El pueblo georgiano se ha estado manifestando intermitentemente desde la pasada primavera contra el partido dirigente, Sueño Georgiano, y su postura prorrusa y cada vez más autoritaria. Pero la última oleada de protestas, que empezó a finales de noviembre, parece diferente. La intensidad en las calles no tiene parangón. Los manifestantes están encolerizados y su cólera se está agudizando en vista de una respuesta cada vez más violenta de las autoridades.
La causa sigue siendo la misma, pero ahora la creciente sensación de traición es demasiado evidente para negarla, incluso por algunos de los votantes del partido dirigente que aceptaron la promesa preelectoral de un futuro europeo hecha por Sueño Georgiano.
El catalizador fue una declaración del primer ministro Irakli Kobakhidze el 28 de noviembre. En un país donde la meta de la integración en la Unión Europea está consagrada por la constitución y por el apoyo público, que ronda el 80 %, Kobakhidze declaró que el gobierno suspenderá las conversaciones para la integración en la UE hasta 2028. Poco después de la sesión informativa, Moscú intervino alabándola y Vladímir Putin elogió la "valentía" del gobierno georgiano.
Para gran parte de la sociedad georgiana, la integración en la UE significa algo más que estabilidad económica o fronteras abiertas: es una lucha por la supervivencia. Muchos ven a la UE como un escudo contra Rusia, el opresor histórico que durante mucho tiempo se ha cernido amenazadoramente sobre la nación. Por lo tanto, las protestas actuales representan la continuación de una lucha de siglos para escapar de las garras del colonialismo ruso, una lucha por la que los georgianos han pagado con sangre muchas veces.

En este contexto, las protestas parecían inevitables después del anuncio de Kobakhidze. Pero cuando me dirigía al edificio del Parlamento esa noche, mis expectativas eran modestas. Las protestas de noviembre por las controvertidas elecciones habían perdido impulso, la gente se había visto invadida por una sensación de agotamiento y derrota. Así pues, parecía que el gobierno había elegido bien el momento para hacer su anuncio, explotando la desesperación pública para consolidar su agenda prorrusa. Pero lo que vi esa noche me tomó completamente por sorpresa.
Una hora después del discurso, las calles en torno al parlamento estaban a rebosar. Ningún partido de la oposición u organización activista alguna había convocado las protestas. Fue una manifestación espontánea y descoordinada de la cólera pública. No había escenarios ni altavoces, solo gente abucheando y golpeando las barricadas de acero. De repente, una voz empezó a gritar "re-vo-lu-ción" y otros se sumaron. Fue entonces cuando quedó claro que el partido gobernante Sueño Georgiano había calculado mal. También quedó claro que su respuesta sería brutal.
Seis rondas de palizas
Aquella noche, la policía usó gases lacrimógenos, gas pimienta y cañones de agua. Decenas de manifestantes fueron apaleados y detenidos. Ahora, un par de semanas después, las protestas se han extendido más allá de Tiflis, a ciudades, pueblos e incluso pequeñas aldeas de todo el país. A esto le siguieron dimisiones de alto perfil: el viceministro de Asuntos Exteriores, seis embajadores georgianos y decenas de funcionarios públicos han dimitido en señal de protesta. Los periodistas están abandonando los medios progubernamentales y cientos de funcionarios públicos han condenado públicamente la paralización del gobierno de la integración en la UE. El gobierno ya ha amenazado con castigar a quienes firmaron las declaraciones.

Ahora, unas semanas después, se ha convertido en rutina que los manifestantes se presenten ante el Parlamento todas las tardes. Durante el día, los manifestantes paralizan las calles de Tiflis con marchas y parones. Decenas de sectores y comunidades se unen para causar disturbios y difundir su mensaje. Hemos visto marchas organizadas por abogados, médicos, informáticos, bodegueros, abuelos y amantes de los animales que han tomado las calles. La mejor hasta ahora ha sido una marcha organizada por aficionados del Real Madrid y del FC Barcelona, que declararon una tregua para protestar juntos. Para los georgianos, que usan y abusan del humor para afrontar situaciones difíciles, se ha convertido casi en un chiste: ¿a quién se le ocurre el título más gracioso para una marcha?
