Una buena elección

Publicado en 28 febrero 2013 a las 13:55

El resultado de las elecciones italianas ha sorprendido a todo el mundo más allá de los Alpes. Pero para los líderes europeos debería significar un suspiro de alivio: por unas pocas décimas, Angela Merkel y compañía no se encontrarán con Silvio Berlusconi en la próxima cumbre europea. La resurrección del Cavaliere y el rotundo hundimiento de Mario Monti, el candidato de Bruselas y de Berlín, alimentan en la prensa europea los comentarios irónicos sobre la "bendición" de Angela, que se convierte finalmente en sentencia de muerte para aquel que la recibe.

Produce cierta sorna recordar al líder del Partido Demócrata (PD), Pier Luigi Bersani, que, unos días antes de la cita electoral, se enfrentó en un cara a cara con Monti para saber cual de los dos preferiría la canciller para estar a la cabeza del Gobierno, sin siquiera considerar un instante la eventualidad de que la mayoría de los italianos, a quienes correspondía decidirlo, no quisieran ni a uno ni a otro en tal situación.

Slavoj Zizek ha subrayado recientemente este descrédito de la democracia, que algunos consideran ahora abiertamente como un peligro para la estabilidad económica. .Muchos han imaginado que las presiones y las intimidaciones bastarían para convencer a los electores de no hacer cavilaciones y votar de la manera debida, hablando incluso, como en Grecia, de repetir unas elecciones en caso de que no hubieran dado el resultado esperado. Pero en Italia no se volverá a votar, al menos de momento.

La razón es simple: si se votara de nuevo, los beneficiarios serían, muy probablemente, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) de Beppe Grillo, el hombre que, incluso aún más que Berlusconi, impide a los líderes europeos conciliar el sueño. Para mostrar que no es menos que su rival, el candidato social-demócrata a la cancillería alemana, Peer Steinbrück se ha apresurado a expresar su sentimiento de horror, declarando que Italia acababa de elegir a "dos payasos".

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Y sin embargo, vistas de cerca, estas elecciones están llenas de buenas noticias. Como ha insistido recientemente el director de La Stampa, Mario Calabresi, han traído el remedio lo que estaba universalmente considerado como uno de los grandes males de un Viejo Continente bloqueado: hoy, Italia tiene uno de los Parlamentos más jóvenes de Europa, con una buena proporción de mujeres y de caras nuevas, y muchos de los que han ocupado puestos en el mismo durante los últimos veinte años han sido excluidos. De una u otra manera, la enorme presión de esta renovación frenada desde tiempos inmemoriales, por fin ha abierto una brecha.

El mérito le corresponde en gran parte al M5S, que, a pesar de la personalidad polémica y de los propósitos con frecuencia inadmisibles de su líder, se ha transformado en la rendija que ha permitido que decenas de jóvenes outsiders accedan a la pista del circuito cerrado de la política institucional. Estos recién llegados merecen respeto: no son autómatas teleguiados por Grillo y, una vez entren en el Parlamento, tendrán derecho a ejercer el voto secreto.

Deslegitimando el compromiso de su líder para no llevar a cabo acuerdos con nadie, muy numerosos electores del M5S han expresado ya su voluntad para apoyar a un posible Gobierno del PD. De todos los errores cometidos por Bersani, acudir a a ellos en lugar de aceptar la oferta de una gran coalición con Berlusconi, no sería desde luego el peor.

Un Gobierno minoritario dirigido por el PD con el apoyo del M5S sería una experiencia completamente nueva e interesante en la Europa de las coaliciones blindadas, de la gobernabilidad como valor absoluto y del consenso de Bruselas. Un laboratorio en el que las decisiones no responderían al imperativo de mostrar a los mercados una sacrosanta estabilidad, sino que nacerían de una dialéctica permanente que debe ser la base de la democracia. Y es, sobre todo, la única manera para componer entre las exigencias con frecuencia contradictorias de una sociedad que se ha fragmentado dramáticamente, como la nuestra, y por extensión de las sociedades europeas.

No será una tarea fácil. En el programa del M5S hay puntos que serán con seguridad favorablemente acogidos en Europa, como la reducción de los costes de la política, y otros potencialmente explosivos, como, por no citar más que uno, el referéndum sobre la moneda única. Pero tras cuatro años de crisis, el conflicto que se alimenta en el seno de la Unión Europea y en sus Estados miembros no puede ya ser considerado como un simple debate de salón.

Como ha escrito Adriana Cerretelli en el Sole 24 Ore, “Angela Merkel ha hecho todo lo posible para despejar de su camino hacia las elecciones de septiembre el peligro de nuevos sobresaltos de inestabilidad europea". Pero su fracaso es ahora más evidente y las montañas de polvo acumulados bajo la alfombra pronto pesarán en la balanza. Ha llegado el momento de abrir un nuevo período en el que se trate abiertamente de los problemas y se expongan en la plaza pública, en lugar de dejarlos a la gestión del sistema intergubernamental habitual de discusiones de cenáculo y a puerta cerrada.

Berlín y sus aliados ya no tienen partido en Italia, ni en España, donde todo el sistema político está pendiente de un hilo, y con el riesgo de que pronto se encuentre sin interlocutor. La dialéctica de la austeridad y las predicciones contrastadas sobre el futuro de la Unión Europea deberán ser debatidas a partir de ahora fuera del cenáculo, y ante la vista de todos. Y las elecciones europeas de 2014 llegan en el mejor momento. Una campaña electoral a la escala de todo un continente, como ha propuesto recientemente Andre Wilkens - en la que las ideas y las tomas de posición podrán medir su peso real y poner en orden de forma abierta sus cuentas: quizá esta es la última carta para que permita evitar que la fachada del consenso europeo se venga abajo, arrastrando a todo el edificio.

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