Para Tariq Ramadan, "A los ciudadanos normales y corrientes se les hace muy cuesta arriba aceptar esta nueva presencia musulmana como un factor positivo". Arcadi Espada lleva a cabo una interpretación diferente, fundada en el laicismo: "una de las grandezas de Europa es que la religión no abre las puertas del paraíso moral". Por tanto su cuestión se plantea en los siguientes términos: "¿en razón de qué el laicismo europeo debe admitir como 'positivo' a alguien que viene con la sola tarjeta de visita de su creencia?". Hoy por hoy, muchos europeos observan las iglesias cristianas con "intención desprovista de fe" y como "puros objetos culturales". No es el caso de los minaretes, en los que "impera, despótica, la religión"; y esto, en opinión de Espada,sería un " factor intrínsecamente negativo".
DEBATE
Pérdida de identidad y miedo al islam
"Hasta hace poco, muchos europeos creían en sus reyes y reinas, agitaban la bandera, cantaban el himno nacional y aprendían los episodios heroicos de su historia. Su país era su hogar. La 'identidad' aún no se consideraba un problema", afirma el escritor y periodista Ian Buruma en el Corriere della Sera. "La mayoría de nosotros vive actualmente en un mundo laico, liberal, desencantado. Los europeos son más libres que nunca: los curas ya no nos dicen lo que debemos hacer o pensar. Pero esta libertad tiene un precio: la emancipación de la fe no siempre ha producido felicidad, sino al contrario, a menudo ha provocado confusión, temor y resentimiento. Se envidia a los musulmanes, porque aún poseen una fe, saben quiénes son y se rigen por valores por los que vale la pena morir", al menos tal es la percepción que tiene de ellos la mayoría de los europeos. "Los altos minaretes y los rostros cubiertos con velos representan una amenaza, porque hurgan en la herida de los que sufren la pérdida de la fe". Lo que podemos esperar es que "las democracias liberales salgan de este periodo de malestar, que resistan a las presiones de la demagogia y que logren contener las pulsiones violentas. Por lo tanto, convendría que hubiera menos referendos, porque, al contrario de lo que se piensa, debilitan la democracia, ya que obligan a los responsables a actuar según los sentimientos viscerales de los furiosos, en lugar de gobernar con sensatez".