Es ya un tópico aceptado con resignación que la Unión Europea no tiene política exterior. Son una vulgaridad los sarcasmos sobre lady Ashton, la vicepresidenta de la Comisión y alta representante de la Política Exterior, a la que se le ha encargado pilotar un barco sin rumbo, sin velas y quizás sin casco, es decir, un artefacto que ni siquiera sirve para navegar. Desde julio de 2010 comanda un formidable Servicio Europeo de Acción Exterior, con 3.000 diplomáticos de altísimo nivel profesional, que no tiene realmente a quien servir, porque le falta la unidad y la voluntad políticas que conforman una identidad y una personalidad internacionales.
Todos los países que cuentan saben que en política exterior hay que tratar con los grandes socios europeos uno a uno, mantener unas relaciones prudentes y discretas con los medianos y pequeños, y solo atender a las instituciones europeas en las escasas cuestiones donde la Comisión todavía aguanta el tipo, como es la política de competencia. Lo saben en todas las cancillerías no europeas: las paces y los acuerdos mejor por separado, porque siempre hay otro europeo para la factura. Lo saben en Washington, lo saben en Pekín y donde más lo saben es en Jerusalén, que no es la capital internacionalmente reconocida de Israel, pero es donde está su Gobierno.
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Contrapunto
La UE no debería ser cómplice del error de los palestinos
“El voto en la ONU puede que otorgue a la ANP un Estado sobre el papel, pero eso no cambiará la realidad sobre el terreno”, escribe Daniel Schwammenthal en The Commentator. Según el director del American Jewish Committee Transatlantic Institute de Bruselas, “ningún país europeo debería ser cómplice de los palestinos para consolidar el error garrafal que cometieron en 1947”, cuando rechazaron la partición de Palestina tal y como se contempló en la resolución de Naciones Unidas del 29 de noviembre de dicho año, en la que se pedía la creación de un Estado para los palestinos y otro para los judíos. Schwammenthal ahonda
La creación de un Estado únicamente puede llegar a través de negociaciones directas y cualquier refrendo de Naciones Unidas basado en las reivindicaciones palestinas únicamente hará que sea más difícil alcanzar un compromiso de futuro que sea aceptable por ambas partes. La votación de Naciones Unidas, por tanto, amenaza con distanciar irreparablemente la creación de un Estado palestino del objetivo último que es lograr la paz.
El único marco legal para la relación entre Israel y los palestinos, los “Acuerdos de Oslo” de 1995, prohíben específicamente el tipo de maniobras unilaterales que Abbas planea.
Al apoyar la actuación unilateral en Naciones Unidas, los Estados miembros no solo ayudan a los palestinos a que violen los términos del acuerdo, sino que también minan la posición de la UE, puesto que firmó como testigo en los Acuerdos de Oslo.