Los populistas no son el verdadero problema

Calificar de populistas y de reaccionarios a todos los movimientos de rebelión que se manifiestan en un lado u otro tan sólo sirve para camuflar las raíces del problema: la UE tal y como es hoy no está amenazada por la ira de sus ciudadanos, sino por la reticencia de los Gobiernos a delegar su soberanía.

Publicado en 8 noviembre 2013 a las 14:18

Deseo que nazca una Europa federal y que se proteja la moneda única. De lo contrario, en lugar de la UE tendríamos una cantidad de pequeños Estados sin grandeza pero no sin abyección, y no amigos, sino más vasallos que nunca de la potencia estadounidense. Volveríamos al punto de partida: derrotados por nuestros nacionalismos, como lo estuvimos en las guerras del siglo XX.
¿Por qué no deja de crecer en Europa una humanidad tan descontenta, tan hastiada, que alimenta a la extrema derecha y a los partidos euroescépticos? Llamarla populista o reaccionaria sería detenerse en el umbral de los “porqués” sin plantearse cuál es el origen de este llanto. Responder a ello tampoco sirve de nada, si las protestas y las propuestas, tan distintas unas de otras, se expulsan como un grumo espeso que obstruye no sabemos qué progreso.

Librarse del problema con desprecio y rechazo es como ignorar que la Europa actual destila venenos crónicos. No basta invocar su nombre para que exista, como hacen los Gobiernos actuales para sacar partido de ello. Eso equivale a camuflar lo que sin embargo es evidente: el nacionalismo y el conservadurismo son males que padecen las clases dirigentes y las élites de los Estados de la Unión. En este caso también es necesario atreverse a ir más allá de las palabras. La palabra “federación” ya no es un tabú, excepto en Francia. Sin embargo, este término, mencionado tanto en la derecha como en la izquierda, no va seguido de acciones concretas como la mutualización de la deuda pública, un crecimiento alimentado por los eurobonos y por recursos financieros europeos de mayor magnitud que los actuales. Ni sobre todo de un Parlamento Europeo con nuevos poderes ni de una Constitución común que sea la expresión de sus ciudadanos. En definitiva, una Europa que sea para ellos un refugio en estos tiempos de angustia y no el bastión que protege a una oligarquía endógena de poderosos que se cubren unos a otros.

Gobiernos reacios

Europa tal y como es hoy no está amenazada por la ira (tanto de derecha como de izquierda) de sus ciudadanos. Está amenazada por unos Gobiernos reacios a delegar soberanías nacionales no solo fingidas, sino usurpadas, ya que en las democracias los soberanos son los pueblos. Si la crisis de 2007 a 2008 atormenta a Europa más allá de cualquier medida, es debido a estas distorsiones. Una austeridad que acentúa la pobreza y las desigualdades, un Pacto de Estabilidad que ningún Parlamento ha podido discutir: así es la Europa que quiere librarse de los populismos. Es la miseria griega. La corrupción de los Gobiernos es lo que alimenta las desigualdades y la falsa estabilidad.

El caso de las izquierdas radicales en Grecia es un ejemplo claro. Syriza, una coalición de movimientos de ciudadanos y de agrupaciones de izquierda, fue calificada de antieuropea y populista durante las dos elecciones de mayo y junio 2012. Entonces las cancillerías europeas se movilizaron y describían a Syriza como el monstruo a derribar. Berlín amenazó con cerrar los grifos de las ayudas. Pero ni Syriza ni su dirigente Alexis Tsipras son antieuropeos. Exigen otra Europa. Y eso es lo que asusta a la clase política dirigente.

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El 20 de septiembre, cuando presentó su programa en el Kreisky Forum de Viena, Alexis Tsipras sorprendió a los que le habían criticado. Dijo que la arquitectura del euro y sus planes de rescate habían destrozado la Unión, en lugar de vendar sus heridas. Recordó la crisis de 1929 y su gestión según los dogmas neoliberales. Exactamente como hoy. “Los Gobiernos negaron que la arquitectura de sus proyectos fuera aberrante e insistieron en la austeridad y en defender sencillamente la reactivación de las exportaciones. El resultado fue la miseria en el sur de Europa y el advenimiento del fascismo y del nazismo en Europa Central y del Norte”. Por ello [[es necesario rehacer la Unión desde el principio al final]]. Retomando las propuestas de los sindicatos alemanes, Syriza propone un Plan Marshall para Europa, una auténtica unión bancaria, una deuda pública gestionada de forma centralizada por el Banco Central Europeo y un programa masivo de inversiones públicas puesto en marcha por la UE.

Vínculo entre crisis y corrupción

Pero Alexis Tsipras también denuncia aquello que nadie se atreve a señalar: el vínculo entre la crisis europea y las democracias corruptas de Atenas y de muchos países del sur. “Nuestra cleptocracia ha forjado las alianzas sólidas con las élites europeas”, afirmó, y su unión se nutre de mentiras sobre los fallos de los griegos o de los italianos, sobre los sueldos demasiado elevados y sobre esos Estados demasiado generosos. Esas mentiras “sirven para transferir la culpa de las debilidades nacionales de los hombros de los cleptócratas a los del pueblo que trabaja duro”.

Es una alianza que ya no se enfrenta a ninguna oposición, desde que la izquierda clásica adoptara en los años noventa los dogmas neoliberales. De este modo, una gran parte de la población se quedó sin representantes. Perdidos, abandonados, castigados por una política de austeridad con aires de ejercicio militar. Esta población, la mayoría, si contamos también a los abstencionistas, es la que protesta contra Europa. A veces sueña con el regreso irreal de las monedas y las soberanías nacionales; a veces reclama otra Europa, que no olvide el llanto de los pobres, que supo escuchar en la posguerra y a finales de los años setenta. Eso es lo que dice Tsipras. Y en Italia, Beppe Grillo, en sus discursos caóticos, dice más o menos lo mismo.

Si no cambia nada, Europa ya no será un refugio, sino un lugar en el que los ciudadanos quedarán expuestos a todos los vientos. Al estar administrada por élites consanguíneas, se parecerá cada vez más a la Oficina de las Cartas Muertas custodiada por Bartleby, en la novela [Bartleby, el escribiente] de Herman Melville. A fuerza de compilar y de tirar a la papelera miles y miles de cartas enviadas y jamás entregadas a sus destinarios, Bartleby acaba por oponerse a cualquier petición y a cualquier orden, con una calma cadavérica y con un rechazo impávido, diciendo: “Preferiría no hacerlo”.

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