Noticias ¿Cuál es el futuro de Europa? / 2
¿Esperando un 'grandes éxitos'? De izquierda a derecha: Felipe González, Helmut Kohl, Jacques Delors, François Mitterrand y Margaret Thatcher.

¡Devuélvannos la CEE!

Queriendo meter a los habitantes del norte y el sur en el mismo molde, los tecnócratas de Bruselas han acabado con la Europa que amábamos, por lo que, hoy por hoy, a todos nos toca pagar las consecuencias, acusa el escritor Leon de Winter.

Publicado en 25 mayo 2010 a las 14:52
¿Esperando un 'grandes éxitos'? De izquierda a derecha: Felipe González, Helmut Kohl, Jacques Delors, François Mitterrand y Margaret Thatcher.

Nunca he entendido muy bien qué quiere decir la gente cuando se declara europea. Para mí, Europa continúa siendo un concepto geográfico que designa a un conjunto de países situados al oeste de Asia. Al contrario que en Asia, donde nadie se plantearía seriamente establecer una unión asiática, algunos europeos están convencidos de la existencia de una cultura europea, cuya riqueza, en realidad, no podría expresarse sino con la desaparición de las fronteras; son los europeos que un día tuvieron la idea de fundar la Unión Europea. Antes que yo, otros habían predicho la imposibilidad de éxito de la Unión Europea, que no deseaba nadie aparte de las élites políticas, y que Europa es un concepto geográfico y no cultural. Algo que hoy en día se está comprobando.

Por una parte está la Europa del norte, más trabajadora y ahorradora, donde crecen los abetos, el paisaje es monótono y cuyos ciudadanos viven en un Estado del que se sienten responsables y, por otra parte, la Europa del sur, donde se echa la siesta, se cena a partir de las diez de la noche, uno puede cruzarse con toros por la calle y donde tomarle el pelo a las autoridades parece ser deporte nacional. En virtud de las reglas definidas por las élites, nosotros, los europeos del norte, deberíamos cargar con el peso de la deuda de los europeos del sur. El problema es que no me siento en absoluto solidario con griegos o españoles. Amo a los griegos y a los españoles que conozco pero no me siento obligado a rescatarlos de sus problemas financieros.

Grecia puede quebrar

No obstante, las élites políticas supranacionales no parecen ser de la misma opinión. Su credibilidad depende por completo del proyecto europeo y es por eso, afirman ellos, por lo que debemos salvar a Grecia si no queremos perder toda esperanza. Pero no es cierto. Según mi punto de vista, los griegos pueden perfectamente declararse en quiebra. Por supuesto, deberíamos acudir en ayuda de nuestros bancos, que han prestado de manera irreflexiva miles de millones a Atenas, algo que no nos saldría demasiado caro si lo comparamos con los sacrificios que nuestra querida Unión Europea nos tiene reservados para los próximos años.

El endeudamiento de los países del sur ha alcanzado límites insospechados y es la UE la que ha hecho posible esta situación; los griegos y los españoles no han hecho sino explotar las posibilidades que se les otorgaban para llenarse los bolsillos. Sin la UE —que ha autorizado a los bancos el préstamo de miles de millones (como si las élites bancarias y políticas formasen el mismo cosmos supranacional)— estos países jamás hubieran podido endeudarse hasta tal punto.

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La CEE era el modelo ideal para Europa

Cuando era más joven y viajaba por Europa, primero haciendo autostop, después a bordo de un viejo “dos caballos”, la Unión Europea no era más que la Comunidad Económica Europea (CEE). Un modelo perfectamente adaptado. Debíamos trabajar juntos y reducir al mínimo los obstáculos comerciales entre los países europeos. Éramos lo que éramos. Los alemanes pagaban con sus marcos, igual de sólidos que sus Mercedes-Benz. Yo llevaba en mis bolsillos los mismos astutos florines que un feriante holandés del siglo XVII. Los franceses tenían sus elegantes francos, y los italianos sus liras, tan desaliñadas y provocadoras como Mastroianni y Ekberg en la Dolce Vita de Fellini. La unidad dentro de la diversidad; eso era la CEE. En aquella época eran los funcionarios y los políticos los que controlaban y concedían permiso tanto a las empresas como a los particulares que deseaban entablar relaciones comerciales conjuntas o vivir en paz los unos con los otros. Pero la CEE no era suficiente. Era preciso concentrar los poderes. Así pues, terminó por imponerse la idea de crear un presidente europeo capaz de dirigirse de igual a igual tanto al presidente ruso como al norteamericano. El resultado de todas estas ilusiones es esa leonera a la que llamamos Unión Europea.

