En las próximas semanas, dos países europeos que en el pasado formaron parte de la Unión Soviética tendrán que decidir de qué lado de la geopolítica —y quizá de la historia— se situarán: buscar lazos más estrechos con Occidente y la Unión Europea o volver al redil de Moscú. Esto puede parecer una simplificación extrema, pero es de hecho lo que les espera, y estas elecciones determinarán en parte, al igual que el resultado de la guerra en Ucrania, cómo será la Europa del mañana.
El 20 de octubre, los moldavos serán llamados a votar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y a elegir mediante un referéndum si desean modificar la Constitución para permitir la adhesión del país a la UE. Seis días después, los georgianos serán llamados a las urnas para elegir a sus diputados y decidir si desean poner fin a doce años de gobierno del partido prorruso Sueño Georgiano (KO, atrapalotodo) y devolver el país a manos de la oposición proeuropea.

Los sondeos dan a la presidenta saliente de Moldavia, la liberal y proeuropea Maia Sandu, una cómoda ventaja sobre su principal oponente, el ex fiscal general (ministro de Justicia) Alexandru Stoianoglo, candidato del Partido Socialista del expresidente prorruso Igor Dodon. En cuanto al referéndum, la misma encuesta da una preferencia de dos tercios al “sí”, en línea con las cifras del porcentaje de ciudadanos favorables a la adhesión de Moldavia a la UE (63 %).
Sin embargo, si no gana el partido proeuropeo, veremos a los partidos prorrusos o “soberanistas” promover un acercamiento a Moscú y la aprobación de leyes inspiradas en la ley rusa sobre agentes extranjeros, como en Hungría, Rusia, Bulgaria y Georgia.
En Georgia, precisamente, la situación parece mucho más compleja. En los últimos meses, las posiciones de Sueño Georgiano y de los partidos de la oposición no han hecho más que endurecerse. El gobierno, dirigido de forma cada vez menos oculta por el hombre más rico del país (se calcula que su fortuna representa casi el 30 % del PIB nacional) y fundador de Sueño Georgiano, Bidzina Ivanishvili, sigue haciendo campaña a favor de estrechar lazos con Europa al tiempo que aprueba medidas que parecen sacadas del manual del Kremlin para regímenes autoritarios.

La reciente ley sobre “agentes extranjeros” y la ley aprobada en septiembre de 2024 para prohibir la “propaganda LGBT” son tan incompatibles con la pertenencia a la UE que esta ha suspendido el procedimiento de adhesión iniciado formalmente en diciembre de 2023. Al igual que las medidas de Vladímir Putin, estas están diseñadas para aplastar a la sociedad civil y purgar a la sociedad georgiana de toda disidencia, distanciando efectivamente a Georgia de Occidente y marcando su acercamiento a Moscú.
Esta actitud contrasta con la voluntad de los georgianos, casi el 90 % de los cuales está a favor de entrar en la UE. En medio de una gran disparidad ideológica y política lo bastante audaz como para engañar a los más distraídos, el KO afirma seguir el camino hacia la Unión Europea —su omnipresente logo de campaña fusiona la bandera europea y el símbolo del partido— al tiempo que multiplica los gestos de laxitud —e incluso de vasallaje— hacia el Kremlin. Lo suficiente para convertir a Ivanishvili y a otros miembros del KO en receptores de sanciones por parte de Estados Unidos.

Frente al Sueño Georgiano, al que las últimas encuestas atribuyen cerca del 33 % de los votos, la sociedad civil y la oposición se están organizando para presentar un frente unido. Más del 99 % de las organizaciones (medios de comunicación independientes, ONG, asociaciones, etc.) que son objeto de la “ley rusa” se han negado a registrarse como “agentes extranjeros”, aunque ello suponga arriesgarse a las fuertes multas previstas para los infractores, y apuestan por el fin del reinado del partido de Ivanishvili. Anteriormente dividida en varios movimientos con orientaciones dispares, la oposición política se ha reagrupado en varias coaliciones informales, la suma de cuyos votos debería acercarse al 50 %, según las mismas encuestas.
Por su parte, la presidenta de la República, la independiente Salomé Zurabishvili, ha utilizado todas las palancas a su alcance para garantizar el anclaje europeo del país y mantener el rumbo hacia la UE. Su “Carta Georgiana” pretende ofrecer una hoja de ruta a la oposición prooccidental frente a Sueño Georgiano, proponiendo que, tras las elecciones, un gobierno técnico garantice la transición democrática y aplique las reformas necesarias para la adhesión a la UE. Se han adherido 19 partidos.

Decidido a hacer la jugada de la división entre el bando que defiende los valores tradicionales —como en la época soviética, este goza del apoyo de la Iglesia ortodoxa— y el bando “pseudoliberal” prooccidental, Sueño Georgiano ha endurecido su tono: en primer lugar, el primer ministro Irakli Kobakhidze anunció la eliminación de todas las coaliciones de la oposición tras las elecciones; después, Ivanishvili acusó a la oposición de querer “abrir en Georgia un segundo frente” de la guerra en Ucrania.
Georgia comparte con Ucrania un pasado como antigua república soviética anexada por la fuerza a la URSS y habiendo sido ocupada en parte por tropas rusas o prorrusas (en 2008, Moscú invadió las regiones georgianas de Abjasia y Osetia del Sur). Sueño Georgiano aprovecha así el miedo de los georgianos de verse arrastrados hacia el conflicto del otro lado del Mar Negro por el “partido mundial de la guerra”: los países occidentales que apoyan militarmente a Ucrania contra Rusia. Esta solidaridad es compartida por un gran número de georgianos, a juzgar por la plétora de banderas ucranianas y etiquetas antirrusas que pueden verse en las calles de Tiflis.
Para librar a Georgia de lo que teme sea un destino similar al de Ucrania, Sueño Georgiano no duda en establecer compromisos con su vecino ruso, cuyos métodos de intimidación de estilo mafioso parecen haberse inspirado en el FSB, los servicios de seguridad rusos, señala Marika Mikiashvili, investigadora en ciencias políticas y dirigente del partido liberal de la oposición Droa: desde hace meses, los representantes de la oposición y de la sociedad civil, así como sus familias, han estado recibiendo regularmente llamadas telefónicas anónimas con diversos grados de amenaza, han sido seguidos en la calle, han sido golpeados por grupos de individuos enmascarados o se han visto sometidos a campañas de difamación a través de carteles con su retrato y la palabra “traidor” pegados en sus casas u oficinas. Estos son “métodos muy alejados de aquellos a los que los georgianos están acostumbrados, con un nivel de violencia física y verbal desconocido hasta ahora”.

