En Bruselas, los preparativos de las elecciones europeas del año que viene van sobre ruedas. Algunos tienen grandes expectativas ante estas elecciones y rebosan euforia. Los más entusiastas predicen que el escrutinio de mayo de 2014 constituirá un gran avance para la democracia. A cada grupo político del Parlamento se le ha pedido que nombre a su candidato para la función de presidente de la Comisión y las especulaciones se han disparado.
¿Los socialistas designarán a Martin Schulz como candidato? ¿El hecho de nombrar a un alemán como cabeza de la lista constituye una provocación? El PPE, el grupo conservador y cristiano-demócrata, ¿realmente puede nombrar al primer ministro polaco Donald Tusk, que en ese caso debería renunciar a la jefatura del Gobierno?
Se plantean además otras preguntas: ¿el federalismo ortodoxo del liberal Guy Verhofstadt no asusta en la Europa actual? ¿Por qué hay tan pocas mujeres entre los candidatos previstos? Y ¿de verdad que José Manuel Barroso tiene intención de volver a ocupar la presidencia otros cinco años?
Un soplo de aire fresco en el nombramiento
En cualquier caso, se espera que la politización del proceso de designación del próximo presidente de la Comisión constituya un avance para la democracia.
Esta idea no es ninguna novedad. Uno de los especialistas en la UE más eminentes, el británico Simon Hix, aboga desde hace tiempo por esta evolución parcial del sistema. Su obra, What’s wrong with the European Union & how to fix it [Cuál es el problema de la UE y cómo solucionarlo], se ha reeditado en varias ocasiones.
Simon Hix preconiza una mayor politización de las decisiones de la UE. En su opinión, la cultura del consenso actualmente en vigor disuade a los ciudadanos de exigir respuestas. Predice que la democracia debería salir reforzada de una competencia abierta entre un mayor número de candidatos para la presidencia de la Comisión.
Hasta ahora, la designación del presidente de la Comisión se llevaba a cabo entre cuatro paredes. Los jefes de Gobierno regateaban y el resultado era el nombramiento de un candidato según un acuerdo por lo general incoherente. Por no hablar de que sería realmente un soplo de aire fresco acabar con las puertas cerradas y las deliberaciones secretas.
Preguntas todavía sin respuesta
Pero la experiencia de la democracia europea en curso plantea una retahíla de cuestiones delicadas que hasta ahora no han tenido respuesta. Por ejemplo, ¿será Martin Schulz el cabeza de la lista social-demócrata en Suecia? No, porque los Estados miembros se convierten en circunscripciones electorales durante las elecciones legislativas europeas y por ello en Suecia siempre se presentarán candidatos suecos. Si bien los ciudadanos suecos no van a tener la posibilidad de votar a Martin Schulz, sí se podrán colocar carteles con su rostro en Suecia si se convierte en el candidato de los socialistas europeos. Algo que resulta desconcertante.
¿Y cómo sabremos cuál será la política que se aplicará? Martin Schulz defiende una política europea netamente más federalista que muchos de los social-demócratas suecos, pero ¿cómo sabrán los electores por qué línea política están votando? No está nada claro.
En el ámbito puramente formal, el proceso electoral tampoco es nítido. Según los términos del artículo 17 del Tratado de Lisboa, el presidente de la Comisión se designa "teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo", pero quien propone al candidato es el Consejo Europeo (la cumbre de jefes de Estado o de Gobierno). Enrevesado.
El riesgo del efecto contrario
Lo más probable es que las elecciones de 2014 sean una decepción. Siguen siendo los dirigentes los que tienen la última palabra. Por otro lado, ¿realmente conviene dotar al presidente de la Comisión de una legitimidad democrática como si se tratara de un jefe de Gobierno?
La Comisión es una institución supranacional que dispone de un amplio poder y de muchas prerrogativas. Es la única habilitada para proponer nuevas leyes europeas, dispone de poder de decisión en algunas de ellas, vela por su aplicación y tiene competencias para emprender una acción judicial contra los países que infrinjan las normas.
Por lo tanto, este modo de designación del presidente corre el riesgo de tener el efecto contrario al previsto y de acarrear un incremento de la concentración de poderes, lo que suscita expectativas legítimas en materia de acción política. Sin embargo, más bien convendría limitar la influencia de la Comisión que aumentarla aún más.
Refuercen la democracia europea a nivel nacional, fortaleciendo la función del Parlamento Europeo. Sí, acepten más candidatos en la carrera a la sucesión de José Manuel Barroso y organicen audiencias públicas. Pero no hagan como si la Comisión fuera el Gobierno de la Unión.