Europa es, se mire por donde se mire, demasiado heterogénea para formar una unión: los griegos tienen un comportamiento pseudo-anárquico respecto del Estado, mientras que los daneses lo consideran como una institución responsable y disciplinada. A pesar de la camisa de fuerza que se le ha impuesto a las finanzas y la economía de los países miembros de la UE, las naciones europeas continúan comportándose como culturas autónomas. La UE no ha ayudado a los países del sur; al contrario, tal y como puede verse en la actualidad, no ha hecho sino agravar sus perniciosas inclinaciones: rapacidad, irresponsabilidad, egoísmo, estafa y despilfarro de dinero.

Grecia será el primer protectorado europeo

La CEE era el modelo perfecto para Europa, pero la ambición de nuestros responsables políticos les exigía un proyecto histórico: la unificación pacífica de Europa a través de la conquista insidiosa de una nueva burocracia europea. Ahora, la crisis griega pone de manifiesto la inexistencia de Europa, que no es sino la idea fija de los burócratas de Bruselas. Mientras en Bruselas se debatía acerca de la Constitución europea, yo me preguntaba por qué los padres espirituales de esta Europa no salían en todas las televisiones del continente. ¿Qué había sido de sus efusivos discursos? ¿En qué se habían convertido sus modelos acerca del alma y la misión europea en el mundo? La Constitución europea no es el sueño de unos padres fundadores inspirados, sino el producto de unos tecnócratas que han sabido aprovechar la ocasión. El problema de los países del Mediterráneo exige un plan de salvamento del orden de varios cientos de miles de millones de euros. Bruselas va a imponer amablemente su ley y sus condiciones a los países que ha de salvar de la quiebra. El primer país que deberá ceder dicha parte de su autonomía a Bruselas es Grecia, que se convertirá en su primer protectorado real. Una vieja nación, rica en cultura y tradiciones propias, quedará bajo el control administrativo de tecnócratas supranacionales. Tengo curiosidad por saber cuánto tiempo durará eso.

Hoy por hoy, sería interesante organizar un referendo en los países que deben pagar los platos rotos, para preguntarles a los ciudadanos si no consideran que la CEE era un modelo mil veces mejor para la paz y la prosperidad de Europa que esta Unión Europea afligida por el euro. Los tecnócratas despedidos de Bruselas, sin duda no tendrían ningún problema en encontrar trabajo como camareros en algún restaurante griego. A veces he encontrado algún florín perdido en el fondo de un cajón y no hace mucho he tenido en mis manos un billete de cien florines. No, no lo cambiaría por el euro. Lo guardo esperando la vuelta del florín. Y la del marco, y la de la lira, y del dracma. Y la de la CEE.

Análisis

Una moneda sin Estado

Tenemos "un euro sin Europa", afirma en portada Limes, en el número que dedica a los acontecimientos que han puesto a la EU en el ojo del huracán durante los últimos meses: la crisis griega, las dudas de Alemania, el frenazo de la integración y de la ampliación hacia el Este. Sin embargo, hay un aspecto que destaca sobre los demás: la cuestión de la zona euro. Lo que todavía hace unos meses parecía la conquista más importante de Europa, se ha revelado como "una moneda sin Estado", nacida de un frágil compromiso entre dos visiones radicalmente opuestas, estima la revista italiana de geopolítica. Por un lado está el efecto ideal de una moneda fuerte y estable, en nombre de la cual Alemania habría aceptado sacrificar su adorado marco a cambio de la luz verde para la reunificación con la RDA en 1990; por otro, la necesidad geoestratégica de una ampliación que hiciese entrar en la esfera de influencia y de estabilización europea a los países mediterráneos primero y, a continuación, a los del antiguo bloque soviético. Ha bastado una crisis financiera para poner al descubierto esta contradicción y convertir "lo impensable" en probable: que Berlín decida que "el experimento ha terminado" y que abandona el euro para volver a su antigua zona de influencia monetaria.

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