Pero a medida que las protestas han aumentado, también lo han hecho las represalias del gobierno. Más de 460 manifestantes, figuras de la oposición, activistas y periodistas han sido detenidos y más de 300 han sido brutalmente apaleados. Las detenciones no se han limitado a los manifestantes: la policía ha ido casa por casa a detener en el acto a los activistas. Los periodistas han sido un objetivo en particular, pues no menos de 90 de ellos fueron detenidos, golpeados u obstaculizados en su trabajo. Varios de ellos han tenido que pasar por severos tratamientos médicos, incluyendo a Guram Rogava, reportero de canal de TV local Formula que fue hospitalizado con varias fracturas óseas en cara y cuello después de ser atacado por un miembro de las fuerzas especiales.
Esta generación – mi generación – conoce los frágiles beneficios de la democracia. Para ellos, rendirse no es una opción.
Una fuente del Ministerio del Interior me dijo, bajo condición de anonimato, que los centros de detención se están quedando sin espacio. Las celdas en Tiflis y ciudades circundantes están tan abarrotadas que la policía está transfiriendo a los detenidos a instalaciones en Kutaisi, a cuatro horas en coche al oeste de la capital.
"Tras mi detención, me pasaron por diferentes grupos de fuerzas especiales para que me golpearan, pero con el cuidado suficiente para mantenerme con vida", me contó Lazare Maglakelidze, un estudiante de 20 años. Detenido el 3 de diciembre, Lazare perdió el conocimiento tras la primera ronda de palizas, dirigidas a su cabeza. Se despertó en el interior de un furgón policial. Un compañero de detención, que había visto la paliza a través de la ventanilla del furgón, le contó más tarde lo ocurrido: "Vio cómo mi cuerpo inconsciente estaba sujeto por dos agentes de las fuerzas especiales que me daban patadas en la cabeza con las botas, las rodillas, los puños... básicamente todo". En el furgón, dijo Lazare, los abusos continuaron. "Os vamos a violar con porras de la policía... Sois unos maricones, eso es lo que os gusta, ¿eh?", gritaban los agentes mientras la sangre de los presos se acumulaba en el suelo del furgón. Esa noche, Lazare soportó seis rondas de palizas.
"No se trata de una improvisación ni de una decisión espontánea... Así es como funciona el sistema", afirma Lazare. Decenas de testimonios confirman la brutalidad sistemática: los detenidos pasan de un agente a otro para recibir palizas destinadas a maximizar el daño y evitar la muerte. Estos actos tienen lugar fuera de la vista del público, en furgonetas con los cristales tintados.
Lazare se está recuperando actualmente de una operación de nariz y una conmoción cerebral, y está deseando volver a las protestas. Pero primero está su juicio, y no tiene ninguna esperanza de encontrar justicia dentro de los muros del Tribunal Municipal de Tiflis. Los juicios solo pueden describirse como una farsa. Cuando asistí al juicio de mi amigo la semana pasada, charlé con un grupo de abogados. "Somos un mero adorno en estas salas de audiencias", me dijo uno de ellos, "la mayoría de los jueces ni siquiera se molestan en mirar las pruebas que presentamos".
El sueño georgiano del oligarca Bidzina Ivanishvili ejerce desde hace tiempo un control absoluto del poder judicial de Georgia. Cuatro jueces georgianos han sido sancionados por el gobierno de Estados Unidos por corrupción y se cree que la mayoría de ellos están implicados en tramas de corrupción similares. Hace tiempo que se sentaron las bases para un régimen autoritario, pero ahora, conseguido el cuarto mandato por Sueño Georgiano y vista la situación crítica en las calles, se están activando todos los recursos.

¿Euromaidán al estilo georgiano?
El gobierno y su máquina propagandística han intentado presentar las protestas como un Euromaidán de Georgia, refiriéndose al levantamiento de Ucrania en 2013-2014 contra la decisión del presidente Víktor Yanukóvich de suspender la integración en la UE. Yanukóvich fue derrocado, pero la propaganda en Georgia se centra en la destrucción, la pérdida de vidas y la posterior invasión rusa que siguió a la revolución ucraniana.
