Aunque pueda parecer bastante improbable hoy en día, la Unión Europea podría llegar a desaparecer. La crisis que atraviesa en la actualidad es la más grave que ha conocido desde su creación. El clima económico jamás ha estado tan tenso desde los años 70 y las perspectivas nunca han sido tan pesimistas desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Si las tendencias a que cada cual tire de su lado que observamos actualmente no vienen de Praga, en todo caso tienen un fuerte apoyo en la capital checa. Y se van ampliando cada vez más a medida que se va marchitando la cohesión de la Unión Europea. La desaparición del euro, que se ha convertido casi en un objeto de chiste en la República Checa, no significaría nada menos que el fin de la UE, en cualquier caso de la que conocemos hoy.
A esto se añade el hecho de que Estados Unidos está perdiendo su estatus de superpotencia mundial. No tienen ni la fuerza ni el deseo de mantener una mano protectora sobre Europa. A semejanza de la Unión Europea, la OTAN parecía que iba existir para toda la eternidad. Sin embargo, no cabe duda que no es más que una quimera.
Tiempo de saldar las cuentas
En el momento en que, con la desaparición de la UE y la OTAN, desaparezcan nuestras dos mayores referencias, Europa central constituirá de nuevo un espacio geopolítico acorralado entre Alemania y Rusia. Pero Europa central todavía no ha saldado las cuentas con su pasado y sigue rumiando las injusticias y las excusas para los crímenes de los que ha sido testigo. No ha conseguido superar los traumas relacionados con la Segunda (y, sin duda, también con la Primera) Guerra Mundial.
Basta con mirar las Montañas de los Gigantes (cadena montañosa situada en la frontera checo-polaca), donde hemos podido ver últimamente, en visitas oficiales, al presidente ruso Dimitri Medvedev y al presidente alemán Christian Wulff. La visita de Medvedev tenía por objeto principal la conmemoración de la tragedia de Katyn, en la que fueron asesinados miles de oficiales polacos en 1940. Con este motivo, el parlamento ruso pidió perdón y se hizo entrega a Polonia de nuevos documentos de archivo relativos a los soldados muertos y a sus asesinos.
Por su parte, el presidente alemán ha visitado la capital polaca, donde meditó ante el memorial del gueto judío de Varsovia, exactamente 40 años después del histórico gesto del canciller Willy Brandt, que se arrodilló en el mismo lugar. Este gesto tuvo como consecuencia la reanudación de las relaciones, hasta entonces gélidas, entre la República Federal Alemana y la Polonia comunista.
El primer ministro polaco Donald Tusk y la canciller alemana Angela Merkel se reunieron el 6 de diciembre. Decidieron confiar a sus respectivos ministros de Asuntos Exteriores la misión de preparar una declaración germano-polaca siguiendo el modelo de la declaración germano-checa elaborada hace ya más de diez años (sobre los alemanes y los Sudetes). Al permitir gestionar la menor crisis que pudiese surgir entre Praga y Berlín a raíz de una interpretación divergente del pasado, esta declaración ha actuado como un verdadero “airbag”.
Un plan para afrontar la desaparición de la UE y la OTAN
Que esta “gestión del pasado” sea al fin posible y que tenga lugar precisamente ahora, en el momento en que nos encontramos bajo la protección de la UE es, evidentemente, algo realmente positivo. Ya que solo superando definitivamente los traumas relacionados con los crímenes de la Segunda Guerra Mundial (una guerra que empieza para los checos con el Acuerdo de Munich de 1938), podremos crear un clima que nos permita sobrevivir a las crisis a las que quizás deba enfrentarse la UE.
Del mismo modo que un consejero financiero eslovaco afirmó recientemente que Eslovaquia debería contar con un plan desarrollado para hacer frente a un posible desmoronamiento de la zona euro y de un regreso a la corona eslovaca, Europa central también debería guardar en sus cajones un plan que le permita afrontar la desaparición de dos de las mayores referencias del mundo actual (la UE y la OTAN).
La primera acción que convendría llevar a cabo es arreglar nuestras discrepancias. Empezando por conmemorar juntos, y no cada uno por su lado, las guerras y demás acontecimientos trágicos que han marcado nuestra historia. No podremos considerar el siglo pasado un “asunto arreglado” hasta que el primer ministro polaco, la canciller alemana y el presidente ruso hayan depositado juntos los ramos conmemorativos sobre las alturas de Seelow, donde tuvo lugar la última gran batalla antes de la caída de Berlín.
Entonces no habrá ni vencedor ni vencido, solo hombres caídos en combate. Esperemos que este momento llegue antes de que desaparezca la campana protectora de la Unión Europa sobre Europa central. Sólo así será posible proyectar, más serenamente, el futuro de Europa central.
