Una de las claves del éxito de Internet reside en el carácter “neutro” de la red. Desde su nacimiento, sus “padres fundadores” han veladopor que los operadores de las empresas de telecomunicaciones que se encargan de la gestión de los flujos de datos que recorren los ”conductos” de la red, no los bloqueen, degraden o favorezcan. Todo esto con el fin de garantizar igualdad de acceso a todos. Así, la web ha podido desarrollarse libremente y experimentar un auge sin precedentes en la historia industrial de la humanidad.
No obstante, desde hace algún tiempo, vuelve a plantearse la cuestión de la “neutralidad de la red” porque determinadas aplicaciones, como el vídeo a la carta, ralentizan el ancho de banda (cantidad de datos en circulación). Para hacer frente a esta situación, numerosos proveedores de servicio de Internet (ISP por sus siglas en inglés o FAI por sus siglas en francés), con el apoyo de la industria cultural (que facilita los contenidos), desean introducir diversas “velocidades” de conexión, que se facturarán en función del tráfico.
Si bien por norma general se acepta que la neutralidad absoluta de la red adolece de ciertas limitaciones —por ejemplo, por razones de seguridad o de congestión— de índole temporal, concreta y transparente, los agentes de la red coinciden en afirmar que debe mantenerse este principio. Ya lo recordaron con motivo de la consultarealizada este mismo otoño por la Comisión Europea y durante la cumbre organizada el 11 de noviembre en Bruselas. Durante su intervención, la comisaria europea de Agenda Digital, Neelie Kroes, ha abogado claramente por un “entorno competitivo sano” y transparente, así como por que se mantenga el acceso libre a la red.
Sin embargo, también ha mencionado la posibilidad de “permitir a los operadores y a los PSI que exploren modelos económicos innovadores, que conduzcan a un uso más eficaz de las redes”, mostrándose así más preocupada por velar por la competencia que por garantizar la neutralidad. Ahora bien, precisamente en eso radica uno de los principios que hacen de Internet la herramienta democrática más extraordinaria jamás creada. Sería una pena que Bruselas no lo pusiera en entredicho.