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Más allá del mercado y del poder

Los diferentes patrones sociales y culturales vigentes entre los europeos a menudo se pasan por alto. Un sociólogo holandés señala que esto supone una amenaza para el proyecto europeo y expone que los líderes políticos deberían dedicarse a entablar diálogos con sus ciudadanos.

Publicado en 26 septiembre 2012 a las 15:34

En el siglo XIX, la imaginación de los pueblos desempeñaba una función crucial en el desarrollo de las comunidades nacionales del continente europeo, tal y como se observa en publicaciones como Comunidades imaginadas de Benedict Anderson. La teoría de esta obra es que los ciudadanos se asocian entre sí en un nivel imaginario, aunque no tengan ninguna relación personal con los demás y luchen por intereses propios totalmente distintos.

Esta especie de espíritu comunitario tiene que concebirse, expresarse y hacerse tangible. Sin embargo, en Europa aún tenemos que llegar a esa fase. Son muchos los líderes que insisten en las ventajas económicas de la integración europea, si bien evitan mencionar las diferencias culturales y rara vez señalan que el proyecto europeo también incluye aspectos morales e intelectuales.

No es un asunto sencillo. Europa presenta un gran número de diferencias sociales y culturales. Me gustaría destacar en concreto dos contrastes. El primero es de tipo horizontal y se aplica al noroeste y al sudeste de Europa. Una de las principales diferencias es que el noroeste registra un alto nivel de secularización. Muchos incluso temen que esto pueda provocar consecuencias desastrosas en la sociedad. Cuando la gente renuncia a su fe en Dios, la opinión general es que entonces también se preocuparán poco por los demás. Sin embargo, los hechos confirman una realidad totalmente distinta. El trabajo voluntario, por ejemplo, alcanza el mayor nivel de desarrollo en países como Suecia, Países Bajos y Reino Unido.

Sociedades de alto nivel de confianza

Otra diferencia es que los ciudadanos del noroeste se sienten más implicados en los asuntos públicos. Se interesan más por la política y se les brindan más oportunidades para expresarse o ejercer algún tipo de influencia. Por otro lado, en estos países se inician todo tipo de acciones sociales, culturales o recreativas, además de contar con una sociedad civil altamente desarrollada.

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Por ello, no es de extrañar que las naciones de esta región se denominen sociedades de alto nivel de confianza. El hecho de que las empresas, los ciudadanos y otros actores sociales tengan una gran confianza el uno en el otro, sin duda contribuye al desarrollo económico. La sociedad moderna, secularizada, próspera y democrática, que valora la profesionalidad, la vitalidad y la dignidad humana es más profunda en el noroeste que en sur y en el este.

Además de la división horizontal, también existe una vertical. Analicemos por ejemplo la cuestión de si la gente tiene fe en la Unión Europea. Este aspecto está estrechamente relacionado con el nivel educativo. Sólo el 37% de las personas que dejaron los estudios antes de los quince años confían en la UE, mientras que el porcentaje entre los estudiantes es un rotundo 63%.

Se observa la misma tendencia si se pregunta cuál es la actitud de las personas con respecto a una mayor expansión de la Unión Europea. Casi la mitad de los encuestados están claramente en contra de la expansión. Sin embargo, de nuevo esta actitud es mucho más común entre personas con niveles educativos inferiores (51%), que entre los que se encuentran estudiando actualmente (29%).

Los ciudadanos que de algún modo se sienten amenazados por los procesos de modernización, generalmente tienden a adoptar una actitud menos optimista, algo que también se aplica a la cuestión de Europa. Si se desea desarrollar aún más el proyecto europeo, es fundamental que se superen estas diferencias.

Opiniones y sensibilidades

En el caso del diálogo “horizontal”, propongo que se realice un auténtico intercambio entre personas corrientes con raíces en el norte y el sur, así como en el oeste y el este de nuestro continente. El objetivo sería que estas personas se familiarizaran con el modo de vida de los demás, por ejemplo, pasando un año en la región opuesta de Europa. En el proceso, tendría que prestarse especial atención al modo en el que las opiniones y las sensibilidades, los valores y los ideales, las tradiciones y las ambiciones afectan a la vida diaria de las personas.

El segundo diálogo que personalmente celebraría es el relativo a la división vertical. Actualmente, aún existe un gran abismo entre el concepto del proyecto europeo de la élite próspera y con alto nivel educativo y la creciente incertidumbre que sienten las masas de ciudadanos menos educados. Esta diferencia no puede salvarse simplemente mediante una campaña de información o una sofisticada estrategia de comunicación. Si quieren que la gente acepte la noción de Europa, deben tenerse en cuenta las experiencias y las expectativas, los valores y las preocupaciones de la gente corriente.

Implicación y dignidad humana

Este diálogo sólo tendrá éxito si los líderes que ocupan cargos públicos adoptan una actitud distinta. Un gran grupo de ciudadanos se siente abandonado por las élites administrativas modernas, que no destacan precisamente por su empatía o implicación social, con una visión del mundo que es liberal y al mismo tiempo dura.

¿Es posible entablar un diálogo así? Creo que la dinámica cultural que ha dado lugar en última instancia a la vida moderna contiene una serie de principios filosóficos que comparten, ya sea de forma consciente o no, infinidad de europeos. Me vienen a la mente conceptos clave como libertad, equidad, igualdad, autonomía, implicación y dignidad humana. Si bien el diálogo debería tratar también con el modo en el que desarrollamos en la práctica estos principios, el simple hecho de que tenga lugar esa discusión implica también que ya no consideramos la integración europea como un ‘proceso irreversible’.

Después de todo, la historia es un proceso dialéctico. Los que se encuentren en el poder tienen la voz, pero también sus pueblos. Así pues, quien intente imponer el proyecto europeo como un imperativo, no deberá sorprenderse por el creciente apoyo que están recibiendo partidos políticos euroescépticos como el SP y el PVV.

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