Análisis Reelección de Erdogan

El erdoganismo, entre el conservadurismo social radical y nacionalismo agresivo

La tercera reelección de Recep Tayyip Erdogan, el 28 de mayo, marca la continuación de un régimen autocrático, que controla los medios y la sociedad, pero que cada vez depende más de la extrema derecha y es más despiadado con sus oponentes. La única incógnita es el anunciado giro económico liberal, mientras que sobre el país se cierne una crisis financiera.

Publicado en 19 junio 2023 a las 09:51

Las elecciones presidenciales y legislativas que tuvieron lugar en Turquía en mayo de 2023 tenían, de hecho,  un carácter plebiscitario. Los electores acudieron masivamente a las urnas para decir sí o no al mantenimiento a la cabeza del Estado del presidente saliente e indirectamente para la continuidad o no del régimen hiperpresidencialista que entró en vigor en 2018. Finalmente, una pequeña mayoría de los electores (52%) han votado por el hombre fuerte de la “nueva Turquía” y han aprobado la continuidad del régimen que se presenta bajo la forma de una autocracia electiva que bien se podría denominar el erdoganismo.

Estos resultados electorales han demostrado nuevamente la estabilidad de la separación de la sociedad en campos de muy parecida dimensión. Erdogan ha ganado las tres elecciones presidenciales (2014, 2018 y 2023) y el referéndum de enmienda constitucional (2017) con casi el mismo resultado, que oscila entre el 51 y el 52 por ciento de los votos.


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Dicho de otra manera, si bien es cierto que siempre consigue salvaguardar una mayoría electoral, lo que es esencial, Recep Tayyip Erdogan no logra ganarse la más mínima confianza del electorado de enfrente. La misma situación también es válida para el electorado opuesto a Erdogan. Las transferencias de votos se producen dentro de los dos campos, pero los descontentos no se pasan significativamente al campo opuesto.

Por el lado de Erdogan y su partido, mantener la mayoría después de la tentativa de golpe de Estado en 2016 requirió establecer alianzas formales con otros partidos. Erdogan y su partido (AKP, islamista-conservador) necesitan cada vez más el apoyo de los partidos de extrema derecha nacionalista e integrista sunita. Esta alianza –la Alianza de los Pueblos– es más que una alianza electoral. Representa un proyecto social marcado por un conservadurismo social radical y un nacionalismo agresivo.

Después de su victoria electoral, Erdogan ha formado un gobierno renovado casi por entero. Jefe de Estado pero también jefe de gobierno y jefe del partido mayoritario, él había situado hasta ahora a casi todos los ministros del gabinete saliente en puestos que les hacían elegibles como diputados. Se les asignarán puestos clave en el Parlamento. El nuevo gabinete se presenta bajo el signo, por una parte, de una bifurcación posible en la caótica política económica impuesta por el propio Erdogan durante algunos años y, por la otra, la continuación del fortalecimiento de los fundamentos de la seguridad con la acentuación de la fusión del partido, el Estado y la persona del presidente.


La cuestión de la adhesión de Turquía a la UE está ahora enterrada y la mayoría de los líderes europeos se sienten bastante aliviados


En cuanto a la política de seguridad, el nombramiento del jefe de los servicios secretos para Asuntos Exteriores, del Jefe del Estado Mayor para la Defensa Nacional (como el ministro saliente), un prefecto cercano a Erdogan para Interior y el asesor diplomático de Erdogan al frente de los servicios secretos dibujan el núcleo del erdoganismo. Como todos los órganos reguladores están bajo el control directo del presidente, la gran mayoría de los miembros de las instancias de la alta jurisdicción están designados por él, y más de las tres cuartas partes de los medios de comunicación están bajo su control, el régimen autocrático vigente vigila tan de cerca como le es posible a la sociedad.

Durante su discurso de victoria el día después de las elecciones celebradas el 28 de mayo, Erdogan, mientras declaraba que él sería el presidente de los 85 millones de ciudadanos, anunció sin embargo que el ex copresidente del partido izquierdista pro-kurdo HDP, Selahattin Demirtas, encarcelado desde hace seis años y medio seguirá detenido, y esto a pesar de la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que ordenó su liberación inmediata, así como la de Osman Kavala, el patrocinador de las actividades de la sociedad civil para una sociedad multicultural.

