Esta mañana, por primera vez en años, los ciudadanos de este país pudieron levantarse de la cama aliviados, a pesar de las numerosas dudas y preocupaciones que persisten, porque por fin alguien se ha hecho cargo de la situación.
Por desgracia, ese “alguien” son los grupos de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, que tratan de negociar las condiciones de un rescate de dimensiones realmente sorprendentes respecto a los inestables bancos irlandeses.
Un fracaso humillante
Su presencia denota un fallo en nuestra gestión interna. Así pues, se trata, en cierto modo, de un fracaso para todos. Es un fallo de los bancos, que demostraron una conducta temeraria, engañaron al Gobierno y nos vaciaron los bolsillos.
Es, sobre todo, un fracaso humillante de un Gobierno que no mostró ni el más mínimo indicio de liderazgo hasta que se ha visto obligado a hacerlo por órdenes externas. Y lo que es peor, el mea culpa por sus deficiencias es, en el mejor de los casos, parcial. Ayer, el ministro de Finanzas, Brian Lenihan, admitió a regañadientes que su política había fracasado. Claramente, el primer ministro, Brian Cowen, no ha querido ver la realidad.
Al día de hoy, existe un peligro real de que el Gobierno trate de convencer a los ciudadanos de que las condiciones propuestas por el FMI, en concreto, son sólo opciones y de que estamos negociando desde la misma posición. Los ministros pueden autoconvencerse de esta absurda idea, aunque nadie más se lo crea.
Nadie debe eludir su responsabilidad
Lo cierto es que estamos en quiebra y que nuestra mera supervivencia depende de los demás. El rescate de los bancos costará “miles de millones”: menos de 70.000 millones de euros, según el ministro de Finanzas; 100.000 millones de euros, según especulaciones; pero en cualquier caso, está muy por encima de nuestra capacidad de pago.
A los ministros, y en especial al primer ministro, les encanta hablar de su capacidad para tomar decisiones difíciles. Las acciones que han acometido en los últimos dos años no han sido lo suficiente sólidas y la mayoría han resultado equivocadas.
Ha llegado la hora de tomar decisiones reales, prácticas, radicales y triunfales. Hay que reestructurar los bancos, no mimarlos. Puede que haya que hacer fusiones, ventas a gigantes extranjeros. Ya no se puede seguir escapando de la responsabilidad.
Sin embargo, hay que pagar el precio si queremos cobrar la gran recompensa. Si nos abrimos camino entre las arduas dificultades que nos esperan, podremos prosperar de nuevo con el tiempo, recuperar nuestra soberanía económica y recobrar nuestro orgullo y confianza nacionales. Cuando hayamos luchado y veamos la luz al final del túnel, nos lo habremos ganado.
Crisis irlandesa
El fin de la independencia
El lunes de Pascua de 1916, el revolucionario irlandés Patrick Pearse leyó la Proclamación de Independenciadesde los escalones de la Oficina General de Correos (G.P.O.) de la calle O’Connell de Dublín. Aunque su rebelión fracasaría y sus líderes serían ejecutados, el texto es considerado como un pilar de la identidad nacional irlandesa, cuyas primeras líneas declaran: “Irlandeses e irlandesas: En nombre de Dios y de las generaciones muertas de las que recibe su vieja tradición nacional, Irlanda, a través de nosotros, llama a sus hijos bajo su bandera y se rebela por su libertad.”
Casi un siglo más tarde, cuando las dificultades económicas han puesto a la nación al borde de un rescate de la UE y el FMI, con la consiguiente pérdida de su soberanía nacional, el Irish Examiner abrióel 19 de noviembre con el titular “Proclamación de Dependencia” y una versión modificada del texto del discurso de Pearse para reflejar la nueva realidad. “Irlandeses e irlandesas: En nombre de Dios, ¿cómo habéis llegado a esto? Y en nombre de las generaciones muertas de las que recibe su vieja tradición nacional, Irlanda, a través de nuestros nuevos amos del Banco Central Europeo, llama a sus hijos a su soberano funeral financiero.”