Tenemos tal hábito de vivir con todo lo que es "electrónico", que hablamos de una policía electrónica, de un gobierno electrónico, de un Estado electrónico, de una escuela electrónica, de una sanidad electrónica, y así sucesivamente. Ahora bien, detrás de todo eso, acechan numerosos peligros. Todas estas soluciones que nos aportan las tecnologías de la información son magníficas, ya que con ellas se ahorra tiempo, dinero, nervios y muchas otras cosas. Pero pueden constituir un peligro cuando estos medios se convierten en objetivos en sí mismos. Así, lo importante para el gobierno electrónico, es la conexión electrónica, de la que no dependen ni el contenido ni la calidad del trabajo real del gobierno.
Se habla a menudo de la sanidad electrónica, que emplea la capacidad de Internet de banda ancha para transmitir datos de forma extremadamente rápida y global. Ahora bien, la sanidad real podría sufrir por ello. Se financia una escuela electrónica, pero el dinero no va a su organización ni a sus programas de enseñanza, sino que sirve para implantar otra base de datos. A lo largo del camino se ha olvidado el verdadero sentido de las cosas. Es decir, la realidad desaparece, los verdaderos sentimientos se debilitan y se acaban sustituyendo por un amor electrónico (el sexo virtual ya existe) o mensajes SMS cifrados. Cuantas más soluciones y comunicaciones electrónicas existan, menos comunicación real habrá. Puede ser divertido y económico organizar bodas electrónicas, con felicidad e invitados electrónicos. Estos últimos degustarán las delicias que descenderán a sus platos como las piezas del Tetris y beberán alcohol electrónico con el que no se emborracharán. Si todo esto conviene a las masas, es perfecto. Es lo que hay que hacer para volver a ser elegido en las elecciones. Las elecciones electrónicas ya están a punto de convertirse en un objetivo. El resultado es que el sentido del proceso electoral, es decir, confiar un mandato a alguien para que represente a los ciudadanos y defienda sus intereses, se está perdiendo, o al menos es cada vez más impreciso.
La administración electrónica es cómoda y rápida, pero con ella ha surgido un sistema en el que el humano es secundario y se le exonera en parte de cualquier responsabilidad. “Envíenos un correo electrónico y ya veremos…”, y ni que decir tiene que cuando se recibe un factura y contiene un error (si es que la recibimos), se pone una excusa del tipo: “Es lo que me había indicado el ordenador…”. Los medios se han convertido en algo tan importante, que la vida cotidiana de las personas se sustituye por una especie de vida electrónica que comienza a desempeñar una función esencial en todos los ámbitos. ¿Realmente merece la pena escapar de la vida real cuando ya no nos satisface y ocultarnos detrás de una vida electrónica, establecer relaciones electrónicas y dejarnos arrastrar al cementerio electrónico por el sistema operativo?