España vive una de las horas más difíciles de su reciente historia. Atenazada por la pinza de desconfianza que se cierne tanto sobre su sector financiero como sobre sus finanzas públicas, intenta por todos los medios conjurar la perspectiva de una intervención exterior. Esa intervención sería doblemente negativa: además del importante golpe psicológico que supondría, es indudable que iría asociada a nuevos y más profundos sacrificios así como a la pérdida prácticamente completa del escaso margen de autonomía que en este momento le resta.
Seguramente habría que remontarse a algunos momentos clave de la transición española o de los primeros años de la democracia para encontrar una sensación similar de incertidumbre acerca del futuro.
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