Las negociaciones para cerrar el acuerdo ni estaban claras de antemano ni han sido sencillas, por ello, los ministros de Finanzas de la unión monetaria han estado reunidos hasta altas horas de la madrugada. Los obstáculos que había que superar eran numerosos y complicados. Como es evidente, habrá que pagar un alto precio por esta nueva oportunidad que nos concedieron ayer. En este sentido, la pelota está ahora sobre nuestro tejado.
Los objetivos no cumplidos en los dos años anteriores y las tareas que se deben llevar a cabo para subsanar este retraso son tan importantes que, al final, el peso que nos invitan a soportar es aún mayor que el que aceptamos al adoptar el plan de rigor en el Parlamento el domingo 19 de febrero. [Se aprobó un plan de ahorro de 3.300 millones de euros para este año, que prevé una reducción del salario mínimo y una limitación de las pensiones.]
No basta con detener la hemorragia
Esta vez ya no tenemos ni margen de maniobra, ni para cometer errores. Y ésa es, además, la principal preocupación de nuestros socios y acreedores, que nos imponen un control más estricto de las reformas que estamos obligados a aplicar correctamente. La forma con la que se han llevado a cabo las negociaciones es un indicio de que actuarán con más severidad en caso de fallo por nuestra parte.
No obstante, nuestros socios deberían darse cuenta de que si realmente nos quieren ayudar, no basta con detener la hemorragia de la deuda y del déficit, sino que es necesario también frenar la recesión. Porque está claro que los recortes en los ingresos no serán en ningún caso la única solución para salir de la crisis.
De hecho, nos han invitado a comportarnos esta vez con más seriedad y responsabilidad de lo que hemos hecho en los últimos dos años. También hay que hacer hincapié en el desarrollo. De lo contrario, en breve nos volverán a exigir más esfuerzos de austeridad.