La Unión Europea parece un hormiguero gigante donde miles de hormigas trabajadoras se mueven sin objetivo aparente, chocando unas con otras, vagando en círculos caóticos... Pero a diferencia del reino de las hormigas, donde todo está bajo el control de una reina omnipotente que maneja con seguridad todos los hilos del poder, la UE no se ha planteado hasta ahora la cuestión de la elección de un líder.
Algunos quieren darle ese trabajo a un político fuerte y carismático como el ex-primer ministro británico Tony Blair, mientras que otros preferirían a alguien menos insigne, una figura de “talla mediana” que resultaría más fácil de aceptar (y de manipular). El primer ministro de Luxemburgo, Jean Claude Juncker, y su homólogo neerlandés, Jan Peter Balkenende, aparecen habitualmente en esta segunda categoría.
Las partes en disputa no ahorran palabras elevadas: hablan de los intereses superiores de Europa, de la necesidad de reforzar la posición global de la UE o de proteger los intereses de los países pequeños frente a los designios de los Estados más grandes. Todos estos argumentos se sirven habitualmente con mucha salsa solidaria. Pero en el fondo no estamos asistiendo a otra cosa que a un pulso por el poder.
Los países más pequeños de la UE apoyan a los candidatos más débiles y menos vistosos porque temen la hegemonía de una renovada alianza francoalemana, la imposición de contribuciones elevadas para evitar el calentamiento global, o una transferencia excesiva de poder a Bruselas a expensas de los gobiernos nacionales. Los pesos pesados europeos, por otro lado, quieren romper los grilletes de la disciplina presupuestaria para llevar a la UE en otra dirección. Ambas partes se esfuerzan en defender sus intereses. Inmersas en sus intrigas, han perdido de vista por el camino los intereses europeos comunes...
M. Z.
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