Ni la campaña que se ha tragado más de 10 millones de florines (más de 30 millones de euros), ni la propaganda que ha inundado todos los medios de comunicación próximos al partido
Fidesz de Orban han servido para nada. Se perseguía una participación del 50 por ciento y una sola opinión, pero en su lugar, en el referéndum del 2 de octubre sobre la distribución de cuotas de refugiados, votó únicamente el 43,3 por ciento de los 8,2 millones de electores húngaros.
Aunque el 98,3 por ciento optó por dar un ‘no’ a la pregunta planteada por el Gobierno sobre las cuotas (y más en general sobre los extranjeros), la derecha no recabó más apoyos en las urnas que en la primavera de 2014, cuando el Fidesz-KDNP y el Jobbik consiguieron 3,28 millones de votos. Los mismos partidos apoyaron la campaña del ‘no’, y prácticamente fueron los mismos diputados los que participaron en ese proceso.
Lo que realmente estaba en juego en este referéndum, dado la falta de consecuencias legales vinculadas al mismo, era saber si el Gobierno actual ha conseguido granjearse el apoyo de nuevos votantes promoviendo una política de hostilidad contra los inmigrantes. No ha tenido éxito. Como mucho han conseguido robar algunos votos al Jobbik, y eso cuenta como una derrota. Pocos días antes del referéndum, los portavoces del Fidesz, que manejaban encuestas políticas que no se hicieron públicas, empezaron a rebajar las expectativas. Aún así, la noche del domingo defendieron una victoria aplastante. Desde entonces ha quedado claro que las cosas no salieron como se habían previsto.
En primer lugar, la líder de los parlamentarios del Fides, Antal Rogan, manifestó que los tres millones de votos a favor del ‘no’ mandaban un mensaje bien claro. Entonces, Viktor Orban arguyó que la participación en el referéndum tenía únicamente un valor emocional. Después de votar el domingo, el primer ministro llegó a decir que se conformaría con que los partidarios del ‘no’ superasen a los votantes del ‘sí’, justo antes de bromear sobre presentar su dimisión si ganaba el ‘sí’. Solo el minúsculo Partido Liberal, encabezado por Gabor Fodor, lo apoyó en ese frente. No fue suficiente para motivar a los húngaros para acudir a las urnas. Y se produjo otro hecho inesperado.
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Durante los últimos días de la campaña, el primer ministro trató de movilizar a la población a través de entrevistas concedidas únicamente a medios que estaban de su parte. No mantuvo ninguna reunión ni acudió a ningún foro ciudadano de los organizados en los 200 puestos distribuidos a lo largo y ancho del país, donde muchos representantes de la derecha, incluyendo a expertos en seguridad con miedo a los ovnis, explicaron a su público que la inmigración está destruyendo la civilización occidental. Incluso en el referéndum para entrar a formar parte de la UE y la OTAN, la participación nunca llegó al 50 por ciento, pero fue superior a la de la semana pasada. El Fidesz ha caído en su propia trampa: sus propias reglas hacen que sea prácticamente imposible conseguir un resultado válido.
Antes, el voto unánime de un cuarto de la población (dos millones de votantes) era suficiente para cantar victoria, un umbral que el Gobierno hubiese franqueado con facilidad el domingo. Por eso la alegría de los partidos húngaros de la oposición, que piden a Orban que dimita, parece estar fuera de lugar. No obstante, su satisfacción es muy comprensible dado que esta es la primera votación desde 2006 que no ha salido como Orban quería. Si se concibe el referéndum, o la xenofobia, como un conjuro de magia que el Fidesz ha ido entonando a lo largo de los últimos meses, la situación es totalmente diferente.
Si quisiese, el Fidesz podría, con el apoyo del Jobbik, rechazar formalmente las cuotas obligatorias a pesar de la invalidez del referéndum. Incluso podría hacerlo sin uno, y en el comunicado de prensa de su “victoria” Orban anunció que eso es lo que hará. Si su plan sigue adelante, lo más probable es que el Gobierno húngaro tenga que enfrentarse a procedimientos de infracción ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Orban mantiene su retórica beligerante y anuncia nuevas frentes de batalla, exige que Bruselas acepte también “la decisión”.
Parece que su argumentación está ya encauzada: alardea de que el domingo hubo 200.000 votos más a favor del ‘no’ que los que se manifestaron a favor de unirse a la UE. Orban defiende que es un gran logro, subraya que el resultado supera en un 15 por ciento al de las últimas elecciones para el Parlamento Europeo.
En cualquier caso hay que prestar atención a determinadas cifras, que Orban no ha mencionado, los 200.000 votos nulos. Un número que probablemente otorgue fuerza política al Partido del Perro con Dos Colas (Kétfarkú Kutya Párt), que defendió el boicot de la campaña. En Budapest, el 11% de los votos fueron nulos.
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