Dado el contexto muy diferente de los actuales fracasos de la política exterior de Georgia y Rusia, estas similitudes son cuestionables, pero lo que resulta asombroso son los paralelismos entre la represión autoritaria de Yanukóvich contra los manifestantes y las medidas casi cómicamente idénticas del gobierno georgiano.
La versión georgiana de los "titushki" ucranianos –matones patrocinados por el gobierno– ya ha aparecido en las calles de Tiflis. Durante el fin de semana del 7 y 8 de diciembre, individuos enmascarados atacaron a periodistas, líderes de la oposición y manifestantes mientras la policía estaba allí impasible. Una reportera fue estrangulada durante una transmisión en vivo; su camarógrafo fue pateado y pisoteado. Mientras tanto, el gobierno ha adoptado medidas para sofocar las protestas, incluidas prohibiciones de fuegos artificiales, máscaras de gas e incluso sencillas mascarillas faciales; cosas que los manifestantes usan para defenderse. Incluso hay rumores de un posible toque de queda para mantener a la gente fuera de las calles.
Las multas por pintar grafitis han pasado de 50 GEL (unos 17 euros) a 1000 GEL (unos 338 euros), y las nuevas sanciones por participar en bloqueos de carreteras son severas: 5000 GEL (unos 1693 euros) si la policía decide que la multitud es demasiado pequeña, y los manifestantes más activos se enfrentan a multas de hasta 15 000 GEL (unos 5000 euros). Los jueces ahora tienen el poder de imponer hasta 15 días de prisión en lugar de multas, lo que intensifica aún más la represión. Bajo el pretexto de la "detención preventiva", las personas con antecedentes penales o administrativos pueden ser detenidas durante 48 horas por la mera sospecha de que puedan cometer un delito. También se ha simplificado el reclutamiento en las fuerzas policiales y se han eliminado los procesos competitivos de contratación, lo que apunta a un posible aumento del número de agentes utilizados para sofocar las protestas.
A pesar de estas medidas, las protestas continúan. Pero los retos que se prevén son inmensos. Los manifestantes se enfrentan no solo a un régimen autoritario, a la propaganda rusa y a fuerzas prorrusas dentro de Occidente, sino también a un frío helador; las temperaturas rara vez superan los 5 ºC por la noche estos días. Después de 12 años de esfuerzos del Sueño Georgiano por debilitar a la sociedad civil, la oposición está fragmentada, con muchos políticos desconectados de las realidades que se viven sobre el terreno.
Este vacío ha obligado a la ciudadanía a asumir la gestión del movimiento. La única lideresa unificadora que está en escena es la Presidenta Salomé Zourabichvili, en tiempos aliada de Sueño Georgiano, pero que ha roto sus ataduras con el partido que la introdujo en la política. Salomé actúa ahora como mensajera para Occidente, reclamando un apoyo internacional crucial para los manifestantes pro-UE y una presión más intensa sobre el gobierno.
Creo que Occidente tiene que atender estas peticiones. Perder Georgia significaría mucho más que la pérdida de un aliado estratégico: marcaría otra victoria de Rusia contra la democracia liberal.

El respaldo internacional es crítico, pero incluso sin garantías de la implicación occidental, los manifestantes siguen decididos. Gentes de todas las clases sociales siguen llenando las calles. Si bien el papel de los jóvenes georgianos es particularmente destacado, su determinación refleja una resolución social más amplia. Habiendo crecido en una Georgia independiente, esta generación –mi generación– conoce los frágiles beneficios de la democracia. Para ellos, rendirse no es una opción.
El gobierno ha expuesto su visión para Georgia, pero no así sus ciudadanos que salieron a las calles. Su coraje mantiene viva la esperanza: esa determinación y solidaridad –muy parecidas a las de Ucrania durante las protestas de Maidán– pueden cambiar las cosas.
🤝 Este artículo se ha publicado en el marco del proyecto colaborativo Come Together.
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