Detenciones arbitrarias, durísimas condenas de prisión controladas a distancia desde el palacio presidencial... las cárceles turcas están actualmente rebosantes de presos de conciencia. Además, Erdogan utiliza la justicia penal como medio para quitarse de encima a figuras de la oposición, como el alcalde electo de Estambul, que tenía probabilidades de ganar las elecciones en contra de Erdogan.

Esta estrategia de evicción por la justicia o por simple decisión del Ministro del Interior de los alcaldes electos de la oposición se ha convertido en una práctica habitual desde 2016. Por ejemplo, de 65 alcaldías ganadas por candidatos del HDP en 2019, 62 están actualmente dirigidas por administradores designados como sustitutos por el Ministerio del Interior. Más allá del deseo de criminalizar al movimiento político kurdo y sus partidarios de izquierda, el control de las administraciones municipales, especialmente las de las grandes ciudades, constituye una apuesta económica para el erdoganismo.

Los medios económicos de que disponen las administraciones municipales de megalópolis como Estambul o Ankara son recursos importantes para mantener la red de clientelismo del AKP en general y de Erdogan en particular. Este último, al día siguiente de su reelección, asignó inmediatamente a su partido el objetivo de recuperar en marzo de 2024 las administraciones municipales de los grandes núcleos urbanos, en particular la de Estambul que perdieron en 2019.

En el plano económico, la vuelta al frente de la política económica de Mehmet Simsek, gestor de fondos de inversión internacionales en Londres y el nombramiento como gobernadora del banco central de Hafize Gaye Erkan, una turco-estadounidense perteneciente al restringido círculo de líderes de los bancos de negocios en Estados Unidos se perciben como signos de un retorno a una política económica más acorde con la ortodoxia liberal, particularmente en materia presupuestaria y financiera.

Al borde de una crisis financiera

Con una tasa de inflación superior al 50% según unos datos oficiales poco fiables, una rápida depreciación de la lira turca y las reservas del banco central en cotas negativas para frenar un poco la caída de la moneda nacional al tiempo que se mantiene una política de tipos rectores del banco central por debajo del 10%, la economía turca está al borde de una crisis financiera. De ahí el nombramiento de personalidades capaces de tranquilizar a los círculos financieros internacionales. Pero la perspectiva de ganar las próximas elecciones municipales dejará poco margen de maniobra para llevar a buen término una política de estabilización consecuente.

Mucho menos popular en las grandes metrópolis donde la clase media está sufriendo la peor parte de la pérdida de poder adquisitivo, Erdogan difícilmente puede autorizar la implementación de una política de austeridad que correría el riesgo de afectar a las clases populares de las grandes ciudades, un poco más preservadas por políticas electorales populistas, en particular el aumento del salario mínimo a un ritmo cercano a la inflación y, pocas semanas antes de las elecciones, entre otras medidas populistas, la eliminación del límite a la edad de jubilación y la conversión masiva en funcionarios de los trabajadores subcontratados en el sector público.

Los efectos de estos compromisos presupuestarios que se sentirán plenamente a partir del próximo otoño y el aumento progresivo de los tipos de interés, tal como se dispone a hacer el nuevo Ministro de Hacienda, corren el riesgo de generar un frenazo brutal a la creación de empleo que había podido continuar en 2022 a pesar de la tasa de inflación.

La perspectiva de una crisis económica de una amplitud mucho mayor sigue siendo el gran interrogante a la hora de prever la dirección que tomará el erdoganismo en los próximos meses. Las interpretaciones optimistas, muy en especial dentro de la Unión Europea, esperan un acercamiento forzado de Turquía a sus socios europeos a fin de asegurar el flujo de financiación exterior indispensable para evitar la interrupción de los pagos y, para conseguirlo, que el gobierno turco promueva una cierta suavización de la política represiva en el interior.

Pero la expectativa de nuevas vueltas de tuerca en la represión que pretende sofocar los descontentos internos y un compromiso más férreo con un marco ideológico nacionalista religioso, particularmente por parte de la juventud, es tan posible como la perspectiva de una suavización del erdoganismo. En cualquier caso, la cuestión de la adhesión de Turquía a la UE está ahora enterrada y la mayoría de los líderes europeos se sienten bastante aliviados.

Sin duda, Turquía seguirá siendo un aliado militar en el marco de la OTAN y un importante socio económico y comercial de la UE. Pero el erdoganismo no dejará por ello de perseguir al mismo tiempo la consolidación de los cimientos de un sistema de partido-Estado nacional-religioso, su principal proyecto de grandeza para el segundo centenario de la República de Turquía [tal como fue creada por Mustafa Kemal Ataturk en 1923].


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