La postura que mantienen despierta tanta consternación como incomprensión. Es intolerable, para ser sinceros. Seis Estados miembros de la Unión [Alemania, Reino Unido, Países Bajos, República Checa, Dinamarca y Suecia], ricos y euroescépticos en su mayoría, bloquean con argucias jurídicas y argumentos falaces la concesión de una ayuda alimentaria de unos 480 millones de euros destinada a alimentar a los europeos más desfavorecidos [la decisión final se ha aplazado hasta finales de octubre, fecha de la próxima reunión de los ministros europeos].
¿Cómo se puede entender que en plena crisis del euro, con un aumento del empobrecimiento en todo el Viejo Continente,los países puedan minar una política que ha demostrado su eficiencia durante un cuarto de siglo? El programa europeo de entrega de alimentos para las personas desfavorecidas permite distribuir 440.000 toneladas de víveres anuales en veinte Estados – con Polonia, Italia y Francia a la cabeza. Es el momento de demostrar que, en contra de las ideas que se perciben, Europa es capaz de preocuparse por el bienestar de sus gentes.
Pero, ¿quien tiene hoy en día ganas de sentirse europeo en una Unión en la que Angela Merkel y David Cameron, entre otros, prevén poner a dieta a millones de personas que pasan hambre? Y todo ello por la consideración de que su "base jurídica", que puede modificarse sin plantear grandes problemas, es inadecuada y cada uno debe arreglárselas con sus desfavorecidos. Se lanza un mensaje desastroso para la imagen de la Unión Europea y para la credibilidad de los bonitos discursos de sus dirigentes. La solidaridad, principio fundamental de la construcción europea, debe seguir siendo una de las bases más inquebrantables frente a los ataques de los Estados que defienden que cada uno luche por lo suyo. Esa Europa que promueven esos seis Estados no inspira a nadie.