"Escocés, no británico". Edimburgo, junio de 2010.

Independentistas bajo bandera europea

Escocia, como Cataluña o la autoproclamada Padania, hablan abiertamente de su independencia. Y para estas regiones, el ideal europeo constituye un argumento político, aunque Europa no les beneficiaría precisamente.

Publicado en 21 marzo 2012 a las 16:02
"Escocés, no británico". Edimburgo, junio de 2010.

Gerard Piqué es famoso por varios motivos. En primer lugar, es un excelente futbolista, pilar del FC Barcelona y del equipo nacional español. En segundo lugar, es novio de la estrella colombiana Shakira. Piqué también es un férreo nacionalista catalán, por no decir que es un chovinista y un bocazas.

La primavera pasada, durante el famoso partido “clásico” en el que se enfrentaban el FC Barcelona y el Real Madrid, mientras los jugadores de los dos equipos salían de los vestuarios para saltar al terreno de juego, Piqué soltó a sus rivales: “¡Vosotros, españoles, con nuestros ocho puntos de ventaja, ya hemos ganado la liga! Sólo nos queda ganar la Copa del Rey. De vuestro rey”.

Piqué expresa en voz alta lo que muchos jugadores y seguidores del Barça piensan en silencio. A todos les gustaría que el Barcelona consiguiera victorias en nombre únicamente de los catalanes, que el equipo catalán pudiera conquistar la Copa del Mundo y que Piqué, Puyol, Busquets, Xavi y Fábregas lograran el trofeo no para España, ni para el rey Juan Carlos, sino para Cataluña. Pero de momento es imposible, ya que la FIFA le negó el acceso a las competiciones internacionales.

El deporte, un elemento importante de identidad nacional

Para los nacionalistas catalanes, el deporte siempre ha constituido un elemento importante de identidad nacional. Sobre todo durante la dictadura de Franco, cuando el Real Madrid era el club favorito del régimen y los goles marcados a este equipo tenían el sabor dulce de la venganza por los años de humillación y de discriminación cultural.

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Con los escoceses sucede algo parecido, ya que hacen alusión cada vez más abiertamente a un Estado soberano [está previsto un referéndum sobre la independencia en 2014] y se toman muy en serio el fútbol. Están dispuestos a cualquier cosa para apoyar a su equipo, como todos los demás que juegan contra Inglaterra.

Los acontecimientos deportivos ofrecen el marco ideal para las manifestaciones separatistas. Los cánticos, las banderas, la escenificación de la unidad nacional constituyen el decorado habitual de los estadios en Cataluña, en País Vasco, en Escocia o en Córcega. Pero tan sólo es el telón de fondo de una lucha política aguda por el poder y el dinero.

Hasta hace poco, la calle era el terreno favorito de esta guerra: en varias partes de Europa, los separatistas ponían bombas en grandes almacenes, tenían como objetivo a policías y organizaban huelgas de hambre. Con frecuencia, el temor al caos y a la desintegración del Estado obligaba a los responsables políticos españoles, británicos o franceses a responder con una brutalidad ciega.

Sin embargo, el contexto y las maneras de actuar han cambiado en gran medida en los últimos años. Ahora, los defensores de la autodeterminación despliegan sus armas en el entorno cerrado de los gabinetes ministeriales y de las instituciones europeas, así como mediante eventos culturales, o con el fomento de los idiomas regionales. Es una estrategia más provechosa: antes de los comicios electorales, o para mantener una mayoría parlamentaria, los Gobiernos ceden a las reivindicaciones de los separatistas a cambio de su apoyo.

La defensa perfecta para borrar la etiqueta de fanáticos

El idioma es también un arma temible en esta batalla. Los catalanes la manejan tan bien como el fútbol. En Cataluña, el castellano se considera un idioma extranjero, los colegios sólo están obligados a garantizar cuatro horas semanales de castellano. Los que lleguen de Castilla o de Andalucía con sus familias buscarán en vano un colegio con clases íntegramente en español.

Al negociar con las autoridades estatales, los separatistas no dudan en apoyarse en un argumento proeuropeo bien definido. Defienden la tesis según la cual, la independencia de Cataluña, del País Vasco o de Escocia no socavaría de ningún modo a la nación española o a la británica, puesto que la federación de la Unión de todos modos va a reducir la función de los Estados-naciones.

Si las capitales ceden cada año un poco más de su poder a la Comisión Europea, ¿por qué no dar algo de poder igualmente a Edimburgo y a Barcelona?

Con esta retórica euroentusiasta, los separatistas han encontrado la defensa perfecta para borrar la etiqueta de peligrosos e irresponsables fanáticos que llevaban pegada a la piel. En estas condiciones, al poder central le resulta difícil denunciar las tesis separatistas, porque atacarían las ideas que tanto han elogiado.

En la Europa actual, la noción de la “autoridad pública” está desprestigiada y en cambio, a muchos les atrae la “descentralización”, la “defensa de los idiomas locales”, la “protección de los productos locales” y por último “la cooperación regional”.

En algún punto entre Luxemburgo y Eslovaquia

Si Escocia, Cataluña y Padania se convirtieran en miembros de la UE, ¿cuál sería su peso político? Se encontrarían entre Luxemburgo y Eslovenia y claramente no sería la posición ideal para defender con eficacia sus intereses en Bruselas. Paradójicamente, estas regiones se encuentran mejor defendidas por la gran Italia y la gran España.

Los separatistas europeos corren detrás de la liebre, sin estar seguros de que la atraparán. La táctica del regateo parece más rentable. La Liga Norte, cuando aún formaba parte de la coalición gubernamental de Silvio Berlusconi, logró modificar las normas de financiación de las regiones en detrimento de las regiones más desfavorecidas.

Por su parte, los demócrata-cristianos de Convergència i Unió (CiU, Convergencia y Unión en catalán), con sus 16 diputados en el Parlamento español, condicionaron su apoyo a las reformas de Mariano Rajoy a una serie de concesiones a favor de Cataluña.

Podría parecer que Gerard Piqué no ha dejado de hacer sacrificios al jugar en el equipo nacional español. Por suerte, el año pasado se ahorró tener que llevar en brazos la Copa del Rey, ya que fue el Real Madrid quien ganó la final.

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