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Espero que os guste el fútbol o que al menos no lo odiéis. Lo queráis o no, definitivamente veréis un poco en la televisión. Hoy en día, los fanáticos del fútbol tienen más suerte, ya que solo requieren los canales necesarios y pueden tener tanto fútbol como les plazca en el televisor, el ordenador y los teléfonos móviles. Están sujetos a recibir mensajes sobre acontecimientos en White Hart Lane — alguien anotó y otro jugador recibió una tarjeta amarilla.
Muchos podrán protestar que hay demasiado fútbol y que están hartos de él, pero aquellos que habían anhelado este deporte y que habían sido privados de él nunca se quejarán de que el fútbol sea un fiel amigo de la televisión y aceptarán que estos dos se han vuelto inseparables.
No obstante, este no solía ser el caso antes si te enamorabas de este deporte en un país que, hasta justo antes de la desintegración del “gran” Estado Soviético, nunca había transmitido ningún partido en el que no jugase ninguno de sus equipos — ni el campeonato de la Champions, ni la Recopa de Europa, ni las finales de la UEFA. En este caso, el hambre de información y el pesar de perderse el espectáculo sin duda te perseguirá desde tu niñez hasta tu jubilación: lamentarás haberte perdido aquellos grandes partidos, por lo que los buscarás continuamente en YouTube mientras piensas cómo se habría sentido verlos en aquel entonces...
¿Qué era la URSS en los setenta y los ochenta? ¿Cómo se sentía vivir ahí? Oficialmente, era el país del socialismo victorioso, listo para la transición hacia un comunismo que debió haber producido frutos tangibles para el disfrute de todos.
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Significa comida gratis para todos, nada más. En ese entonces, la escasez de comida era el problema principal. Aunque sí dependía de la región. Si vivías en el sur, podías contar con la naturaleza generosa de las personas: si las cosas se ponían difíciles, siempre podías recibir tomates, pepinos y pimientos.
Leonid Brézhnev estaba a la cabeza del Estado en ese entonces. Se decía que era amable, pero quizá lo era en comparación con sus predecesores, el histérico Jrushchov, loco por la agricultura, y el infame Stalin.
En los días de gloria del Dinamo Tbilisi, la Unión Soviética de Brézhnev ya había invadido Afganistán con el fin de establecer el socialismo. Hoy vemos claramente cuán exitosa fue esta jugada.
Entretanto, el sindicato polaco Solidaridad alzó la voz para protestar, pero la Unión Soviética todavía creía firmemente en su propia solidaridad e invencibilidad.
