En 2015, cuando parecía que Alemania fue, por un breve momento, el país más afortunado del mundo (campeones del mundo de fútbol, campeones del mundo en exportación y modelo moral), los memes sobre Merkel se extendieron por toda Alemania. "¡Gracias Merkel!" era la leyenda de las fotos que ilustraban los problemas del día a día. ¿Se ha pinchado la rueda del coche? "¡Gracias Merkel!" ¿El obrero se ha cargado el canalón? "¡Gracias Merkel!" ¿Se ha quemado la pizza? "¡Gracias Merkel!"
Estas imágenes eran tan divertidas porque se exageraba la confianza aparentemente ilimitada en Angela Merkel que había caracterizado los últimos diez años. Y el mensaje irónico: Merkel, aun en la cima del poder, no es todopoderosa, ni la responsable de todo. Ni las ruedas de los coches, ni los obreros ni las pizzerías alemanas están directamente bajo el mando de la canciller.
Los memes circularon sobre todo entre los jóvenes. Yo mismo pertenezco a esta generación que no ha conocido a ningún otro jefe de gobierno. Como para todos aquellos que nacieron alrededor del año 2000, el mandato del socialdemócrata Gerhard Schröder no es más que un recuerdo vago. Todo lo que me viene a la mente de esa época es a través de programas de televisión. Y cuanto más evoco esas imágenes, más sospecho que las he obtenido a posteriori.
Angela Merkel era canciller cuando la economía mundial se derrumbó como un castillo de naipes en 2008, cuando empezó la guerra en Siria y cuando Donald Trump se convirtió en presidente de los Estados Unidos. Pero es que ya era canciller cuando empezamos el colegio, cuando recibimos nuestro primer móvil con tapa y cuando nos regalaron nuestra primera mascota. Esos teléfonos y esas mascotas ya no están con nosotros, pero Angela Merkel sí. Su cara nos acompañó mientras crecíamos. Cada cuatro años aparecían distintos señores en los carteles electorales para volver a desaparecer poco después de las elecciones, elecciones en las que todavía no podíamos participar. Nos daba la sensación de que Merkel era inatacable.
Los memes solo fueron el principio de la historia sobre desengaño de la "generación Merkel" con la canciller que comenzó en otoño de 2015. Como si nos hubiésemos despertado de un sueño, de repente nos dimos cuenta de que la todopoderosa Merkel era, al fin y al cabo, una política humana. Poco después de aquel momento de beatitud que duró hasta el verano de aquel año, temas que hasta entonces habíamos ignorado estaban a la orden del día: el clima, la migración, la transición digital o la cohesión social. En estas cuestiones ya no confiábamos ciegamente en ella. Y en ese momento, también nos dimos cuenta por primera vez de que sus políticas no nos interesaban.
Durante las elecciones federales de 2017, mis primeras elecciones al Bundestag [cámara baja del Parlamento alemán], no voté a la CDU (Unión Cristianodemócrata). No fui el único: tan solo una de cada cinco personas menores de 24 años…