre, que no puedes seguir estando sola, porque tienes daños cerebrales. 

Cuando escucho al director del alojamiento y a quien será tu persona de contacto, empiezo a llorar otra vez. «No encontrarás nada mejor», me dice mi amiga al salir. Tengo la sensación de que estoy firmando tu pena de muerte, de que te estoy arrebatando la vida. Quiero vomitar. Me enfado contigo por haberme puesto en esta situación. Intentas hacerme sentir mejor. Detesto que esta sea nuestra única opción. Tiene que haber alguna otra cosa que podamos hacer. Necesito descansar, ya pensaré luego en algo. Todo parece ser más fácil cuando tu nieto se ofrece a ayudar.

Vendrá este fin de semana.

Has convertido el jardín de tu casa en un oasis.
Foto: Anna Fredriksson

Día 186

«Las gallinas volaron directamente hacia mí, desde la barra de metal más alta hasta mi hombro.»

Intentas buscar consuelo en tus buenos recuerdos de infancia. Compensan los malos. Si, los malos.

La ansiedad de antes de la mudanza aumenta cada día, cada segundo. Tienes miedo de perder la cabeza; yo tengo miedo de que esta semana sea demasiado para ti. No puedo soportar la idea de que llegue el momento en el que dejes de ser tú. Te doy unos sedantes. Debería ser yo quien los tomara.

Día 191

Los cuidadores de atención domiciliaria vienen a casa para hacerte una prueba de coronavirus. Es necesario hacerlo antes de llevar a cabo la mudanza. Después se despiden. Todas sus visitas han seguido siempre tus indicaciones, lo que siempre te ha hecho sentir segura. Trasladamos tus cosas en secreto, sin que te des cuenta. Desde que tomé la decisión de tu traslado no me has vuelto a dirigir la palabra, solo hablas con tu nieto. Él está a cargo ahora tanto de la carga emocional como la física. Recuerdo a todo el mundo que fui yo quien ayudó a la abuela a mudarse a residencia de ancianos en su día.. 

Dìa 192

Invitamos a algunos de los trabajadores de la residencia a que vengan a hacerte una visita a casa. Quiero que vean cómo vives y que te conozcan un poco, que sepan todo lo que dejas atrás. He preparado varias cosas para comer. Tú muestras tu lado más encantador y empieza a crearse un vínculo entre vosotros. ¿Durará?

Dìa 193

1 de octubre

Te subes al coche y nos vamos. Llegamos y te enfadas cuando te das cuenta de que hemos traído todas tus cosas a tu nueva habitación —y de que hemos intentado hacer que todo se vea bonito—. «No me voy a quedar aquí por mucho tiempo», dices.

Abandonar tu casa te resulta difícil, pero yo recuperaré la mía. Al menos eso creo. Me siento aliviada. Le digo al personal: «ahora es vuestra responsabilidad». Vendré a visitar. Mañana, el día siguiente y todos los días que quiera. 

Soy tu hija. Todos los días, durante el resto de tu vida. 

Foto: Anna Fredriksson

Este texto fue publicado por primera vez en sueco en el periódico SocialPolitik, en noviembre de 2020.


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