© Thorsten Henn

La tristeza de los vikingos

El 6 de marzo, los islandeses deben decidir en referéndum sobre el pago de la deuda de su país. Al haber sufrido de lleno el hundimiento de sus bancos, han visto cómo su nivel de vida ha descendido bruscamente y en este momento se ven tentados a dar la espalda a Europa, para buscar la salud económica en los oficios tradicionales.

Publicado en 5 marzo 2010 a las 14:27
© Thorsten Henn

Caminando por las calles de Reikiavik no veremos signos de miseria extrema. Los "sin techo" islandeses no duermen nunca al exterior, ya sea invierno o verano: existen centros de acogida para hombres, para mujeres y también para parejas. En el caso de los que están a punto de perder su apartamento porque los tipos de interés de sus créditos, basados en divisas extranjeras, se han duplicado mientras que sus ingresos se han estacando, la miseria aún no es visible: los bancos han recibido la orden de convertir a los propietarios que no pagan en inquilinos de su vivienda. De este modo, los niños pueden seguir en el colegio de su barrio y esto evita una oleada de pánico en el sector inmobiliario que haría bajar los precios aún más. Y sin embargo, la crisis está más que presente en las bolsas, en los proyectos de futuro que se abandonan, en las mentes de los habitantes.

La caída financiera ha golpeado duramente a Islandia, considerada como un remanso inexpugnable de prosperidad. En el otoño de 2008, los tres bancos principales del país se hundieron. La corona cayó en picado y el gobierno tuvo que pedir ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI) y a sus vecinos europeos. La economía retrocedió un 8 % en 2009.

Una población en constante movimiento

Islandia es un país joven y de cambios rápidos. Su población posee una gran capacidad de reacción. Un habitante tiene durante toda su vida tres o cuatro oficios. El fenómeno es tan frecuente que a los sociólogos les cuesta determinar las estadísticas. Por ejemplo, es imposible definir el perfil de los pescadores, ya que en raras ocasiones lo son durante toda su vida. Una hombre es pescador y luego otra cosa o pescador y algo más.

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Con 58 años, Halldor Arnason, pescador desde hace cuarenta años, también intenta diversificarse. Es un apasionado de la presencia de los pescadores franceses en su fiordo, el Patreksfjördur, a comienzos del siglo XX. En el verano de 2009 su embarcación sufrió una avería. Hace dos años, la habría llevado a reparar a Inglaterra o Polonia, pero con la crisis, es más rentable hacerlo en Islandia. En este dominio, al igual que en otros tantos, Islandia vuelve a recurrir a los proveedores del país en lugar de a los de otros países.

La devaluación de la corona revaloriza el precio del pescado en la moneda local y una mina de coral submarino (empleada para tratar aguas residuales) emplea al personal en los fiordos vecinos. Un criadero de mejillones, aún experimental, cuenta con la prohibición en Europa de la pesca en verano. Los polacos, dedicados al tratamiento del pescado, se integran en la vida local, las casas vacías vuelven a encontrar compradores: es la revancha de las zonas rurales en declive sobre la ciudad.

Los ricos, arruinados

La capital y sus afueras se hunden cada día en una morosidad febril. Cada uno se adapta como puede en un paisaje económico devastado, en el que sólo el 11 % de las empresas pueden prescindir del apoyo voluntario de los bancos nacionalizados. Incluso se observa la situación inversa. Los ricos están arruinados o a punto de convertirse en "losers" mientras que los perdedores del gran juego social, los que habían perdido todo antes de la crisis, se encuentran ahora en igualdad de condiciones y parecen alegres en esta época de depresión invernal.

Hay personas que se preocupan por las crecientes cifras del desempleo y otras que ven aún más lejos, cuando sea necesario devolver a los ingleses y a los holandeses los miles de millones en deudas contraídas por la banca en línea Icesave. El Estado islandés tuvo la desgracia de garantizar los depósitos. El gobierno ya ha firmado dos veces un acuerdo sobre este banco en quiebra con los países que han participado en el rescate financiero. Y también el acuerdo ha sido denunciado dos veces, la primera por el Parlamento (Althing), y la segunda por el presidente Olafur Ragnar Grimsson, que ha propuesto someter la cuestión a referéndum, previsto para el 6 de marzo. Todos los partidos parecen quererlo, pero lo temen.

Es necesario pagar la deuda cuanto antes

A pesar de los meses de debates parlamentarios y de la atención de los medios de comunicación, en una encuesta los islandeses han confesado que no comprenden gran cosa de toda la cuestión. Sólo prosperan los nacionalistas y los populistas, que encuentran en el rechazo de Europa la ilusión de restituir su dignidad. Pero independientemente de que se celebre o no el referéndum o de la decisión de los electores, al final habrá que pagar esta deuda en su totalidad o en parte.

Una vez que se sale de Reikiavik, la naturaleza islandesa vive ajena a los disgustos financieros del país. Sólo recuerda la crisis el elevado precio del carburante. En Hveragerdi y luego en Selfoss, cientos de 4 x 4 de ocasión no vendidos e invendibles esperan a un improbable cliente. Los que deseen salir del país en coche por ferry deberán haber pagado el crédito de su vehículo. Algunos prefieren simplemente abandonarlo. Stefán Jónsson vive cerca de Flúdir. Gestiona con su hijo una explotación de 600 hectáreas. Confía ciegamente en el futuro de su país. Al igual que los pescadores, está en contra de la entrada del país en la UE, que supondría el fin de un apoyo directo a la agricultura. Pero sabe que es más agraciado que los de la ciudad, sobre todo que los que trabajan en la construcción. Johann es soldador en paro, el pintor de edificios Hilmar ha dejado su oficio, Fridrik, jardinero, ya no tiene clientes. Islandia espera. Espera a que la ex juez Eva Joly, que ha llegado a su rescate, encuentre el dinero oculto en los paraísos fiscales. Espera un tiempo mejor, un cliente para su rentable energía, un nuevo préstamo del FMI, un claro entre las nubes. Tan sólo una cosa es segura: los días se suceden sin que llegue el fin de esta situación.

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