La reacción de la sociedad civil está a la altura de lo que está en juego: durante las mayores protestas en Tiflis desde la independencia de 1991, cientos de miles de personas salieron a la calle para exigir que se retire el proyecto de “ley rusa”. A la cabeza estaba la generación Z, cuyo espíritu de independencia, su creatividad y su solidaridad han dejado huella en la población de Georgia y en el extranjero.
Por su parte, Sueño Georgiano niega, por supuesto, cualquier forma de presión y dice confiar en su victoria, a veces a pesar de la evidencia. Irakli Kobakhidze y los medios de comunicación cercanos al gobierno repiten que a Sueño Georgiano se le atribuye casi el 60 % de las intenciones de voto, “una cifra más que ridícula”, comenta el historiador Beka Kobakhidze (sin relación alguna con el jefe del gobierno): “Nunca han conseguido ese porcentaje, todavía menos después de meses de protestas y medidas antioccidentales y prorrusas”. Sin embargo, el historiador destaca el riesgo de que KO amañe las elecciones y se proclame vencedor independientemente del resultado, y evoca el escenario venezolano (en 2018, el presidente Nicolás Maduro validó su elección en contra del consejo de la Comisión Electoral Central e instauró un régimen autoritario y represivo).

“Hay algunas señales preocupantes que apuntan hacia esta dirección”, prosigue Beka Kobakhidze: KO “cambió la ley electoral y ahora el gobierno puede certificar los resultados sin implicar a la oposición; [los líderes del partido] levantaron un muro de tres metros de alto alrededor de la sede de la Comisión Electoral Central y desmontaron los adoquines de las calles adyacentes al Parlamento por miedo a que los manifestantes los utilicen eventualmente en su contra, como ocurrió en Kiev durante el levantamiento del Maidán a finales de 2013.Tienen a la policía, al poder judicial y a la Comisión Electoral Central bajo su control, por lo que el escenario de Maduro es posible”.
En este caso, explica Marika Mikiashvili, investigadora en ciencias políticas y miembro del partido liberal de oposición Droa, ante las protestas que inevitablemente estallarán, “es probable que el gobierno sea reacio a utilizar la violencia como el modelo ruso. Georgia es un país pequeño; todo el mundo se conoce, y lo que se considera violencia en Georgia puede que ni siquiera se considere como tal en otro lugar. Somos muy sensibles a la violencia: aquí, quemar un coche durante una manifestación es bastante excepcional. El año pasado vimos el primer cóctel molotov desde los enfrentamientos que precedieron a la independencia. Si el gobierno empezara a disparar a las multitudes, la mayoría de los policías no podrían soportar la presión de la sociedad, de sus propios parientes y de sus familias”.
Lo que está en juego en las elecciones va más allá de Georgia, señala Marika Mikiashvili: “Varios expertos coinciden en que Georgia está a la vanguardia de la defensa de las libertades públicas en la región en general, una zona que incluye no solo a países candidatos a la adhesión a la Unión Europea, sino también a algunos Estados miembros”; una referencia implícita a Hungría y Eslovaquia. Si Sueño Georgiano se mantuviese en el poder, “daría a otros antiliberales de Europa un gran impulso para aprobar las políticas y leyes que desean”.
Para la vecina Armenia, otra antigua república soviética con una relación complicada con Moscú, que puso fin efectivamente a su apoyo militar y diplomático durante el reciente conflicto que acabó en la pérdida del enclave de Nagorno Karabaj, “la victoria de Sueño Georgiano pondría en peligro la integridad física y la democracia del país, que se vería cercado por regímenes autocráticos prorrusos”, señala.
Y si la oposición triunfase, ¿deberíamos temer un escenario similar al que se produjo en Ucrania en 2014, con la invasión rusa? “Algunos representantes de la Duma [parlamento] rusa han dicho que Rusia [estaba] dispuesta a intervenir militarmente si KO le pedía ayuda”, declara Beka Kobakhidze, “pero no veo cómo podría ocurrir, porque Georgia no es Crimea.Lo menos que podemos decir es que existe una hostilidad generalizada contra Rusia.Creo que esta cuenta con varios mecanismos híbridos a su disposición y que elegirá más bien este camino”.

“No sé cuál será el resultado de las elecciones.De lo que estoy seguro es de que no serán ni justas ni libres”, afirma el escritor y miembro de la oposición Lasha Bakradze. “Pero debemos luchar, porque se trata nada más y nada menos que de un referéndum sobre el futuro de Georgia.¿Queremos vivir en un país como Rusia, sin libertad de expresión, o queremos realmente formar parte de la comunidad occidental y, en el futuro, de la UE?”
Este artículo se ha elaborado en el marco del proyecto PULSE, una iniciativa europea que apoya la cooperación periodística transfronteriza. Mila Corlateanu de n-ost (Alemania) contribuyó a su elaboración.
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