Tres mujeres ancianas en Leipzig. Alemania, durante el festival Wave-Gothic.

Mandamos a la abuela a vivir a Eslovaquia

Alemania envejece. Pero el país carece de personal cualificado para ocuparse de sus jubilados y los centros especializados cuestan mucho dinero. Por eso ahora las familias envían a sus mayores a países donde sus cuidados resultan más económicos.

Publicado en 31 octubre 2012 a las 12:55
Tres mujeres ancianas en Leipzig. Alemania, durante el festival Wave-Gothic.

Ahí fuera estamos en Eslovaquia. Pero Frau Ludl no sabe nada debido a su demencia, o quizás deberíamos decir "gracias" a su demencia. Hace ya un mes que su hijo y su nuera llevaron a esta señora en una autocaravana hasta Zlatna na Ostrove, no lejos de la frontera húngara. Setecientos kilómetros separan su nueva dirección de su domicilio original, en Baviera, y el viaje duró un día entero. En Alemania, una residencia medicalizada habría resultado demasiado cara. Al menos es lo que afirma su hijo, gerente de un establecimiento de juguetes en Alemania.

El "último viaje" lleva a cada vez más alemanes hacia una residencia para la tercera edad en el extranjero. En países como Eslovaquia, República Checa o Hungría, pero también en España o Tailandia, aumenta el número de centros geriátricos que se ocupan de clientes de Europa Occidental y en muchos casos están incluso dirigidos por alemanes. Lo que tienen en común estos centros es que ofrecen una asistencia más asequible que las residencias alemanas. Porque aquí, las tarifas no dejan de subir: el nivel 3 de asistencia [el nivel máximo que corresponde a una asistencia las 24 horas del día] costaría cerca de 2.900 euros.

Reina la nostalgia

Mientras, las pensiones se estancan y el número de personas dependientes crece a un ritmo desorbitado entre los beneficiarios de la ayuda social. Según las cifras aún no publicadas del Statistisches Bundesamt [el Instituto Nacional de Estadística alemán], el número de personas que recibieron la "ayuda para la asistencia", una forma de prestación social, pasó en 2010 de 392.000 a 411.000, lo que equivale a un aumento de cerca del 5%. Pero lo que hace que se incline la balanza es otro argumento: dentro del esquema de la "ayuda para la asistencia", el Estado puede hacer que los hijos contribuyan y obligarles a asumir una parte del coste de la asistencia. El resultado es que los hijos recurren a menudo a los países de Europa del Este.

Si quisiéramos ser crueles, podríamos decir que cada vez más alemanes envían a sus padres al extranjero por motivos económicos y que les dejan allí olvidados. Sin embargo, cuando se les pregunta cuáles son sus motivos, muchos dan la misma respuesta que el hijo de Frau Ludl: "Mi madre no va a estar peor allí que en Alemania".

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El centro especializado en el que vive ahora esta señora abrió sus puertas hace sólo unos meses. El moderno edificio de varias plantas desentona un tanto en el humilde municipio agrícola donde se encuentra: con terrenos de césped cuidadosamente cortados, unos acuarios luminosos llenos de peces de colores, ascensores de alta tecnología. Sin embargo, en la habitación de Frau Ludl, lo que predomina es la nostalgia: en la pared, su hijo ha colocado unas fotos en blanco y negro enmarcadas. En ellas se ve a una joven, en compañía de unos familiares desaparecidos hace ya tiempo. En el centro, la imagen de la papelería donde también vendía lotería y que regentó durante varias décadas. "Ahora mi tienda está ahí fuera, en algún lugar, pero ya no puedo ir", comenta mirando por la ventana con nostalgia.

Antes de marcharse a Zlatna na Ostrove, esta señora ya había recibido asistencia durante seis años. Al principio, en una residencia de Baviera, donde la atiborraban de psicotrópicos. En poco tiempo dejó de reconocer a su hijo y de caminar por sí misma. Y todo eso por 3.100 euros al mes. Luego se ocupó de ella su nuera. Pero cuando esta anciana de escasos cabellos blancos comenzó a perder la cabeza, la nuera amenazó a su esposo con hacer las maletas e irse. Entonces, la pareja comenzó a buscar otra solución. En Internet, encontraron a un intermediario alemán.

Una solución rentable

Esta persona en cuestión, que gestiona la distribución de los alemanes en los centros de Europa del Este, se llama Artur Frank. Actúa de intermediario para las personas dependientes de origen alemán y austriaco. Los centros a los que las dirige ofrecen un "nivel de calidad muy correcto según el estándar de Alemania", segura.

No es el único que piensa que los alemanes pueden recibir asistencia más económica en el extranjero. Podemos encontrar establecimientos especializados en alojar a ciudadanos alemanes en Lanzarote, en Gran Canaria, en Polonia e incluso en la península ibérica. A menudo, estos centros están incluso gestionados por alemanes. Debido a su tasa de desempleo, España es el país ideal para acoger a los alemanes en situación de dependencia, comenta Günter Danner, miembro de un grupo de presión de la seguridad social alemana en Bruselas.

Pero para los Ludl, esta situación resulta rentable, aunque la seguridad social sólo cubra alrededor de la mitad de lo que esta señora debería pagar por ingresar en un centro alemán. El centro de Zlatna na Ostrove cuesta, con la comida incluida, alrededor de 1.100 euros al mes. Como la asignación de dependencia asciende a 700 euros, tan sólo tendrían que pagar los 400 euros restantes. Y eso lo cubre la pensión de Frau Ludl. A la seguridad social alemana le beneficiaría firmar contratos con los centros extranjeros. Porque en otros países, el coste salarial del personal de asistencia es mucho menor.

Los salarios más bajos también significan menos tensión por la disminución del personal: según las previsiones, en 2050, uno de cada 15 alemanes se encontrará en situación de dependencia.

Muchos directores de residencias para la tercera edad temen esta competencia internacional. Al escuchar cómo el hijo de Frau Ludl se maravilla por el clima mediterráneo de Eslovaquia o por la amabilidad de sus gentes, este temor parece justificado. Tiene intención de ir con su esposa a visitar a su madre cada dos o tres meses. No tiene la sensación de librarse de su madre: "Las personas que sufren demencia no tienen la misma noción del tiempo que nosotros. Para ella no hay ninguna diferencia entre venirla a ver cada tres días o cada tres meses". "En cambio", señala, "cuando vengo a verla aquí con mi mujer, la visita es más entrañable".

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