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En el curso de la actual disputa sobre el barco Arctic Sunrise de Greenpeace, que navegaba bajo bandera holandesa y fue detenido con toda su tripulación en el puerto ruso de Murmansk, una nueva “lucha de poder con el orgullo ruso en juego” se ha revelado en los últimos días, escribe Trouw.
El ministro holandés de Asuntos Exteriores, Frans Timmermans, presentó sus tímidas disculpas el 9 de octubre, tras el arresto del diplomático más veterano de la embajada rusa en La Haya, Dmitry Borodin, y de su mujer, acaecida el 5 de octubre, bajo cargos de conducción ebria y abuso de menores.
Trouw entiende que las disculpas holandesas, tras la presión ejercida desde Moscú, estaban justificadas, pero lamenta la hipocresía rusa:
En la misma fecha en la que Mijail Kosenko [un gran crítico del presidente ruso Vladimir Putin] era condenado y obligado a permanecer en un hospital psiquiátrico, el ministro ruso de Asuntos Exterores pone su mirada sobre los Países Bajos. Incluso si la detención [del diplomático] fue demasiado lejos, la reacción rusa deja un sabor amargo. En términos de derechos humanos, Moscú no tiene desde luego a manifestarse.
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“El conflicto latente entre el autoritarismo ruso y los liberales Países Bajos ha salido a la luz finalmente” indica Rzeczpospolita, citando al experto Marcel de Haas, quien añade que solamente era cuestión de tiempo, puesto que los dos países no pueden ser más diferentes entre sí. Continúa:
Holanda es pequeña y depende del comercio exterior, razón por la que se lleva bien con casi todo el mundo. Por el contrario, Rusia, gracias a su petróleo, gas y ejército se siente independiente y quiere mostrar su seguridad y que todavía es una gran potencia.
Utilizando el término de “un conflicto de civilizaciones”, Rzeczpospolita muestra sus dudas sobre la planeada visita del rey holandés Guillermo-Alejandro a Moscú, programada para noviembre, y se pregunta si las compañías holandesas, como Philips, ING o Rabobank, continuarán siendo unos de los grandes inversores en el mercado ruso.
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